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DANDO LA LATA

A Marina Bercero

De todos los seres vivos el ser humano – y el término engloba ambos géneros – se dice que es el más inteligente que habita en la tierra. Y también el más gilipollas, el más estúpido y el más malo malísimo; abarcando al masculino y al femenino, insisto. Y cada vez más y en más facetas de la que les cuento. A este espécimen, o sea usted y yo, le sigue en agudeza por el mundo animal el chimpancé, el delfín, el cerdo, el loro y el perro. Así por este orden. También hay que decir que somos educados y racionales. Y prefiero pensar que ese número supera con creces a los adjetivos des-calificativos aportados anteriormente a pesar de mi acrisolada desconfianza.

 

Podría decir running o footing pero realmente lo que suelo hacer unas tres o cuatro veces por semana es salir a correr. A hacer un poco de ejercicio físico y de paso despejar la sesera de las idioteces acumuladas del día, vamos. Decía que salgo a correr, lo hago sin grandes esfuerzos porque tampoco busco ya en ese terreno situarme en el grupo de delante o batir mi cronómetro subiendo a dos patas la dura y larga cuesta de los Lagos de Covadonga como hice en su día. Fueron otros tiempos. El caso es que suelo ejercitarme por el mismo recorrido siguiendo el camino de peregrinos hacia Fisterra. Empiezo directamente con un desnivel que me aprieta los hígados casi al salir del portal de mi edificio y recupero el resuello bajando hacia el puente de Padín. Con una breve pausa, vuelvo desde allí sobre mis pasos largando una primera serie a ritmo acelerado hasta la bifurcación que lleva al área recreativa de Cobas.

En este final, entre un punto y otro hay poco más de un centenar de metros. Hace un par de meses hice lo que ya había hecho en otras ocasiones, incluyendo el gesto cuando paseo por alguna calle de mi leal y noble villa – y esto no lo digo para tirarme flores hacia lo que pudiese venir – recoger algunos plásticos y latas de bebida que adornaban las cunetas. Entre todas las piezas sumaban un total de 23. Las llevé en brazos como un bebé para que no se me cayese ninguna y depositarlas en un contenedor de residuos de color amarillo. Lo peor es que dos meses después, algunos seres humanos volvieron a pasar por ahí dejando otra vez preciosos envoltorios o recipientes que brillan a la luz del sol. Y en ese momento es cuando uno se pregunta en que lado están los idiotas.

 

Este gesto, sin ser nada extraordinario, proviene de la educación de unos padres humildes, sin estudios, sin conciencia hacia el medio ambiente ni ser socios de grinpis ni la ong limpiemoselplaneta. Simplemente fueron y son padres que desde la cuna me explicaron que no se tira nada al suelo o si lo hay se recoge. Nada, unos tipos raros de pueblo como los de la mayoría de mis amigos de la época, por fortuna. Quizá, los tiempos actuales y este tipo de asociaciones o culturas más educadas como la japonesa – que dieron un ejemplo en el mundial de Rusia mientras los demás se choteaban – provocan a algunos trastornados un contagio hacia lo pulcro o el cuidado del planeta. O simplemente el respeto hacia todo.

 

En esas lides tengo como ejemplo entre otros a un amigo, un tal Carlos del que ya hablé en alguna ocasión, que además de descender los ríos se dedica con descaro a ir recogiendo la porquería que algunos, en su máxima expresión de libertad y acomodo, arrojan como testimonio de su paso por el lugar, lo que serán futuras piezas arqueológicas de desperdicios. Y hete aquí que hace poco los telediarios mostraban a una ballena con su estómago repleto del plástico que llega desde los ríos, las playas o se tiran desde los barcos al mar. Y es que oigan, sinceramente a uno le entran ganas de abroncar al mamífero éste por comerse lo primero que le cae en la boca. Pero nada, por mucho que adviertan que ese residuo, de una manera u otra, llegará a nuestro organismo y afectará a nuestra salud, carece de la mayor importancia mientras no sucede o se perciba de manera sustancial y los que vengan y hereden un planeta jodido que espabilen, que para eso son el futuro, mientras en el presente están los políticos que toman decisiones apuradas cuando el tema pinta mal después de ser condescendientes un largo tiempo o unos padres que eso de la educación ambiental aparece como un tema secundario o inexistente. Para muestra una noticia actual que habla de la potente industria china que ella sola empieza a cargarse de nuevo una capa de ozono que comenzaba a recuperarse.

 

Una mañana me encontré por la calle de mi pueblo a una fila de renacuajos – no se ofendan por la expresión – siguiendo a una profesora. De iniciativa propia esta docente, una vez al mes, los lleva de paseo haciendo una tourné por los puntos limpios de recogida de pilas, baterías, etc; enseñándoles el asunto ese tan turbio del reciclaje. Esta maestra merece un respeto, un premio o un reconocimiento para que los demás educadores y padres sigan el ejemplo que no toda la enseñanza está en los libros. No sé cuantos saldrán de ahí con la conciencia y la educación medioambiental, pero si de veinte surge uno habrá valido la pena. Al menos, entre tantos, siempre aparece alguno que se moleste en hacer el trabajo limpio que otros ensucian. Al menos hasta que la bola azul se acabe para todos. Incluidos sus hijos y sus nietos.

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