Artículos indeterminados
CUESTIÓN DE LUCES

Cinco y media de la madrugada. La noche es agradable, el pueblo se ve vacío, no te cruzas ni con un vampiro escapando a tiempo de la salida del sol. Hasta la hora no se antoja incómoda porque sales del garaje con destino a tu segunda ocupación profesional que te apasiona desarrollar. Vas escuchando la radio mientras conduces tu coche y ambas cosas resultan placenteras porque la carretera está libre de circulación, sin tener que prestar más atención que la mirada a un frente limpio de obstáculos. Después de nueve kilómetros estás a punto de entrar en una rotonda y por el espejo retrovisor ves que detrás de ti aparecen unas luces que semejan llevar la velocidad de un cometa sideral.
II Un bólido - piensas II
Un bólido – piensas. La conducción con banda sonora radiofónica que hasta ese momento ibas disfrutando con dosis de relajación se vuelve defensiva porque la actitud de quien viene a la zaga se le aprecia temeraria y hostil.
Dada esa circunstancia pierdes atención al frente para centrarte ya más en lo que se acerca y el punto en el que te alcanzará. Las luces son los faros de otro coche que toma la rotonda por el carril interior. Tu vas delante a escasos metros, los suficientes para ser el dueño legítimo de la prioridad que marca una de las normas de la DGT y la ley perenne de la EGB, la Educación General Básica que se supone todos los padres inculcan a sus hijos. De pronto tienes que clavar el freno porque el capullo que lleva el volante del otro coche lo cruza por la mínima delante del tuyo, rozando tu aleta izquierda cual balón entra en la portería ajustado al palo.
El imbécil con carné de la Dirección General de Trastornados es de esos con los que te encuentras a diario en algún tramo y a mí me tocó el primero a hora temprana, seccionando la tranquilidad con la que había salido de casa. El susodicho imbécil doy por hecho que saboreó su prepotente y chulesca maniobra a costa de mi sobresalto y los consiguientes exabruptos que intenté trasladar con código morse a golpe de claxon y repetidos fogonazos de largas. Lo vi perderse en las curvas de la autopista, sin más rastro de su estela que el impotente poso amargo de la mala leche.
II Esto que acabo de contar ya sucedió hace tiempo
y no es la primera vez que me pongo en carretera para teclear algo que venga del asfalto II
Esto que acabo de contar ya sucedió hace tiempo y no es la primera vez que me pongo en carretera para teclear algo que venga del asfalto. Lo guardé en el disco duro sabiendo que ninguna historia que se cuente tiene fecha de caducidad y, por desgracia, sobre estos asuntos todos tenemos alguna para contar como desahogo en el mejor de los casos. En los peores es la familia del o de los fallecidos quien suele hacerlo, mientras la llamada justicia liquida al capullo – que encima tiene la fortuna de salir ileso – con una multa de la que se ríen todos los de Barrio Sésamo y lo libra del talego con la severa sentencia de un año y once meses para que el pobre diablo no tenga la mala experiencia de ver el cielo azul a través de una reja, piscina vigilada, tres comidas al día y el derecho al paro por finiquito cómodo de condena y que un autónomo por cese de actividad no tiene.
Como en todos los cuentos nunca hay una sin dos, ni dos sin tres, así que en realidad lo que definitivamente me lanzó al teclado fue un nuevo imbécil que surgió hace unos días en la misma rotonda, que parece ya la pista de despegue de hijos de puta. Otro coche que se lanza en frenesí a comerse a los demás cual piloto de fórmula uno en una salida, obligando al ceda el paso a quienes no tienen que hacerlo (esa es otra, que al parecer ahora lo de facilitar la incorporación se torció en derecho prioritario del que se une a la vía principal). Decía que el bicho este en cuestión se incorporó con una preferencia adquirida, moviéndose de un carril a otro sin señalizar cada cambio de posición y obligando a que todos los demás nos fuésemos adaptando a su dislate automovilístico. Todo para coger la salida que hay a menos de mil metros de la que se incorporó.
Y como el tema va de luces, en mi desahogo articulista, quiero enviar un cordial saludo a todos y a todas (todes se dice por todos en bable), a aquellos compatriotas y colegas que cada día se mueven entre líneas blancas sin saber que el uso del intermitente forma parte de la educación vial y que obviar su uso no supone un ahorro de combustible. Ojalá las nuevas leyes permitan instalar ese disparador de misiles que más de una vez creímos disponer en nuestro cuadro de mandos. Así todo sería más entretenido. En plan Michael Douglas en la película “Un día de furia”.