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DIRECTO AL CORAZÓN

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Esta historia roza un cóctel entre lo trágico y lo cómico. Fue en verano, de aquellos de principios de los ochenta que apuntalaban nuestras miradas en la pantalla del televisor, silbando el estribillo de un “Verano Azul” que nos empujaba a querer vivir las mismas aventuras veraniegas que pasaban unos adolescentes pedaleando en bicis de paseo por un pueblo de la costa andaluza llamado Nerja.

Las nuestras – con mayor o menor similitud – sucedían en el norte, lejos del litoral y de la playa y más arrimados a la orilla del río Barcala o la piscina municipal. Después de reír y llorar con Chanquete y Julia, las travesuras de Piraña y Tito, el culebrón de Javi y Pancho que se rifaban a Beatriz y descubrir que Desi en la vida real no era la fea que nos pintaron; llegaron dos telenovelas de sobremesa que, con el sudor veraniego, nos ataron y literalmente nos pegaron al sofá de escay como el que había en mi casa. 

“Cristal” y “La dama de rosa” nos retuvieron hasta el último capítulo y fue la comidilla o la moda de turno.

"En este último, mi primo Micky y Toño experimentaron como pseudo aficionados a biólogos,

la captura de un buen ejemplar de anfibio y diseccionarlo bestialmente..." 

Para la pandilla – entre unas series y otras y con esto de la edad – hacía ya tiempo que habíamos dejado atrás el asunto de cazar ranas en lo que conocíamos como el pozo de Vitorina o el riego de Regina. En este último, mi primo Micky y Toño experimentaron como pseudo aficionados a biólogos, la captura de un buen ejemplar de anfibio y diseccionarlo bestialmente en vida con un clavo a modo de bisturí para desgracia y dolor del pobre bicho, legitimando así la idea de investigar sus entrañas. Aunque después de su estudio cosieron con aguja e hilo de costurera su blanca barriga, el batracio según sus anotaciones, solo pudo sobrevivir dos días a su desgraciado destino como animal de un laboratorio instalado directamente en el medio natural. Aún así me parece demasiado tiempo.

 

Supongo que después de contarles esto, viendo la empanada actual que nos rodea con ciertos asuntos, habrá quien se esté echando las manos a la cabeza sin entender que hace años estas salvajadas formaban parte del entretenimiento infantil. Por fortuna a día de hoy la mayoría de los pasatiempos – generalizando para todas la edades – son más civilizados e individualizados o en grupos online, centrando muchas experiencias vitales en las pantallas de teléfonos y tablets, siguiendo juegos de lo más variopinto o bien selfiando y acumulando “likes”de pasión y postureo. Realmente las anteriores fueron épocas duras para la imaginación, distanciadas a años luz de este escaparate digital.

"Pues no, nuestro asunto fue en Vilachán, en una pequeña aldea unida al pueblo de Negreira,

en la región de Galicia y al noroeste de España".

 

Si lo que sigue ahora, dentro de esta historia, hubiese sucedido en los Estados Unidos, en la Europa cabal volveríamos a preguntarnos viendo las noticias, cuando aprenderán estos americanos que el tema del revolver tenía que haber quedado a finales del XVIII en la plaza mayor de Springfield, en el estado de Missouri, con el duelo entre Wild Bill y Davis Tutt. Falleció Tutt. Pues no, nuestro asunto fue en Vilachán, en una pequeña aldea unida al pueblo de Negreira, en la región de Galicia y al noroeste de España. Fue, como decía al principio, en las postimerías del verano sin recordar muy bien el año. Era un domingo, eso sí. En nuestras manos había caído una escopeta de aire comprimido pero nos daba la sensación que el muelle que accionaba la carga no tenía la suficiente fuerza para disparar un balinazo de los que perforaban una lata. Así que esa mañana juntamos nuestra paga semanal y aprovechando que el comercio local abría sin descanso, nos fuimos a la única tienda de deportes del momento buscando un recambio para el rifle. Nada, no hubo suerte. O sí, según se mire.

 

En Vilachán habían empezado a edificar la casa de Goriño – que es un apodo particular y por el que en Galicia se conocen muchas familias; la mía paterna son los Terribles, como otro ejemplo – convirtiéndose en el nuevo cuartel general, sustituyendo a unos viejos castaños donde pasamos muchas y divertidas horas de juego en la infancia. Era la primera hora de la tarde y ya nos habíamos congregado casi todos para finiquitar el festivo semanal con nuestro amigo Loliño que se había hecho dueño de la carabina. Había una cría de gorrión que experimentando sus primeros vuelos, permanecía inmóvil en el suelo. Lejos de acribillarla aprovechando la quietud del animal, como ya pensarán algunos, Loliño se dedicó a custodiarla desde un punto elevado bajo la advertencia que nadie debía tocar al pájaro. Toño apareció al final de la cuesta que enlaza Vilachán de abajo con Vilachán de arriba. En sus pasos dio con la pequeña ave y un grito de Loliño que prevenía de un disparo ante cualquier acto que amenazase la vida de su protegido.

"Loliño repetía que su acción estaba justificada aunque sus nervios apuraban el momento".

 

Toño se agachó con la intención de ayudar al pardal a buscar un lugar más resguardado mientras el francotirador a su segundo y largo aviso no tuvo dudas a la hora de apretar el gatillo. Todos escuchamos el martilleo y el silbido en el aire sin saber que dirección podía llevar. Toño se incorporó con la mano apretando el pecho y una queja de dolor. Loliño ante nuestra recriminación por ejecutar su ultimatum, repetía que su acción estaba justificada aunque sus nervios apuraban el momento. Sin demora organizamos una comitiva para llevar a Toño al médico del pueblo. Michel acompañó a la víctima para relatar los hechos y yo me quedé en el portal dando apoyo psicológico al tirador que empezaba a hundirse moralmente, acentuando un diálogo repetitivo que jamás se me ha olvidado.

 

- Si morrrre Toño eu mátome!! – decía con su R fonética francesa.

- Loliño, como vai a morrer si foi un balín!! – sentenciaba.

- Rrrrubén, deille no corazón, no corazón !!

 

Después de media hora aparecieron ante nosotros. Mi mirada buscó la de Michel que a base de gestos no sabía darme explicación alguna. El asunto se saldó con una inyección del tétanos y un proyectil de plomo que no aparecía tras el orificio de entrada. Lo hizo después, durante la reconciliación, cuando nuestro herido no hacía más que hurgar en la herida y lo encontró aplastado en el bolsillo de la camisa.

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