Artículos indeterminados
EINSTEIN Y LOS EXPLORADORES POLARES

El sincretismo que viene a continuación podría decir que empieza con mi amigo Mario cuando, recién cumplidos los veinte años, me dio por advertirle que fumando cigarrillos a ese ritmo no pasaría de los cincuenta. Lo que más duele es no haberme equivocado.
Una noche del verano de 1989 Mario salió con una pipa de propiedad paterna. Me la dejó chulear ese sábado de discoteca entre mis labios y una cara barbilampiña, cargada con Ducados deshilachados en la cazoleta y sin filtro en la espiga, humeando como una locomotora por toda la boîte.
II En total no sé cuantas fumé,
pero al día siguiente mi voz resurgía ronca II
En total no sé cuantas fumé pero al día siguiente mi voz resurgía ronca desde una garganta destrozada y recubierta por una capa de nicotina con sabor a mil demonios. Supongo, al igual que sucede con el alcohol después de una desmedida ingesta y una dura resaca, me prometí como manda la tradición, no volver a tocar una pipa o cualquier otro tabaco.
La afición por leer y siguiendo mi interés por la aventura, me hizo entrar de lleno en la literatura de viajes, montaña y exploración. En esos libros encontré admirables páginas describiendo las glorias y las penas de sus protagonistas, bien llevadas al éxito, bien a la experiencia del duro camino sin haberlo alcanzado. Los que más me cautivaron fueron todos los que narran las hazañas desarrolladas desde principios del siglo XX hasta pasado su ecuador.
Hubo buenos relatores y dicen de Robert Falcon Scott – por citar uno – ser considerado uno de los mejores diaristas. Murió escribiendo en el continente austral después de ver como Roald Amundsen le ganaba la carrera por ser los primeros en pisar el Polo Sur.
Si los textos son elocuentes, algunos libros de tapa dura y gran formato, ilustran sus páginas con fotografías en blanco y negro donde aparecen castigados aventureros fumando en pipa. En esas fotos vemos a hombres – aquellos años tampoco fueron tiempos de igualdad para mujeres en los hielos polares – apiñados al calor de una pequeña lumbre o en la cubierta de veleros tapizados por la nieve, con chaquetas, gorros y bufandas de lana y una omnipresente pipa en sus bocas o entre sus manos, agarrados al punto de calor que deja una cazoleta repleta de tabaco incinerándose. Aunque no lo parezca, esa esfera tan hostil se describió como una época apasionada, lo cual hizo poseedores, hasta los más rudos, de una aureola romántica.
II Fumar en pipa predispone a juzgar con calma y objetividad los actos humanos II
Fue a partir de esas lecturas cargadas de penuria, belleza, muerte, esfuerzo, camaradería o soledad, las que empezaron a crear en mis adentros esa epifanía sobre el mundo de la pipa. Reconozco la enorme influencia que todo eso tuvo sobre mí. A más libros, relatos y fotografías en blanco y negro, más veía entre mis posesiones una pipa. La contrapartida era el tema de fumar que, dejadas atrás las adolescentes experiencias y el humo que se respiraba en todos los lugares, incluidos los hospitales, no encajaba con mi estilo deportista y saludable.
Sin embargo a toda intención hay un empuje final, ese impulso que en definitiva nos aboca a materializar algo que lleva un tiempo rondando en la mente. En mi caso y en el asunto que nos ocupa, llegó con las palabras de Alfred Einstein: “Fumar en pipa predispone a juzgar con calma y objetividad los actos humanos”.
Así que animado por los románticos exploradores de principios del siglo XX y el físico que valoraba la simplicidad y la reflexión, compré hace ya unos veinte y tantos años mi primera pipa. Una curvada, estilo Full Bent, igual a la del científico. Después fui arrimando otras que pasaron a formar parte de una pequeña colección.
¿Mi tabaco? Uno con aroma a cereza que en su envase tiene un velero con similares características a los que viajaban los antiguos exploradores. Subjetivos influyentes, digamos.

