EL ALMA DE LAS COSAS
Aquella mañana dominical de navidad lloviznaba. Me acerqué a la ventana con los brazos colgando a lo largo del cuerpo y dirigí una mirada abúlica a un cielo gris, cenizo. El agua caía en forma de gotas muy finas, tan finas que se volvían lenes como una pluma. Por su ligereza podrían irse a donde el viento las llevase, pero no hacía viento, solo era un persistente orballo que ahogaba el corazón. Mis ojos buscaron el abandonado edificio de Feiraco, decolorido e igual de plomizo que la bóveda que cubría Vilachán. Igual de plomizo que me sentía yo. Lo veía derrumbado de vida cuando otrora la calle era un hervidero de gente que se acercaba hasta aquel almacén agropecuario y un montón de oficinas.
..."Mis ojos buscaron el abandonado edificio de Feiraco,
decolorido e igual de plomizo que la bóveda que cubría Vilachán"...
Recuerdo las primaveras o los veranos de la década de los setenta, cuando sus trabajadores llegaban diez minutos antes de las tres y media de la tarde. Solían sentarse en los peldaños de mármol verde oliva moteado de granos blancuzcos y negros, fumando y hablando entre ellos a la espera de la hora de entrada.
Si cierro los ojos sigo viendo esa escena e incluso puedo ponerle cara de juventud a la mayoría de ellos. Sería capaz de adivinar que coche tenía cada uno.
Años después, en una pura lógica, alguien decidió que una fábrica no podía tener la factoría en un lado y la administración en otro, así que emplearon unos cuantos días en hacer una larga mudanza. Lo que nadie se llevó fue la idea de que una calle no podía ser el mejor lugar para guardar o aparcar grandes y ruidosos camiones. Y algunos siguen empeñados en no entenderlo.
..."Caminaba por una acera con baldosas desaliñadas, como quien toca las teclas de un piano destartalado"...
Aquella mañana dominical de navidad lloviznaba y el cielo vestía grisáceo. Caminaba por una acera con baldosas desaliñadas, como quien toca las teclas de un piano destartalado. La tapa suelta de una alcantarilla sonó como un gong al paso de un coche. Los días tenían esa sensación rara de sentirse fuera de lugar en un inusual año. Las sobremesas y las tertulias del café se alimentaron del nuevo y suculento cotilleo y alguna pérfida, sin capacidad para mirarse el ombligo, dejaba cobardemente en el aire su habitual dosis de ponzoña.
Siempre entendí que las avenidas son anchas y no sé muy bien por qué la bautizaron así cuando en realidad malamente circula un coche en el instante que se estaciona a ambos lados. Es muy curioso si uno mira al firme porque, con varias obras encima, va a descubrir que la mitad muestra un asfalto cargado de cicatrices, similares a las patas de gallo que se forman en el contorno de los ojos, mientras que la otra fracción aparece limpia de trazos. Doblé la esquina en el embudo urbano que se forma al final. Ahí sigue resistiendo el último ultramarinos de un pequeño pueblo de interior. Miré como suelo hacer siempre en un gesto instintivo y vi a Amalia, acompañada de la soledad y la vista perdida en unas mermadas estanterías.
..."La palabra viejo se repite eternamente para transformarse en antigüedad"...
Apenas intercambié un par de saludos con quien me fui cruzando en la breve distancia que separa el superviviente ultramarinos hasta el viejo local de Freire Bazar. Su escaparate y su estructura siguen siendo los mismos. La misma piedra, la misma forma cuadrada de sus simétricas vidrieras y la misma barra tubular donde los imberbes setenteros nos acodábamos para soñar con sus cañas de pesca, los estuches de colores o los juguetes en los días de Papá Nöel y los Reyes Magos. Una colorida alfombra de diseños persas decora la entrada y sus escaparates exhiben para la venta viejos artilugios de lo más variopinto. Desde el interior, como si lo hiciese de un viejo gramófono que está al pasar el umbral, suena una música a ritmo de jazz de 1938, Honeysuckle rose con clarinete y la guitarra del maestro Django Reinhardt. Los tapices siguen adornando el suelo, creando la sensación mágica de volar sobre los pasillos y expositores que te encuentran con el pasado. La palabra viejo se repite eternamente para transformarse en antigüedad. Suelo entrar en los dos anticuarios que se instalaron en la Carreira de San Mauro, la calle de más solera y la más olvidada. Lo antiguo evoca nostalgia y a este costurero de letras se le hilvana en el sentimiento cuantas anécdotas tendrá cada objeto que ahí se exhibe con un cuidadoso y detallista mimo. Uno pasea pensando en película, montándose un cuento en la cabeza: sentando la imaginación en una butaca, parando ante un casco militar que convierte en poesía una derrota; un tintero del que habrán nacido cartas y destinatarios. En una extensa colección de cámaras de fotos y quienes habrán quedado inmortalizados en sus negativos de blanco y negro. Las personas que se habrán visto en esos espejos y como se han acicalado delante de ellos. Los océanos que cruzó un baúl en un barco de pasajeros o los viajes y aventuras que tendrá encima una ajada maleta de piel. Los bailes que se habrán echado con la misma música que yo escuchaba en ese mismo instante y que labios bordearon la boquilla de una petaca forrada de azul con cuadro burberry. Los humos exhalados de las pipas y las decisiones tomadas después de una bocanada. Entre ese mundo de historias calladas e inertes, ahí está él.
- ¿Porqué el nombre de Aitor?
- Ya sé que no pega mucho pero fue cosa de mi madre – contestó con media sonrisa en los labios. Yo nací en 1980 y ese nombre sonaba mucho con el Atletic de Bilbao y por el año del plomo etarra. No tenía nada que ver con eso porque yo me pasé casi toda la vida en Inglaterra pero a ella le gustó.
- He de confesar que me sorprende. Cuéntame más – pedí.
-Mis abuelos fundaron el Bar La Mezquita. En realidad empezaron allá por 1940 en frente al Bouzas – prosiguió – con el Bar La Cueva y de ahí le viene a esta tienda.
- ¿Y donde nació tu interés por las antigüedades?
- Yo trabajaba limpiando un establo de caballos y todos los días paraba en un pub en Galway. Al lado había un anticuario regentado por un hombre mayor de ascendencia griega. Se llamaba Peter Regas y con él entré en este mundo. Todos los años viajo a Irlanda o a Escocia. Prácticamente todo lo que tengo aquí viene de allí.
¿Y de todo lo que aquí hay, tienes algo por lo que guardes mejor recuerdo?
- Si, un velador, una mesa redonda que tiene doscientos cincuenta años. Es anterior a Napoleón y me ofrecieron cinco euros menos de lo que la tengo a la venta. Podía haberla vendido pero fue un capricho no aceptar esa cantidad dentro del acostumbrado regateo.
..."Cuando me fui, la música de 1938 seguía envolviendo rítmicamente el local"...
Cuando me fui, la música de 1938 seguía envolviendo rítmicamente el local. Miré a mi alrededor, como si me despidiese de los dueños de cada pieza. Todos los objetos tienen un alma, un pasado y una historia ligada a personas. El alma de las cosas. Pregúntense si cuando ya no estén aquí, alguno de los que acompañaron su vida, llevará a otros a recordar la suya y, sobre todo, si vale la pena contarla.
El otro día vi pasar a Aitor, en una restaurada bicicleta bajando por la adoquinada Carreira de San Mauro para abrir la tienda, con su atuendo retro, alimentando de época un actual presente.