UN DYANE 6 A TODA VELOCIDAD
Si, eso lo tengo claro. Era un domingo por la tarde aunque no encuentro en la memoria si sucedió a finales de la primavera o en los marrones días del otoño. Quizá fuese hacia 1986 o 1987, sumando dieciséis o diecisiete años de existencia. Solíamos quedar con un tipo en la zona baja del pueblo, allí donde se celebra el mercado dominical y donde nadie trascendental pudiese vernos. No era un mal tipo pero arrastraba una aureola casi delictiva. Contaban que uno de sus hermanos había pasado por la cárcel tras el robo de un coche y en los lugares pequeños, ya se sabe, el mal de uno suele acompañar al resto de la familia. No era un mal tipo y era trabajador. Compartía un curro con dos de mis amigos en una empresa local, haciendo horas por uno de esos ajustados sueldos con pocos derechos.
- Si trabaja y se gana la vida no tiene porque ser un mal individuo – pensaba. No, no lo era, parecía un tío legal.
Aquel tipo tenía un Citröen Dyane6 de color beige. La parte frontal del capó estaba pintada de negro con el intento de camuflar los martillazos con los que pretendió deshacer la abolladura de un accidente. Había sido una reparación casera y el remiendo dejó la chapa como una de esas caras que se llenan de hoyuelos por el acné. Vivía en un lugar cercano, estigmatizado por la droga que se fue llevando por delante a un buen puñado de conocidos con los que no había más relación que un intercambio de saludos cuando nos cruzábamos. Los más longevos escasamente superaron los cuarenta. Hoy ya casi son almas olvidadas que, con algo de suerte, alguien mencionará uno de sus nombres en una tertulia de bar.
- Me contaron que andas con fulano – dijo mi madre con enfado y preocupación. No quiero verte con él y menos aún que vayáis en su coche. Seguro que va como un loco y no quiero desgracias. No quiero verte con él y mejor que no vuelvan a decírmelo.
Tragas saliva y te das cuenta que a tu alrededor siempre hay ojos y oídos. Yo callé, o seguramente lo negué al tiempo que me largaba apresuradamente de casa. Nuestro colega sabía que no nos dejaban salir con él y aún así no le resultaba ofensivo. Es como si lo entendiese y por eso mismo nunca lo vi como un mal tipo. Procurábamos evitar el pueblo y lo poco que se nos podía ver juntos, era al pasar medio escondidos en su apretado coche para ir hasta otro lugar donde no tuviésemos que ocultar el careto.
.."Aquella tarde volvió a intentarlo con un par de pasadas"...
El Dyane6 tenía fama de ser un automóvil difícil de volcar en una curva y vaya si su piloto lo intentó en el cruce del viejo instituto. Era una encrucijada que lo atraía poderosamente como la fuerza de un enorme imán. Aquella tarde volvió a intentarlo con un par de pasadas. La primera fue una prueba sin más, pero fue en la segunda cuando sentí en sus comentarios y en su mirada ese empeño que marca la diferencia y, además, nos pidió que llevásemos nuestro peso hacia el lado derecho con la salvaje idea de conseguirlo. Quizá faltó velocidad o no nos tumbábamos lo suficiente y sin comprender como esas delgadas ruedas no reventaron con la maniobra. Está claro que la suerte sonreía porque si ese vuelco hubiese sucedido, sin duda habría sido un desastre enlutando la jornada al menos con un par de ataúdes.
..."Cuando ella libraba, C la recogía para dedicarse el tiempo juntos,
dando por hecho que no paraban de follar"...
Aflojamos las risas y seguro que un suspiro de alivio. Después volvió la calma y el conducir sereno. No habíamos puesto ni la música en el radiocasete, nos bastaba con dar una vuelta hasta algún paraje llevando una conversación de adolescentes o sentirnos viajeros sin más destino que los pensamientos individuales fijados en la mirada a través de la ventanilla. El asiento del copiloto estaba reservado para el más alto y corpulento de nosotros mientras que atrás íbamos sentados una buena selección de elementos. Aunque no cabríamos todos, faltaban un par de amigos de la pandilla como M. o C. Ellos se dedicaban a sus novias. M. vivía en un mundo sentimental al ritmo de una noria de feria y C. estaba liado con la camarera de un restaurante al que no le queda más que un ruinoso edificio con historia. Cuando ella libraba, C. la recogía para dedicarse el tiempo juntos, dando por hecho que no paraban de follar.
