LA VOZ DEL ITALIA PRIMA
A Oscar Liñares
Aquella voz de mujer era sensual, melodiosa, esbelta y fina como su figura, sin estridencias ni rizos al igual que su pelo lacio. Sólo había otra voz que también se podía oír cada día aunque, estruendosamente, como antítesis a la suya. La segunda se escuchaba al amanecer y al anochecer a través de la megafonía. Era una voz masculina, fuerte e imperativa.
- Postazione di manovra. Tutto il personale, posizione di manovra – se repetía como un mantra cada día a la llegada o salida de puerto.
Antes de que mi amigo Oscar se perdiese en los caminos de la vida, me ofreció apresuradamente a que lo acompañase en un viaje navegando por el Mediterráneo en mayo de 1995. Era un viaje a gastos pagos, así que económicamente era irrenunciable y nos deslizaríamos a bordo de un barco llamado Italia Prima. Zarpamos desde el puerto de Barcelona, acompañados de una resaca que empezamos a cosechar la noche anterior y la despedida de tres familiares que nos acogieron en la ciudad condal.
..."Fue construido en Suecia y se hizo a la mar
en febrero de 1948 bautizado con el nombre de Stockhlom".
Con los pies en el muelle puse la mirada envidiosa en otros buques con más altura, modernidad y ostentosamente mejores que el viejo cascarón al que accedíamos a través de una pasarela que nos llevaba hasta una compuerta que abría un cuadrado hueco en su barriga. Si no hubiese visto entrar a todo el mundo por ella, habría dicho que éramos los pasajeros de tercera clase con un camarote pegado a la ruidosa sala de máquinas. Sin embargo, desconocía la solera del barco que pisábamos, con sus ciento sesenta metros de eslora y veintiuno de manga. Supe años más tarde que sus chapas y remaches tenían una buena y curiosa historia detrás. Fue construido en Suecia y se hizo a la mar en febrero de 1948 bautizado con el nombre de Stockhlom. Sin embargo su fama le vino a causa de un accidente con abordaje y el posterior naufragio del trasatlántico italiano “Andrea Doria”. Sin duda el destino siempre es caprichoso porque después del percance fue comprado por una compañía italiana y rebautizado con un sencillo “Italia I” hasta que al año siguiente se convirtió en el ”Italia Prima” que me tocó conocer.
Aquella voz de mujer, sensual y melodiosa, la descubrimos esa misma noche en un inmenso y lujoso hall, cerca de unas fastuosas escaleras con un escenario a nivel de suelo enmoquetado de rojo oscuro, tirando a un granate. Un pianista ponía las notas musicales para que aquella voz nos atrapase y, por qué ocultarlo, con su extraordinaria belleza vestida de largo y seda. Era un ritmo de soul y jazz que me recordaba a la cantante afrobritánica que sigue encandilando mis oídos: Sade. Resultó inevitable quedarme un buen rato escuchándola, al igual que a muchos de los ociosos pasajeros. A lo largo de la semana su concierto comenzaba a las ocho de la tarde. Otra oportunidad para verla era por la mañana tras el desayuno, o en el atardecer antes de situarse delante de los micrófonos, sentada en unos elegantes sillones. Además de su pianista, siempre estaba rodeada de un buen séquito de oficiales del barco, de los cuales el porcentaje masculino superaba al femenino.
Su cara y su figura se me olvidó por completo y menos aún puedo ponerle nombre propio. No existe nada que me lleve a recordarla salvo su voz aterciopelada.
"Aquella voz de mujer, sensual y melodiosa,
la descubrimos esa misma noche en un inmenso y lujos hall"...
Las jornadas diurnas pasaron por excursiones recorriendo los puntos más turísticos de las ciudades de costa o próximas a ella. Génova, Livorno, Nápoles, Florencia; en todas comprando algún detalle, algunos regalos aquí y allí, ya saben. Las noches se desenvolvieron con buenas cenas en un elegante salón, después seguían las copas en las distintas zonas de fiesta del barco y de vez en cuando Oscar y yo salíamos a tomar el aire a la cubierta de la primera planta.
- Tengo ganas de pasear por el pasamanos – le decía. Es lo suficientemente ancho pero no sé si tendré alguna copa de más encima y tal vez pierda el equilibrio.
