LISBOA, RAÍLES DE NOSTALGIA
Nos enteramos días después por las noticias que una manga marina, un tornado de agua, había unido por unos instantes la desembocadura del Tajo con el cielo a la altura del puente Vasco de Gama. La lluvia caía con tal intensidad que anuló por completo la visión de la autopista a través del parabrisas. Esta circunstancia obligó a que la densa circulación de coches se detuviese por completo unos minutos. Fue un recibimiento acorde a la historia de una ciudad que atesora catástrofes naturales, aunque por fortuna esta fuese una anécdota meteorológica.
..."Ese día quise pensar que las capitales de Europa
nacían en la ciudad donde el melodioso fado instala el sentimiento en el alma"...
¿Donde nace Europa? ¿En el Cabo Norte y termina en el Cabo Fisterra? ¿O tal vez sea al revés? ¿Comienza en el sinsentido de la bombardeada ciudad de Kiev y finaliza en la Lisboa de los claveles del 25 de abril? Ese día quise pensar que las capitales de Europa nacían en la ciudad donde el melodioso fado instala el sentimiento en el alma, el arte se respira en cada esquina y la sonrisa de la urbe aviva los sentidos.
En lo que restó de tarde no paró de llover y los paraguas se convirtieron en compañeros inseparables para quienes decidían empezar a vivir la ciudad. Desde nuestro hostal seguimos la descendente y larga Avenida Almirante Reis pisando con un tanto de fortuna, los resbaladizos adoquines blancos y negros de sus aceras, recordándonos por momentos a dos esquiadores haciendo eslalon para sortear las charcas que, como espejos, reflejaban la penumbra de un cielo plomizo.
..."No hay lugar que se precie sin su fortaleza,
sin murallas desde las que otear defensivamente el horizonte ni cañones que apunten a la distancia"...
Aquella tarde apuramos equivocadamente el primer destino. Quisimos adentrarnos en la Lisboa alta, allí donde surgen las urbes bajo el amparo de las murallas. Un moderno ascensor acosado por el vandalismo fue el que nos salvó de recorrer cuesta arriba sus empedradas callejuelas hasta el castillo de San Jorge. No hay lugar que se precie sin su fortaleza, sin murallas desde las que otear defensivamente el horizonte ni cañones que apunten a la distancia. La majestuosidad de estos edificios nació para eso, para protegerse y defenderse. San Jorge no apaciguó el chaparrón y ya que estábamos allí optamos, empecinados por mi error, en mantener la visita. Cualquier puerta histórica o relevante suele estar acompañada de otra puerta más pequeña y un ventanuco bajo el letrero de “taquilla”. Una vez dentro del recorrido la lluvia arreció con más fuerza y los paraguas pasaron a ser exiguos refugios para un aguacero que venía desde todos los lados. La extraordinaria panorámica era un cuadro que contemplábamos con los pantalones empapados y el humor inundado de desgana y prisa. Los huecos de las garitas pasaron a ser pequeños abrigos que ofrecieron esa estrecha y centinela visión de Lisboa, con el agua y el viento atacando sin tregua y ofreciéndonos una borrosa panorámica como quien mira a través de un incesante código de barras líquido. Estábamos tan mojados y aireados como las banderas que ondeaban desde la torres. Entrar en el museo nos puso bajo un techo en el que cobijarnos de verdad y dejar que una reconfortante temperatura nos recuperase mientras dimos un paseo por la arqueología.
Otra vez el ascensor moderno, agraviado por el abandono, nos descendió sin sufrimiento para las articulaciones hasta enfilar una larga caminata de vuelta al hostal. El paseo se vuelve inhumano y triste entre mendigos que son la cara más pobre de la ciudad durante el día y la noche. Y claro, como no, la miseria también tiene sus clases sociales porque no es lo mismo un refugio con cartones, que dormir sobre un colchón o hacerlo en una tienda de campaña tipo iglú. La Praça Martin Moniz o el entorno de la iglesia de Nossa Senhora dos Anjos es un hervidero de los más vulnerables y a pesar de todo siempre hay quien esboza una sonrisa en su rostro con un gesto de dignidad. Fueron los prisioneros con los grilletes en los tobillos quienes cincelaron cada piedra que pisamos, la misma que estos vagabundos pisan esposados a la indigencia y por qué negarlo, a un modo de vida para algunos del que quizá no sepan o no quieran salir.
..."Los autobuses turísticos son la opción más comercial y menos original para conocer una ciudad"...
Al día siguiente salió el sol, los verdes mostraron sus distintas tonalidades, las plazas brillaron con la luz y el bullicio turista que se mezcla con el aborigen trajeron otra estampa.
Sin lugar a dudas Lisboa tiene su sello de identidad pero dicen los folletos turísticos que se parece a Roma en su nacimiento desde las siete colinas, aunque la ciudad lusa tenga menos y que los diseños de algunas de sus avenidas más ostentosas y caras pretenden imitar los bulevares parisinos, sumando en este caso el arquitectónico elevador de Santa Justa, con aires de fragmento de Torre Eiffel para unir los barrios de la Baixa Pombalina con Chiado.
