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TORRE SANTA DE ENOL. "Corredor del Marqués"

En la Rondiella, el suelo verde comenzaba a vestirse con neveros que habían resistido el calor de los días pasados y entre sus piedras nos detuvimos un momento. Desde allí mismo nacía el manto blanco. Nos adelantaron dos montañeros con los que habíamos compartido la llegada en coche a Pandecarmen. Nos pasaron intercambiando saludos.




En Vegarredonda el guarda deja abierto el refugio pequeño durante el período sin atención para servicio de todos los que se acerquen al Macizo del Cornión en los Picos de Europa. En el porche, los hornillos ambientaban con su ruido característico los preparativos para la cena mientras que un comentario inocente proponiendo percebes como menú, inició un debate que pasó de lo culinario a lo deportivo con dosis de burla y prepotencia por parte de un gijonés y que terminé zanjando proponiendo hablar de otros temas si cabía la posibilidad de seguir manteniendo alguna conversación.


Sentí que alguno se empeñaba en marcar una distancia entre un grupo de tres amigos y otro de dos. Me empequeñecí oyendo en una conversación ajena a mí, a un hombre hablar de montañas, de lo que hacía y por donde se movía, mientras su compañero transmitía una humildad que lo compensaba todo. En comparación, mi experiencia era lo equivalente a muy poca y la de mis compañeros, José Ramón y Alex pasaba por casi nada y absolutamente nada. 

Me atreví a preguntar con dosis de vergüenza que actividad iban a realizar al día siguiente y el más experto señaló varios objetivos sin tener ninguno claro. Todo dependería de las condiciones de la nieve - me dijo. Nosotros nos iríamos al Corredor del Marqués. La vía de hielo más fácil, la que se cataloga como de iniciación. Sin duda éramos los chanclones que calzaban bota dura.

 

Pasó la noche con meada incluida a las tres en punto. El cielo estaba limpio de nubes y salpicado de estrellas, abriendo un día perfecto que comenzó con un desayuno fuerte. Subimos por la Llampa Cimera pisando huella hasta que el hielo y la pendiente reclamaron la seguridad de los crampones y un piolet. Nos maravillaba el hermoso paisaje blanquecino coincidiendo con un sol que se levantaba sobre las montañas ataviadas del invierno que terminaba ya mismo al día siguiente. Mientras dábamos pasos seguros hacia Cemba Vieya, la jornada transcurría alegre.

El corredor o rampa, se inicia en una sombra eterna y fría, en un terreno mixto de nieve y roca para seguir ascendiendo por una especie de larguísimo tobogán helado, pegado a una pared vertical de hielo y a un abismo que se abre hacia el Mar Cantábrico. La última parte fue un cristal puro donde la punta de los piolets y los crampones penetraron lo justo para sujetarte en cada movimiento. Al final de la cresta cimera estaban nuestros "amigos" que al final también habían elegido el mismo destino entre otros mucho más difíciles que habían aventurado la noche anterior. 


 

Juan era el buen escalador de roca y el inexperto en hielo de la cordada. Era el tono amable que  me dejaba una advertencia.

- ¿Sabes que no has metido ningún seguro en veinte metros?

- Me sentía cómodo y tranquilo y, bueno, salió bien el asunto - respondí mirando hacia abajo.

 

José Ramón también me dijo lo suyo porque una caída podría arrastrarlos a ellos y que en el largo de la travesía me largué sin tiempo a asegurarme. Solo sé que las fotos que les hice a ellos desde cumbre moviéndose por la arista me parecen fantásticas. Que cada montaña son como islas que se levantan soberbia y vertiginosamente sobre un mar congelado que desaparecerá con el verano.

El buzón de cumbres de la Torre Santa de Enol estaba enterrado debajo de la capa de nieve. En él está el viejo recuerdo acompañado de la enorme alegría y emoción que me produjo participar el día de su colocación. La Torre de Santa María fue la primera montaña que vi en mi vida.

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