FAUSTO, EL ITALIANO DE LOS DOLOMITAS
Era un sábado de junio, por la mañana, bajo un sol que despertaba a Galicia metida en una temperatura muy veraniega. Tres escaladores salen en peregrinación hasta los Castros de Baroña para agarrarse a una roca que durante la jornada matinal se deja acariciar con sombra, antes de que las agujas del reloj avancen hacia la tarde y se vuelva intratable; entre asfixiante y abrasadora.
Seguimos el sendero que aparta de la gran playa y de la ciudadela celta hasta llegar a la pequeña ensenada y su orilla de cantos rodados. Cruzamos por ellos, como quien va saltando por un enorme nido de huevos de dinosaurio. Al fondo, ya a los pies del acantilado, vimos la figura fina de un tipo que contemplaba las verticales. Tenía su mochila a la espalda, la mirada elevada y el estilo propio de quien sabe recorrer una línea de montaña con los ojos antes de abordarla dejando en ella la elegancia de un escalador. Superamos un resalte y llegamos hasta él.
..."A poca distancia aprecié en su cara el reflejo del entusiasmo"...
Lo vi solitario, como me vi en muchas ocasiones. A poca distancia aprecié en su cara el reflejo del entusiasmo, ese espejo que devuelve una mirada de sorpresa cuando te encuentras con lo inesperado y te causa ilusión. Mis buenos días fueron acompañados de más palabras buscando la empatía.
Sus buenos días respondieron con un sonado y agradable tono extranjero además de una sonrisa que se abría tanto como sus ojos. No había nadie más con él y si nosotros éramos tres, ¿porqué no sumarse y disfrutar de una fiesta escaladora de cuatro?.
- Si quieres puedes unirte a nosotros y así hacemos dos cordadas – le dije con complicidad. ¡Todos salimos beneficiados! – exclamé.
Nos fuimos conociendo mientras sacábamos de la mochila los artilugios, mientras los arneses se vestían, los mosquetones colgaban de los anillos y la cuerda se anudaba. De algún modo nos estudiamos en el aspecto deportivo cuando nos encaramamos a las vías, de como cada uno crea esa danza que aferra el agarre en la búsqueda del equilibrio y el donaire de un escalador. En definitiva de la identidad que se lleva impresa en el estilo. Y ahí fue, cuando al ver mis maneras me soltó esta pregunta bañada en el acento del país con forma de bota:
- ¿Tú haces escalada clásica?
- ¡Efectivamente, cuando puedo salir a la montaña! Es la que más me gusta – respondí.
- Me he dado cuenta.
..."Es un sexagenario ataviado de la juventud entusiasta y viva de uno de veinte,
con la educación exquisita y la quietud amable que da la madurez"...
Fausto es italiano, de la ciudad de Padua; inundada de belleza por los canales de Venecia y la visión próxima de la cadena montañosa de los Dolomitas. Es un sexagenario ataviado de la juventud entusiasta y viva de uno de veinte, con la educación exquisita y la quietud amable que da la madurez. Pertenece al Club Alpino Italiano, con el que sigue alimentando un espíritu de aventura y una vida deportiva que deja en su haber la apertura de varias rutas verticales de las grandes paredes de la región de Trento. Su vida profesional transcurrió por el mundo del marketing y la publicidad. Lo extraño quizá era verlo ahí, en un rincón de la costa galaica al pie de un granito que no supera los quince metros de altura y que están muy por debajo de las cumbres del norte de Italia. Uno puede callarse o puede ser curioso y lo mismo que me adentro en un paisaje para exprimir sus sensaciones, me ocurre de igual manera con las personas, metido en un fisgoneo sano, sin ánimo de descubrir sus intimidades o sus secretos al más puro estilo del cotilleo. Puedo estar en la terraza de un bar y explorar a quienes me rodean, hurgando y guardando detalles de sus vidas que puedan servir para escribir historias.
- Mi hija se vino para Vilagarcía enamorada de un gallego. Vengo aquí a visitarla y a estar con mis nietos ahora que dispongo de más tiempo.
- ¡Vaya! No consiguió que se quedase allí el gallego pero eso nos alegra porque también te trajo a ti hasta aquí. ¿Viajas siempre con el material de escalada, Fausto? – pregunté.
- Si, si – respondió dos veces. ¡Siempre lo hago! Forma parte de mi equipaje allá donde voy.
- Pues siempre que vuelvas traelo, que aquí ya tienes amigos para llevarte a más rincones donde extender y compartir tu pasión.
Cogí mi teléfono del interior de la mochila para saber si alguien me había llamado porque tengo anulado cualquier sonido. Vi llamadas de distintos amigos y eso me causó la agitación de un mal presagio. Respondí a la primera llamada devolviéndola.
- ¡Rubén! – escuché una voz femenina con tono dramático y lastimero. ¡Jesús, se ha muerto Jesús Magariños! – sentenció.
Respondí con voz quebrada e incrédula. Un amigo, acababa de irse con cincuenta y pocos tacos, en la sala de urgencias del centro médico que tiene al lado de casa. Devolví las llamadas que me faltaban para informar que ya estaba enterado. No me quedó mucho cuerpo para seguir escalando. Me ganó la desgana en lo que quedó de mañana. Nos fuimos hasta el bar de los Castros a ahogar los sentimientos y a regar de motivación otros. Con el primer trago me di cuenta de que se me habían caído en el camino las gafas de sol. Lo de perder gafas es un “sino” en mi vida. Bajé de nuevo por la senda sin encontrar nada y la seguridad de que alguien con los que me fui cruzando lo había hecho por mi. Cuando desandaba el camino las reflexiones me asaltaron como bandidas del pensamiento, para entender que esa mañana había sido antojadiza con el verbo perder y ganar.
"Hay días caprichosos en la orilla del mar. Como una playa que arrebata una vida y una marea que trae otra".
Nos despedimos quedando para otro día en la Piedra Serpal, mi referente como escuela de escalada. La complacencia de nuestro italiano se fue afianzando una amistad enriquecedora y acompañada de una invitación irresistible: abrir las puertas de su casa como refugio y guiarnos por los 600 metros de vertical en la emblemática torre de las "Tres cimas de Lavaredo".
No es cuestión de pensárselo, es el mejor argumento para convertir ese agasajo en realidad.
¡Arriverdeci Fausto ! ¡Questa fantatica coincidenza è stata un grande piacere! ¡Ci vediamo!
Hay días caprichosos en la orilla del mar. Como una playa que arrebata una vida y una marea que trae otra.