Los autobuses turísticos son la opción menos original para conocer una ciudad, no obstante he de decir que la más cómoda y rápida a la hora de moverse. Te permiten realizar dos recorridos siguiendo un callejero reseñado con una línea azul para la Lisboa histórica o un trazado de color malva para la Lisboa moderna y, además, la barata alternativa de subir y bajar en las paradas que se ubican en los puntos más importantes. Pero si buscas algo animado para moverte tendrás los Tuc Tuc. Son motocicletas reconvertidas para que puedan ir varios usuarios o coches con diseños retro que parecen devolvernos al pasado y que dan la sensación de dejarte tocar el alma de la metrópoli mientras la recorres. Los Tuc Tuc no son exclusivos de esta urbe, se mueven en todos los lugares del mundo, a motor o a pedales y Lisboa no escapa de ellos. El trato con quien te lleva es más directo. Sus conductores son más auténticos, algunos cargan de desparpajo la atracción de clientes o van aliñando el recorrido con sus explicaciones directas. Hay conductoras hippies que llevan la sonrisa como naturaleza propia al pasar delante de ti aunque no vayas a contratar sus servicios, otros hacen un guiño de complicidad haciendo sonar el claxon, los hay con atuendo de Bob Marley y los hay que esperan a los clientes sin más disfraz que el de chófer.
..."Durante la Edad Media y en la estrechez de este barrio
fueron capaces de convivir cristianos, judíos y musulmanes"...
A los pies de las fortalezas siempre crecieron los lugares más pintorescos y, a orillas del Tajo tocándose definitivamente con el Atlántico, las familias de pescadores construyeron un laberinto de callejuelas y pequeñas plazoletas conocido como Alfama. Durante la Edad Media y en la estrechez de este barrio, fueron capaces de convivir cristianos, judíos y musulmanes. Aquellos cuyo destino dependía de las conquistas, reconquistas y pugnas reales. Ahora conviven distintas lenguas de visitantes llegados de todo el mundo, de ateos que admiran la Catedral, sus esculturas, su arte; de creyentes que pasean por los siete pecados capitales con la gula gastronómica, la lujuria de la noche lisboeta que despierta la pereza por levantarse o la rabia al terminar las vacaciones y afrontar el viaje de vuelta. Me llamó la atención el escaparate de un viejo negocio donde las figuras religiosas y las bebidas, desde un agua hasta cerveza con tequila, estaban dispuestas cual dos alineaciones futbolistas previas a un encuentro deportivo.
Alfama pertenece al enrevesado mundo de todas las zonas viejas y monumentales donde el despreocupado sosiego de algunos vecinos convive con la multitud que pasea como hormigas siguiendo el mismo camino empedrado y el rastro de los restaurantes y sus olores a bacalhau, capaces de combinar gastronomía con las letras de fados que se escriben con rotulador en alguna de sus puertas.
Si los Tuc Tuc mueven turistas hay otros medios de transporte que comparten la historia del desarrollo, de esa vorágine de movimiento humano en la que se convirtieron muchas ciudades.
..."Los viejos tranvías reclaman su atención dentro del simbolismo"...
Los viejos tranvías reclaman su atención dentro del simbolismo. ¿Quién no identifica este medio de transporte con otras urbes? Si, definitivamente creo que los tranvías son esas máquinas en las que el ticket se paga con la nostalgia para moverse por sus raíles con romanticismo. Los clientes actuales de los tranvías no llevan más prisa que la experiencia de apretarse en el interior buscando un hueco entre las ventanas para ver las calles como viajeros del tiempo. Desde afuera, los tranvías son el colorido trofeo de cualquier fotógrafo que finalmente transforma la imagen en blanco y negro para acercarlo a la época. Yo lo hice, buscando ese encuadre a la vez que un señor italiano hablaba con Sandra a mi espalda.
- Llevo viviendo en Lisboa desde hace tres años.
- Es una ciudad muy bonita aunque la encuentro un tanto abandonada.
- Pero es encantadora - dijo el italiano. La ciudad me encanta y como no tenía que rendir cuentas con nadie, decidí quedarme aquí hasta el final de mi existencia.
- Observamos que hay muchos mendigos, mucha miseria.
- Pero es una ciudad segura. Fíjese que no se meten con nadie.
- Cierto – intervine en la conversación. En ningún momento nos sentimos inseguros. Portugal tiene una población importante que llegó desde las antiguas colonias portuguesas y está claro, que no todos consiguieron lo mismo.
Nos despedimos bajo la sensación de que el hombre buscaba alguien con quien hablar, una conversación que quizá un museo o una calle enormemente concurrida acostumbraba a no devolverle por mucho que le gustase la Lisboa romántica y artística.
..."En la Avenida do Almirante Reis, una joven italiana despacha un café muy rico en una cafetería estrecha"...
