top of page

AHÍ ESTÁS TÚ

Dice la canción que Sevilla tiene un color especial y es cierto. La caliza y la calcarenita que construyó los edificios de su historia se pinta de oro con el sol. La mayoría de la gente se queja de la espera en los aeropuertos. Yo no, no me importa cuando sé que voy a cruzar una puerta que me embarca a surcar el cielo aunque sea sin libertad y el hueco de una ventanilla para ver el mundo.

 

Salí de Santiago de Compostela a finales de noviembre en un avión, viendo desde el aire la belleza perfilada de la última de las Rías Altas y todas sus hermanas, las Bajas. El vuelo siguió la costa portuguesa que aparece como una línea de playa hasta Oporto y justo antes de Lisboa los pilotos nos enfilaron tierra adentro hacia Hispalis.

Las minas de Riotinto, lejos de ser un lugar de riqueza y pobreza ambiental, aparecen a vista de pájaro entre una espectacular variedad de tonalidades ocres y naranjas. Andalucía es amarilla como la arena del desierto y verde como una aceituna. 

Es cierto que iba por trabajo y es cierto que algunos trabajos dejan grandes oportunidades para ver, para visitar; aunque sea a la carrera, aunque sea corriendo.

..."Si algo me emociona es saber que desde aquí partió la aventura hacia el Nuevo Mundo"...

Me recogieron en el aeropuerto Jose y Luis. Desde Sevilla viajamos a Huelva, no sin hacer una pausa para una buena comida en un pueblo solitario, casi vacío en sus calles y lleno de vida en los comedores de los restaurantes. Y no sabes si es el aceite, si fue el aliño, si es por la tierra pero las olivas sabían a gloria. Sin haber pisado Huelva ciudad – y ya van dos – seguimos hacia Mazagón. Si algo me emociona es saber que desde aquí partió la aventura hacia el Nuevo Mundo. La desembocadura de los ríos Odiel y Tinto empujaron las tres calaveras, después lo hizo el viento, la orientación hasta las Américas y mucha, mucha incertidumbre. A nosotros nos empujaba el motor de un coche cruzando el puente y mis ansias por ver la réplica de las naves ancladas en La Rábida. No hubo suerte, el recinto-museo estaba en obras y no me quedó otra que conformarme con una visión cercana y medio oculta - y ya van dos.

 


Las industrias que preceden a la entrada de Mazagón son una pequeña ciudad de acero, hierro y cemento, conformada por depósitos cilíndricos y esféricos que albergan y modifican los recursos energéticos extraídos a la naturaleza. Durante la noche recrea un escenario espacial y durante el día me recuerda a un viejo salvapantallas de ordenador donde unos tubos realizaban un recorrido laberíntico y retorcido. Y, al otro lado de la reja, el Parque Nacional de Doñana que se extiende y mezcla con el hombre.
Mazagón se abre al mar, al turismo de verano, a interminables playas y acantilados frágiles. A los chiringuitos, y claro, como no, al “pescaíto frito. A un faro que cíclicamente proyecta su haz de luz sobre el océano y la estampa en el interior de los salones y habitaciones de los edificios. Para nosotros era la señal donde se encontraba el mejor local de la noche para tomar la última pinta.

Llevamos a Luis a Sevilla para coger dos vuelos casi enlazados. Uno de avión comercial y otro de helicóptero hasta la única plataforma petrolífera de nuestro país. Una pequeña isla de hierro a 42 kilómetros de la costa de Tarragona. Para nosotros un día entero por delante en tierra. Bajamos hasta Cádiz, cruzamos el polémico y espectacular Puente de la Pepa, pisamos la Plaza de la Catedral e hicimos cultura con una exposición de Henry Moore a las diez de la mañana desde una terraza tomando un café. Nos asomamos al mar desde el Castillo de Santa Catalina. En una de las estancias del baluarte, una chica invitaba a escribir una reflexión en un libro registro de una exposición sobre la trata de blancas que rezaba por título “No seas cómplice”. Dejé la mía: “La mujer es la delicadeza del sentimiento. Una mujer solo puede devolver una caricia porque la siente, no porque la obligan, no porque se la pagan”.

"Jerez de la Frontera fue tan fugaz como aparcar el coche,

beber un refresco en una terraza y salir de la ciudad"...


Jerez de la Frontera fue tan fugaz como aparcar el coche, beber un refresco en una terraza y salir de la ciudad.
Entramos en Sevilla con el estómago apretando a la hora de comer. Mi suerte en este viaje fue tener chófer y guía particular. Y Jose se portó como siempre, con excelencia. Me desembarcó en el Parque María Luisa y en la Plaza de España mientras otros turistas se embarcaban para circunnavegarla en bote. Tal vez algún rincón de la ciudad quiera competir en navegabilidad con plazas de Venecia, Amsterdan o Aveiro. La Plaza está rodeada simbólicamente por las Provincias de España y como no, aunque viajaba con uno de Vigo, me fui directo a la de Coruña. Allí estaba, sobre azulejo amarillo, en negrita y destacado el nombre de NEGREIRA. Me gustó, solo puedo decir que me gustó.

La calle de San Fernando fue el lugar idóneo para sentarse en una de sus terrazas y actuar de observador. Necesitaba el bullicio urbano así como a veces se necesita escapar de el. Además, esta calle alberga excelentes edificios como la antigua Real Fábrica de Tabacos reconvertida en Universidad. ¿Acaso el tabaco no se mezcló de alguna forma en el ambiente bohemio de la sabiduría?

 

"Sevilla es color y olor"... 

Mientras comíamos un menú escaso para dos norteños, el escenario se completaba con el paso casi sigiloso del metro, con los utilitarios de bicicletas, con ejecutivas y ejecutivos vestidos de invierno a 20º moviéndose a golpe de pedal con sus ordenadores portátiles colgados en bandolera. Los estudiantes de erasmus compartiendo el almuerzo y todo este conjunto de piezas concediendo un ambiente muy europeo. 
Sevilla es color y olor. Olor a caballos, a carros que pasean guiris, a enamorados que van a su boda. A cuero y ruedas engrasadas. Olor a flores y manzanilla, olor a belleza femenina. Es el vestigio de otra conquista, Al Andalus y los restos tan emblemáticos de una fortificación como es la Torre del Oro convertida en Museo Naval.


- Lo siento Jose, tengo que subir – dije.
- Vete, ya subí no sé cuantas veces – contestó.


Y esperó con paciencia mientras yo recorría cilíndricamente el edificio previo pago de la entrada. Seguí empapándome de acontecimientos, de nautas y exploradores. Desde su terraza respiré hondo y me sentí vivo. La bandera de España que algunos dedican venablos, bailaba con la brisa señalando la catedral, el estandarte de un país de regiones que congregó otrora reinos y condados. 
Nos quedó la luz suficiente para acercarnos hasta ella, para rodearla, para elevar la mirada en La Giralda, para saber que los edificios santos se van transformando con la historia y que son grandes maravillas hechas por la mano del hombre. La misma que puede destruir con tanta facilidad.

Al final de la tarde, desde la escalinata del Archivo General de Indias, miré la ciudad sabiendo que no la había visto.
Quizá me embrujó la letra de Chambao y me dejé llevar por las sensaciones.

bottom of page