Repetí varias veces la intención a lo largo de la semana. Lo único que me salvó de esa mala idea era la oportuna lucidez para entender que había dos opciones en caso de caída. Una hacia el interior y dándome de bruces con el suelo o caerme en mitad de la noche al agua desde una altura de diez metros sin que nadie se percatase de los aventurados hechos y que las potentes hélices me succionasen. Hubiese sido un flaca comida para peces. Así de monótonos pasaron los días en la inmensa alegría de viajar y conocer mundo con todo comprado. Sólo nos salimos del camino y la organización en Pompeya, cuando la billetera se quedó sin efectivo y hubo que correr hasta un cajero a un kilómetro desde las ruinas hasta la ciudad moderna. Fue un jaque económico que nos enredó en una pequeña odisea que había comenzado en la isla de Capri.
"a última noche se celebraba una cena de gala y se requería ir de etiqueta"...
La última noche se celebraba una cena de gala y se requería ir de etiqueta. Lo más cercano a un esmoquin que había metido en la maleta, siguiendo las recomendaciones preestablecidas, era una americana cruzada con botones dorados, una camisa blanca, un pantalón granate y unos mocasines. Lo malo es que pasamos por el hall donde la cantante del Italia Prima amenizaba el momento. Así que no pude evitar detenerme.
- Vamos a cenar – dijo Oscar.
- Espera, sola una canción - respondí.
- Esta tía me aburre, canta muy bien pero me duerme.
Me producía dentera dejar de lado esa voz pero, en cierta medida, sentía que me debía a las decisiones de quién me había invitado al viaje. Entramos en aquel salón inmenso, reluciente, con gente garbosa que acababan de ocupar sus sitios.
Nos sentamos a la mesa designada. De primer plato había caviar o tal vez un sucedáneo de caviar. Se servía con un panecillo para untar la delicatessen, sin tener ni idea de como hacerlo finamente, así que dejamos que otros lo hiciesen para copiar sus gestos y terminar haciendo lo que educadamente nos daba la gana.
Oscar y yo nos cebamos con los siguientes platos de marisco y carnes hasta el postre. Antes de pasearnos por la sala de fiestas y la discoteca del barco, descubrimos que también existía un casino al otro lado de una puerta acristalada. La última noche tenía que ser una buena apuesta.
- Demasiado lujo flotando en las aguas del Mediterráneo – pensé. Tenemos que aprovechar este viaje. En el casino había guapas crupieres que nos recibieron con una sonrisa y a buen seguro que riéndose de nuestra cara de pánfilos. Sin duda interiormente se estarían riendo de dos pardillos que vienen a hacer el tonto.
Me pareció que la ruleta era lo más oportuno, lo más simbólico de un casino y por supuesto más fácil. El resto de juegos había que entenderlos y en este molinillo de rojos y negros no necesitaba más inteligencia que elegir un número y un color. No recuerdo cual fue, pero la apuesta más pequeña era de dos mil pesetas, dos mil de las antiguas pesetas. Aquel billete rojizo con la cara del poeta Juan Ramón Jiménez.
- Hagan su apuesta – pronunció la crupier.
Pusimos un número en juego y algo salió bien porque la crupier nos dijo que seguíamos poseyendo las dos mil rupias. Así que volvimos a apostar.
- Gana la casa – dijo posesivamente la guapa señorita.
- Game over – respondimos nosotros. Acabamos de tirar un billete pero nos sentimos jugadores de casino por diez minutos con una penosa gloria. Seguro que cuando salimos por la puerta aquellas tres crupieres volvieron a decirse vaya dos idiotas con ínfulas de casino royal.
Después de aquel crucero por el Mediterráneo el Italia Prima, ya con otra naviera y rebautizado de nuevo, navegó el Caribe, fue atacado por piratas en el Golfo de Adén y en la actualidad surca los horizontes atlánticos bajo el nombre de “Azores”; con su casco pintando de azul marino y sus tres pisos de cubierta manteniendo el color blanco. Desde el punto de vista nostálgico es agradable saber que sigue a flote. Lo demás es un recuerdo imborrable de lo que vivimos.