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UN CHAVAL DE CANGAS DE ONÍS

Cuántas cosas de la vida salen a veces de una servilleta de cafetería. De ésta fue en un Pub, al amparo de la última copa de una noche en Cangas de Onís, sin darle tiempo a que el sol nos deslumbrase como vampiros. Era una noche serena, de ginebra y tónica pausadas. Arrimados al mostrador, sin una música que rompiese los tímpanos, apareciendo más como una banda sonora para una conversación tranquila y sosegada que bailaba en una diversidad de temas y sin orden aparente. Álvaro había abierto el local hacía muy poco. Me lo encontré en verano por la calle y me habló de la reforma que le estaba dando a un bajo de una casa antigua para convertirlo en un bar donde el horario contemplaba la nocturnidad y alevosía.

Álvaro pasó o pasa o pasará o yo que sé, de ser "el Ferreteru", a seguir siendo "el Ferreteru" por muy bar tender que se convierta. Hay negocios familiares que aunque echen el cierre por traspaso y los hijos no quieran, no puedan o como sea que fuere, los apodos se quedan de por vida. Aquella noche entraron dos chavales que no pasaban de los veinte y dos años, creo. Uno de ellos era muy conocido de Jar.

Jar es un tal José Antonio de Arriondas que había trabajado en la ferretería del padre de Álvaro, el Ferreteru ya saben, y al que yo un día encargué el padrinazgo de mi hijo Pelayo. Uno de los dos chavales se dirigió a hablarme con desparpajo y una confianza absoluta, como si yo fuese uno de sus mejores amigos. No pude evitar hacerle una pregunta que me resultaba un tanto vanidosa pero que necesitaba realizar para liberarme de la duda.

- ¿Tú me conoces de algo?

- No - me respondió - pero te interpreto.

Su respuesta me dejó descolocado. Me hizo reír y pensar. De sus palabras yo interpreté claramente algo. Un chaval joven que ya no cree en nada. Que los que hacen la política, sean quienes sean, le robaron cualquier ideología y sobre todo cualquier ejemplo, donde los hijos de puta han matado la imagen del bueno. Un chaval que solo cree en su vida del trabajo diario que le lleva el pan a la boca y en pocas cosas más. Que uno se levanta todos los días, con amaneceres que pasan por lluvia o sol, que despierta para estar en el mundo y pensar que siempre hay algo bonito que aísla una pregunta:

- ¿Qué coño somos Asier? – dije - ¿no ves que en la película "En busca del fuego" ya nos peleábamos por una brasa? Jar, se metió en nuestra conversación para dejarle un aviso.

- Oye, ten cuidado con lo que cuentas que a éste le gusta escribir – le advirtió Jar. Se llama Asier Alonso – acabó chivándose.

 

El segundo apellido me quedó tan mal escrito en la servilleta que ni yo mismo no reconocí la letra así que días después, cuando me puse a teclear, tuve que llamar a Jar para que me diese el dato que me faltaba.

A mi protagonista le pregunté si no le importaba que escribiese algo sobre la conversación que acabábamos de tener porque me había hecho mucha gracia su respuesta soltándome que no me conocía pero que me interpretaba. Me dejó su correo electrónico, sin querer darme su número de tfno porque prefería encontrarse con la gente por ahí.

Hoy es Nochebuena. No sé lo que Asier estará interpretando a estas horas. Tal vez no crea en nada, y menos aun en los mensajes que nos llegan desde muchas bocas. Yo casi que tampoco. Así que voy a quedarme con Papá Nöel porque, aunque esta noche no deje ningún regalo, hay algo en lo que no ha fallado nunca: La ilusión.

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