- Tengo ganas de ir a putas – dijo nuestro conductor. Nos vamos a Santiago, al Pombal.
- ¿No habrá mejores sitios? – preguntó uno.
- No, quiero ir ahí – respondió. Es barato y rápido.
- ¡Uf! ¿En serio? – repliqué. Pasé por ese barrio unas cuantas veces de camino a casa de mis tíos en Vista Alegre. Las paredes desprenden un olor rancio de orines mezclados con jugos sexuales. ¿Tú no le llamas los limos a eso? – nos reímos con la pregunta que dirigí al copiloto. Siempre imaginé unas habitaciones comidas por la humedad, desconchones, somieres viejos que relinchan más que un caballo desbocado y colchones impregnados con el semen de mil capullos borrachos y guarros.
El interesado en el amor de pago no mostraba escrúpulos con la descripción. Las agujas del reloj estaban por encima de las once de la noche cuando dimos una vuelta de reconocimiento. Afuera, algunas prostitutas se apostaban pegadas a la pared, desbordando carne y disfrazadas de reclamo erótico en un ambiente de bajos fondos. Uno de los bares de alterne cubría la mitad de su puerta con un cortinón granate que dejaba entrever el interior. Detuvo el coche al lado de la entrada y pude ver a un par de rameras exhibiendo pierna con lencería barata y algunos clientes babosos rondando con ojos saltones y dedos encendidos, supongo. Después de dar la vuelta a la manzana encontró un sitio para aparcar a unos escasos doscientos metros. Resultaría hasta romántico decir que en la oscuridad del cielo las estrellas ponían sus puntos de luz, pero lo más amoroso fue ver como revisaba el dinero que tenía en la cartera y salía decidido a buscar sexo de alquiler.
- Como pase la policía seguro que paran a registrarnos. Damos mucho el cante aquí metidos.
- ¿Y qué? – respondió uno. No estamos haciendo nada salvo esperar en un coche.
- Si, en un Dyane6 con el morro martilleado. Ya nos veo fuera y a los maderos registrándonos. Les diremos que estamos esperando a que nuestro amigo termine de echar un polvo.
- Pues esa es la verdad.
Los tres del asiento de atrás estábamos como los pollos recién salidos del huevo, quietos, dándonos calor y a punto de dormirnos hasta que me revuelvo y pregunto:
- ¿Creéis que habrá entrado?
- Si, seguro que ya eligió y estará follando.
- Joder, solo pensar en esos colchones me da asco – solté.
Había transcurrido poco más de media hora cuando lo vimos aparecer con las manos en los bolsillos hasta que las sacó para coger la manilla. La puerta del coche se abrió y se cerró con un sonido de lata débil y sencilla. Traía una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Cómo te fue? ¿Cuánto te cobró? – preguntamos.
- Ja ja ja – rió. Dos mil pesetas pero por quinientas más conseguí que me la chupase.
Nos pareció extraordinario, algo así como una buena oferta. Sentí alivio por largarme de aquellas calles con tufo a hampa cutre. No era tarde y todavía llegábamos a tiempo para encontrar abierta la bolera y echar unas risas a cuenta de lo animales que éramos jugando a los bolos. Una cosa es la técnica para tumbar las piezas y otra bien distinta lanzar la bola con la primaria idea de reventarlos. A veces la bola salía hacia cualquier lado menos a la boca de la máquina, lo que suponía miradas de advertencia del encargado. En realidad lo que nos jugábamos allí era la estancia en el local.
..."Sentí alivio por largarme de aquellas calles con tufo a hampa cutre"...
Nos fuimos de Santiago con nuestro relajado colega al volante. El asfalto planchado de la ciudad dio paso a la vieja carretera de la década de los ochenta, sin arcén y con una descafeinada línea discontinua en el medio que apenas marcaba la división de los carriles. En el asiento de atrás no había cinturones. A veces soltaba una queja porque el que iba en el centro quedaba a merced de la inercia en las curvas, dejándose caer sobre mi cuerpo y aplastándome contra la puerta.
