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CARGANDO BALAS

Lo tengo claro y hoy me apetece descargar bilis. Llegar a esta conclusión me costó varios años y es que el asunto no era fácil. Ahí va. No me cabe duda que un teléfono móvil es un revólver que desenfundamos tropecientas veces retando al personal y, de forma inherente, el riesgo a pegarnos un tiro – o varios – en el pie pasa por otras tantas. Sobre todo porque es muy fácil. Y como somos idiotas, llevamos un cinturón lleno de balas y la capacidad de aliviarlo de peso en un día, incluso en menos tiempo.

Si alguien pensó que con aquel apoteósico estreno musical de Cañita Brava y José Faílde interpretando o desmembrando el lirismo de “Granada”, lo había visto todo, entenderá que, saltándome los avances desde los sms de Airtel hasta todas las prestaciones de los super Aifon actuales, el que más o el que menos dispone de un cacharro que, como mínimo, recoge imágenes en ocho megapíxeles, permitiendo fotografiar o grabar vídeos que circulan a una peligrosa velocidad interestelar. Ya no es necesario pensar en una inaccesible productora o un programa que conceda una oportunidad, para lo que sea. En otras lides, ni tan siquiera una editorial para publicar una barrabasada como esta. Conseguir un minuto de gloria o de penosa existencia es más fácil que el juego de la oca, sabiendo – o deberíamos – que utilizando la tecnología como medio de difusión también cada uno es dueño de los filmes que hace y expone. O escribe.

Con tanta fauna algunos se convierten en muy especiales. En un amplio catálogo, los hay que viven de la exhibición pura y dura y otros que casi sin querer, se vuelven tan mediáticos como juguetes rotos.

 

"En un amplio catálogo, los hay que viven de la exhibición pura y dura y otros que casi sin querer,

se vuelven tan mediáticos como juguetes rotos"... 

 

Entre los últimos seleccionados al Goya tenemos a un humilde paisano que, sin más agravante que la divulgación y prevención sobre los riesgos de la avispa asiática, nos regaló en su día una advertencia sobre la misma. Hasta ahí el vídeo estuvo entretenido y simpático. Casero y cercano. Lo malo llegó después, que tras el éxito viral se dice, vino el puteo, el vacile del espabilado de turno que lo tomó por el pito del sereno para que el personal pudiese seguir destornillándose con el anuncio de las fiestas del pueblo. Pero lo malo de lo malo es que el autor – sin sabios consejos de un buen amigo – siguió atendiendo las solicitudes de un vecindario más carroñero e hijo de puta que sensato, donde el inocente protagonista le coge el gusto a eso de salir en la pantalla táctil y soltando de vez en cuando al ciberespacio joyas de promociones y comunicados sin más maldad en apariencia, que la de echar un cable al evento de turno. Y ahí sigue, o seguía hasta hace unos días, donde la presión mediática y descontrolada le llevó a decidir que lo mejor para su salud era dar por finiquitada la autoproducción, ofreciendo un angustiado adiós con los mejores adjetivos que pudo haber dedicado a muchos valientes y valientas que con infame risa de hienas y plumaje de aves de carroña, no solo les llegó la crueldad de la burla barata en los corrillos de uasap o de taberna del pueblo, sino que su gran hazaña – según cuenta el protagonista – fue darle candela telefónica a golpe de llamadas intempestivas y otras lindezas.

..."Lo malo llegó después, que tras el éxito viral se dice, vino el puteo,

el vacile del espabilado de turno que lo tomó por el pito del sereno"...

 

En un nivel aún inferior al ser humano, entregamos el Óscar a la gilipollez suprema a aquellos y aquellas que graban sus segundos más agresivos y cobardes, soltando un sopapo o una patada al primero o primera que pasaba por allí o esperaba el bus. Estos energúmenos lo hacen con menos valentía que Juan el Golosinas que de pequeño le llamaban el gallina y que, dicho sea de paso, tuvo más agallas ante la vida que cualquier tipejo o maleanta que por desgracia aparecen en los telediarios para recordarnos que entre la especie también habitan los imbéciles.

 

..."En este escaparate podemos ser de todo y a bajo precio"...

Si existe un terreno vicioso en la prolongación del progreso y de la libertad de expresión sin duda son las redes sociales, allí donde a unos cuantos les gusta pisar más el fango que la pradera. No cabe duda que, dentro de lo variopinto de interné, se han convertido en una buena herramienta de divulgación, ya sea verdad o mentira dicho sea de paso. Lo mismo nos encontramos visitando salas de exposiciones con un gran nivel técnico de fotografía que la puerta de entrada a los álbumes familiares a los que hace años solo accedíamos bajo la confianza del anfitrión, aún a cuenta y riesgo de un potencial aburrimiento. En este escaparate podemos ser de todo y a bajo precio. Desde reporteros de Barrio Sésamo a analistas políticos; desde filósofos a cuentacuentos ; desde críticos de lo que sea a poetas del amor. También somos jueces y juezas que llevan de serie el oficio de verdugos y verdugas sin más ley y sin más conocimiento que la opinión del exabrupto. El caralibro es esa ventana que abres para que todos vean tu casa, donde tu alma se desnuda más que tu propio cuerpo y al mismo tiempo es la llave para entrar en las de todo quisque. Los más inteligentes son los que ni ves ni sientes que están ahí. Habitantes que sin apenas una historia expuesta observan cada movimiento y cada palabra dejada con acierto o error. Y lo hacen detrás de la mirilla de la puerta con logotipo de google, curioseando en modo anónimo y sin que nadie aprecie un pestañeo o una mueca de su cara.

 

..."Los más inteligentes son los que ni ves ni sientes que están ahí"...

En las redes, cualquiera puede encontrar su Vía Crucis a través de un mensaje tan inoportuno como labrado, directamente del zarzal de la calle a ser la cabeza del mesías de turno en manos de miles o millones de Poncios Pilatos, y cuya corona se va cargando de tantas espinas como participantes haya dispuestos a dejar comentarios. Hace poco leía en el perfil de una chica que necesitaba alejarse de ese espacio durante una temporada porque sentía que su intimidad estaba violentada por decirlo de alguna manera, viéndose entre unos cuervos que confundían las fotos con la provocación y unas serpientes que escupían el veneno de la envidia. Es el precio al exhibicionismo en sus más amplias facetas. Para ello no es preciso mostrar el ombligo, cualquier tema sirve para alimentar el sálvame de luxe en el que hemos transformado todo cuanto nos rodea.

 

Así que cuidado en este patio, porque salvo que sea un mero espectador de los que solo se dedican a comer una buena bolsa de pipas desde el relajante balanceo de una mecedora cotilleando como vive y se tirotea el vecindario, recuerde que tiene el riesgo aún siendo antibelicista, que desde su escondrijo, sin mirar a los ojos a nadie y en el momento que menos lo espera, usted descerraja un tiro con esa pistolita en la que sus dedos son el percutor que dispara la bala que carga cada tecla. Y, ojo, porque muchas vuelven de rebote.

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