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CAMISETAS DISNEY

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Fernando y yo somos la antítesis a una fratría. Llevamos la condición de hijos únicos alejados de ese conjunto de descendientes de un matrimonio, de una pareja o, dados los tiempos tan modernos y desbordados de ocurrencias, como ustedes prefieran denominar. Nos arrastra el vínculo familiar de primos porque nuestras abuelas eran hermanas. Nos separan tres años y una soledad en la niñez como vástagos que se suplía con el cariño y la complicidad de tratarnos como hermanos. En esa circunstancia tuvimos la inmensa fortuna de haber vivido a escasos cien metros, lo cual nos otorgaba la libertad y confianza suficiente para que nuestras casas careciesen de puertas entre nosotros y que aquella estrecha carretera que separaba una vivienda de la otra no fuese más que la metáfora de un largo pasillo. Fuimos tan inseparables que la mayoría de las anécdotas que guardo de ese tiempo no se conciben sin él.

..."La primera que me llega es de mitad de la década de los setenta,

sentados en un pequeño banco de madera donde nuestros diminutos cuerpos cabían juntos"...

La primera que me llega es de mitad de la década de los setenta, sentados en un pequeño banco de madera donde nuestros diminutos cuerpos cabían juntos, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada pegada a un televisor de dos canales, absorbiendo las imágenes en blanco y negro de las películas que pasaban los sábados por la tarde y que después emulábamos en nuestros juegos en frente a su casa, donde una hilera de castaños podía convertirse en un fuerte de vaqueros atacado por indios o la mismísima selva de Jonnhy Weissmüller como el único Tarzán que aún seguimos reconociendo.

..."No tengo intención de sumergirlos en la pena, ni arruinarles el día con una aflicción al estilo Marco"...

 

 

Tampoco perdonábamos los dibujos animados, aunque algunos nos hundiesen en la melancolía como la adaptación del cuento de Edmundo Amicis “De los Apeninos a los Andes” y del que la mayoría de ustedes ya conoce la historia: un niño italiano acompañado de su mono Amedio se da el piro más largo y triste que hayamos visto buscando a su madre. No tengo intención de sumergirlos en la pena, ni arruinarles el día con una aflicción al estilo Marco, pero ahora me pasa una estela de memoria fotográfica por el interior de la retina viendo las lloreras de mi pariente despidiendo a los progenitores cada vez que terminaban sus vacaciones de emigrantes. Y es que a mi primo, prácticamente aprendiendo a respirar, la realidad lo estampó bajo la tutela de su abuela materna Carmen mientras sus padres buscaron en Suiza su dorado particular.

..."Teníamos alma de ricos porque aquellos mini vehículos se aparcaban en casoplones

que construíamos con trozos de ladrillo y bloque"...

 

Una de las escasas ventajas que tenía en esta semi huérfana vida era cuando ese viaje vacacional se realizaba hacia aquí, porque con ellos también venía un pequeño lote de regalos que por rebote disfrutaba. Los que más deseábamos eran aquellos flamantes coches en miniatura que nos traían de segunda mano e importación. Solíamos pilotarlos por las calles que se perfilaban en la tierra con un trozo de madera y la tracción de una mano, recorriendo pequeños pueblos inventados y diseñados con la mejor arquitectura infantil. Teníamos alma de ricos porque aquellos mini vehículos se aparcaban en casoplones que construíamos con trozos de ladrillo y bloque, dotados de entradas suntuosas que adornábamos de jardines esbozados con hierbajos al abrigo de la lluvia en el bajo del un edificio de un paisano que se llamaba Isolino. Era un inmueble de cuatro plantas que pasó muchos años en obra, inacabado, abierto al exterior y al cielo pero que a nosotros nos daba cobijo para jugar a nivel de suelo y desafiar al vértigo cada vez que nos asomábamos al vacío desde el último piso.

 

..."El agasajo vino del cielo volando en una billetera desde el país alpino para comprarlo en España"...

Otra de las cosas que venían en las maletas era una descomunal bolsa de chocolatinas con el mejor sabor de los Alpes y que acababa depositada en una enorme cesta de mimbre en la humilde sala comedor de la casa. El goloso contenido no solía pasar más allá del otoño, haciendo caso omiso a la advertencia de que comer demasiado nos haría doler el estómago, entrando a hurtadillas a por el dulce tesoro y aplicando el engaño acertado a la abuela para llevarnos alguna de más al paladar.

Otro de los contados y tristes chollos que llegaba desde Suiza, solía aparecer durante las Navidades, cuando el esfuerzo económico unía ocasionalmente a la familia, con algún juguete para regalo de Reyes digno de casas pudientes. Recuerdo el entusiasmo al ver una caja de Escalextric y abrirla con la emoción de vernos al volante de dos Fórmula 1, corriendo sobre una pista de plástico que montamos en el frío suelo de cemento del pasillo. Nuestro cronómetro para el desenfreno en las carreras lo marcaron los adultos, argumentándose en la nula posibilidad de conseguir recambios por estos lares y para la época. Al verano siguiente hubo otro regalo que también dejó una huella indeleble. Los que tenemos una edad sabemos lo que supone pasar horas sin suministro eléctrico, sin una bombilla que no se enciende. El agasajo vino del cielo volando en una billetera desde el país alpino para comprarlo en España. Fue la cámara de CineExin y un par de rollos de película con dibujos de Disney que podíamos exhibir a nuestro antojo sin depender de un enchufe. Una linterna interior descargaba su luminosidad sobre la lente y dándole a una manivela hacíamos que los protagonistas animados y mudos cobrasen vida. Lo malo era que a partir de dos sesiones resultaba aburrido y la única manera de volver a conseguir el interés para otro par de veces pasaba por visualizarlo al revés, buscando de nuevo la gracia en las orejas de Pluto y compañía.

..."Michel le clavó a mi primo Fernando, como un INRI en la cruz de Cristo, el apodo de Micky"...

 

 

Lo curioso es que años más tarde mi primo quedó ligado por completo a la compañía cinematográfica cuando el círculo de amistades que se llevan hasta la tumba se amplió. Michel le clavó a mi primo Fernando, como un INRI en la cruz de Cristo, el apodo de Micky porque uno de los últimos regalos que vino con las maletas estivales, fue una variedad de camisetas del ratón que vistió ininterrumpidamente, mucho tiempo después de que a aquel CineExim, con dos rollos de dibujos de Disney, le acabásemos las pilas y jamás volviese a ver la luz.

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