- Como vayas tú en el medio siempre nos machacas. Si el viaje fuese largo acabaría mazado.
- ¿Qué quieres que haga? – protestó. No soy yo, es el coche al coger las curvas.
- Eso ya lo sé, pero agárrate a los asientos de delante o haz fuerza con las piernas para que no descargues todo sobre mí.
Faltaban diez kilómetros cuando un coche se pegó a nuestro culo con humos de superioridad. Éramos una presa fácil para un Renault 5 Copa Turbo y un piloto que pretendía putearnos en la subida de los Barreiros. Al principio no hicimos mucho caso, nuestro conductor seguía relajado y parecía importarle un comino llevar al otro con los faros encima. El Renault adelantó con chulería sin temeridad a las curvas ni a la visibilidad. Por fortuna a las dos de la madrugada de un domingo no se veía otro haz de luz que no fuesen los nuestros. El Renault 5 se puso delante y clavó los frenos por lo que estuvimos a punto de comerlo. Esa maniobra terminó de cabrear al alma del Dyane6. Había picado contra el imbécil.
- ¿Lo conoces? – preguntamos. ¿Te suena el coche?
- No, no tengo ni idea. No me suena la matrícula. Que hijo de puta, como corre. Si tuviese ese coche no me vacilaría de ese modo.
- Este coche no da más y somos cinco – dijo el copiloto.
- Pues a mi no me jode.
Yo viajaba detrás del conductor. Me agarré a la maneta que había encima de la puerta. Pensé que esta vez sí lo volcaríamos y que el accidente nos llevaría a todos por delante. Me fijé en el asfalto y en la enorme posibilidad de besarlo, dejarme en el los dientes y abrir la sesera. Fueron varios los intentos por adelantar entre una diferencia de coches sustancial y, en esos casos, se miden más los huevos que el sentido común, así que nuestro piloto puso los suyos.
- Como nos la peguemos no la contamos – le susurré a los de atrás. Nadie respondió.
El Dyane6 bajó la marcha y aceleró hasta lo imposible al tomar la curva que enfilaba la última recta antes de entrar en Ponte Maceira. Hay una buena pendiente y un buen cambio de rasante. Los coches fueron en paralelo al más puro estilo de las carreras de la película Grease pero sin sensuales rubias esperando. Solo un arcén y la figura negra de la guadaña. Yo miraba por el hueco que me quedaba entre las ventanillas y el asiento del piloto. Si aparece otro coche nos vamos todos al infierno. Pasamos la cúspide sin ninguna visibilidad con los dos coches pegados hasta que el Renault 5 amilanó y dejó que lo adelantásemos.
- ¡No tuvo huevos a seguir, no tuvo huevos! – cantó el piloto.
Cogimos las curvas anteriores al puente y al bar en un desequilibrado zigzagueo. En la recta de la Barquiña, antes de entrar en Negreira, sentimos rugir el motor del R5 hasta que en el tiempo de un suspiro se puso a nuestro lado, tocó el claxon y nos dejó clavados.
- Aquí ya es imposible seguirlo – dijo con serenidad ¡Que le den!
Esa noche, antes de dormirme le di las gracias al diablo. A finales de 2018, creí reconocer al amigo del Dyane6 en la casualidad de un domingo por la tarde mirando escaparates en Santiago. También iba acompañado de una mujer. Me fijé en su cara, su pelo, la tez morena, los ojos y su estatura. No podía equivocarme y estaba completamente convencido de que era él. Lo llamé por su nombre. Se giró mirándome.
- Hola, ¿tú eres fulano? – pregunté.
- No – contestó con una sonrisilla en la cara.
- Juraría que eres tú ¿No te acuerdas de mí?
- No.
Hice memoria con alguna que otra anécdota sin mentar la noche de putas, claro. Sin duda no hubiese sido la más apropiada. Lo siguió negando aunque aprecié en su mirada una pizca de mentira hasta que decidí desistir y pedirle disculpas por la confusión dado el enorme parecido. Me fui y sí, tenía la corazonada de que era él, tenía que ser él aunque tal vez no le interesase recordar a tipos como yo.