En la Avenida do Almirante Reis, una joven italiana despacha un café muy rico en una cafetería estrecha. Las pocas mesas se aprietan con el local y los baños se decoran con un mosaico de estampas que aseguran el entretenimiento artístico mientras uno descarga la micción. No soy cafetero pero supongo que los buenos aromas aún puedo distinguirlos y aquí sentí esa percepción. Es una chica alta, pelo rubio y ojos claros, simpática y, al igual que su compatriota, también había optado por pasar una larga temporada en esta ciudad. Semeja que solo nos encontramos con italianos pero lo cierto es que Lisboa también es una Torre de Babel y los idiomas del mundo se oyen hasta con los susurros. Esta larga avenida desemboca en la Praça Martim Moniz siguiendo la dirección hacia el Tajo. Lo hace como un corazón palpitante que bombea los tranvías en distintas direcciones. Las plazas, aunque concurridas, tienen ese punto solitario, como los pensamientos, como los vagabundos que se sientan en los muros de las fuentes a escuchar el murmullo del agua que arrulla una vida quizá vacía, acompañados de un grupo de gaviotas entregadas a la contemplación en las plataformas de su diseño; como un lector de libros sentado al sol que se aísla del mundo menos de la historia en la que está inmerso o la imagen de un turista ataviado con una toalla en la cintura secándose el pelo en la ventana abierta de su hotel.
Y de Praça a Praça llegamos a la de Figueira. Hoy la estatua ecuestre de Dom Joao I capitanea un mercado gastronómico que se adueña del aroma y del apetito. Resultó irresistible no probar el chorizo, el queso fundido con presunto y la sangría. Las orillas del Tajo están a un tiro de piedra. Sólo hay que cruzar el Arco da Rua Augusta y la amplitud da Praça do Comercio para sentir de lleno la brisa atlántica y el suspiro final del río más largo de la Península Ibérica. Todo tiene un recorrido y todo tiene un final, hasta los cursos de agua más caudalosos sucumben a los versos de Jorge Manrique. Sin embargo un río se reencarna en mar, en océano, en más vida, en más horizontes. En una brisa que cierra la gabardina y ciñe la bufanda al cuello.
..."No se me ocurrió mejor libro que Viaje por Portugal de Saramago"...
Pasear sus calles se vuelve ameno por lo vivas que son, por su atractivo particular, por entrar en la librería más antigua del mundo según reza el cartel y llevarse como regalo con mirada de amor, las letras de uno de sus escritores. No se me ocurrió mejor libro que Viaje por Portugal de Saramago. Afuera, en un plazoleta adyacente, un grupo de jóvenes deleitan a los turistas con sus acrobáticos bailes de hip-hop o breakdance y a lo largo de la calle, más librerías que se mezclan con anticuarios, con añejas cafeterías que despiertan el lado más bohemio de quien las contempla o las disfruta con un pingo.
Locales de pakistanís ofrecen la comida rápida a buenos precios. Hay restaurantes con precios medios y asequibles salpicados por todos los rincones, bucólicos en Alfama y muy comerciales en todas las calles que parten desde a Praça da Figueira. Por supuesto que para las pudientes carteras no faltan los buenos y selectos restaurantes. Las pastelerías y los pequeños negocios de bocadillos y pizzas para llevar son también una buena opción. Detrás de una vidriera y en una mesita redonda, contemplando viandantes y y el bullicio automovilístico tiene ese punto urbanita que llega a disfrutarse.
Lisboa como ciudad puede tener muchos símbolos. Castillos, largas escalinatas que superan duros desniveles, elevadores y bulevares, tranvías y estatuas; barrios antiguos y sabores de cocina autóctonos. En la Torre de Belén las olas rompen con bravura contra sus muros y al otro lado de la ancha avenida es la paciencia la que se rompe contra las largas colas para saborear la catedral de los pasteles más famosos. Portugal tiene en el recuerdo la gesta de aviadores aventureros y a esculturas con la proa al viento que evocan a los héroes conquistadores. Pero confieso que toda mi predilección recae en un amasijo de hierros que provoca un ruido ensordecedor al paso de los coches. Es el Puente 25 de Abril. No pude resistir la tentación de observarlo desde todos los ángulos, de inmortalizarlo y el último día, antes de afrontar los kilómetros de vuelta, sentir la emoción de cruzarlo una vez más y acercarme a los pies del Cristo Redentor. No sé si estar bajo esta inmensa talla de cemento armado convierte a los agnósticos en más creyentes, pero estoy seguro que como mínimo nos hace tener fe en el talento del ser humano para desarrollar obras tan colosales como estas y, al mismo tiempo, tener la capacidad de destruirlas de la misma manera que lo hace un terremoto y de la misma manera en la que después nos afanamos por recuperarlas.
Me alegré de pisar Lisboa, de empacharme con largos paseos y de que hubiese dejado eso poso que sigue invitando a volver.