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EL GENERAL DE LA FILA

Base Aérea Villanubla, comedor.jpg

A Miguel Ángel Prisuelos

 

 

Antes de empezar, quiero advertir que lo viene a continuación son apuntes de la mili, así que si desean desertar del texto están a tiempo.

Hace poco volví a ver una película bélica basada en hechos reales, de esas que no te dejan indiferente. Se la refresco aunque ya la conozcan. Mel Gibson como director, recupera la historia de un objetor de conciencia llamado Desmond Doss entre escenas fuertes, crueles y aderezadas con dosis de humanidad. Un tipo metido en la peor de las batallas y que negándose a coger un arma salvó un buen lote de vidas siendo condecorado por ello. Algo inusual, vamos.

Sin duda fue un ejemplo para todo su batallón. Sus compañeros y los mandos, ya aposentados en el ocaso de la tercera edad y una experiencia tan aterradora como vital, recordaban ante la cámara y con lágrimas la llegada de Doss y su doctrina al acuartelamiento. Soltaron emociones y nuevos perdones desempolvando el pasado y como su trato hacia él había sido el menos respetuoso por parte de algunos hasta que la voz de Pepito Grillo llegó a tiempo e hiciese un buen trabajo de conciencia sobre “paisanos recuperables”.

..."Yo ni me enteré, al menos no mucho, así que de héroe ni la mínima".

 

A mí, por fortuna, la única conflagración que me pilló enrolado en filas fue la del Golfo Pérsico. Aquella que llamaron la Tercera Guerra Mundial por el número de países implicados bajo el mandato de la ONU contra un tal Husein y unas alimañas a sus órdenes que destacaban por encima de otras llamadas “Mukhabarat”. Yo ni me enteré, al menos no mucho, así que de héroe ni la mínima. En la Base Aérea de Villanubla (Valladolid), nos afectó sobre todo a un pequeño lote de colegas casi imberbes que cumplíamos en la sección de perros policía del ejército del aire. Era el año 1991 y después de la noche del diecisiete de enero, cuando sobre Kuwait caían los Tomahawk, a los soldados rasos nos llegaba la orden que a partir de ese momento se reforzaba la seguridad extendiéndola al aeropuerto civil que teníamos justo en frente del lado militar. Tenía su miga porque una de las cosas nuevas dentro de la rutina, era hacer una excursión perimetral en Land Rover durante el día hasta sus instalaciones o, aprovechando la nocturnidad, atajar el recorrido cruzando la pista de aterrizaje y soltarte a tu libre albedrío un par de horas pivotando entre sus edificios y las aeronaves civiles hasta que volvían a recogerte.

 

De las muchas anécdotas aparece la de un compañero que se le dio por subir a una avioneta particular con el perro. Al día siguiente uno de los asientos apareció rasgado y lleno de pelos. La correspondiente temeridad supuso una sanción aunque no fuese equitativamente repartida, porque mientras el “chucho” con una descarada mentira se declaró inocente y se fue de rositas, al colega que lo guiaba vestido de azul y portando el subfusil “zeta” se comió un arresto. Para que luego digan que la justicia es igual para todos. Y todas.

..."Sin duda fue de las mejores experiencias que pasaron por mi vida

y por quien en mis últimos días, dediqué la despedida más larga y más triste que pude imaginar"

 

Mi historia con los perros también tuvo su cuento. Antes de llegar a los del ejército arrastraba un recelo porque hacía años me había hincado el diente en mi pantorrilla un pastor alemán que se llamaba Tom. Su dueño era Pancho, el del Bar Bergando que acabó transformándolo en el pub Calypso y que en la actualidad es una clínica veterinaria con tienda. Fran, un sobrino de Pancho, fue el mejor colega del animal. Tom era parte de esa fauna que, como algunos vecinos, formaron parte de ese paisanaje peculiar de un pueblo. Era de casa. En una tarde de primavera a Fran se le dio por azuzar a Tom jugando a que te meto miedo pero no va a hacerte nada porque el cánido lo conocíamos y lo acariciaba todo quisque. Ya me entienden. Pero aquel día la voz de un amo infantil sonó como una orden firme y las mandíbulas quedaron marcadas y los colmillos hendidos en mi pierna de niño. Con alguna que otra cura desde aquel momento me quedó un resquemor y la mili, aunque fuese un año “en el aire”, me dio la oportunidad de tener un trato directo y resarcir los temores con un buen lote de razas. Tuve suerte cuando me destinaron como guía de una joven pastor alemán. Se llamaba Akay. Me enseñaron a adiestrarla y a movernos por un campo de entrenamiento con fuego y disparos de fogueo muy entretenido para los que nos gusta la acción. También venían institutos y colegios para los que hacíamos exhibiciones pero sobre todo pasamos muchas horas juntos con una huella de nobleza inolvidable. Sin duda fue de las mejores experiencias que pasaron por mi vida y por quien en mis últimos días, dediqué la despedida más larga y más triste que pude imaginar.

"Servir en perreras tenía su estatus"...

 

Servir en perreras tenía su estatus. Nos diferenciaba del resto de tropa un cordón negro que colgaba de la solapa de la guerrera, gozando de un cierto peloteo porque eramos los que controlábamos la noche con cierta libertad de movimientos por todo el aeródromo, lo que suponía dejar pasar de madrugada y a hurtadillas a los colegas que venían de chuza del pueblo que da nombre a la Base. Y es que la diferencia de cruzar la pista de aterrizaje a rodearla siguiendo la carretera nacional, suponía ahorrarse los casi cuatro kilómetros de la curva más grande de España.

 

Antes de alcanzar ese nivel social, como cualquiera, me tocó la etapa de recluta. No hubo queja, todo lo contrario. Aquel temor a posibles novatadas tan burras y brutales como contaban algunos antes de entrar en filas, en nuestro caso se quedaron en leyenda y una buena convivencia. Por la Base Aérea desfiló personal muy variado. Sin duda, los más bravos fueron los legionarios paracaidistas, que, con la cara pintada, durante una semana los subían cada día a un avión de transporte Caribou y los hacían saltar a treinta kilómetros del recinto para llegar cuanto antes a la carrera, pertrechados de armamento, petados con una mochila de 20 kilos y dando barrigazos hasta el campo de maniobras que teníamos allí mismo. Como apunte al sufrimiento, para pasar el día en el verano de Castilla les daban una cantimplora de agua de un litro.

..."Tuve que presentarme ante ellos para aclarar el entuerto"...

 

También conocí a un alférez que era majo dentro de la disciplina militar, a otro que vestía cierta chulería y a otros oficiales “correctos”. También me tocaron dos cabos primeros chusqueros que una vez me andaban buscando por una supuesta sedición porque no había aparecido en la revista de un grupo al que realmente no me habían asignado. Tuve que presentarme ante ellos para aclarar el entuerto. Y allí me tuvieron firme mientras su fanfarronería humillaba mi temor a no salir el fin de semana a casa. Lo malo es que esa jactancia también la dejaban en otras situaciones, como en la cola del comedor adelantando a la plebe.

 

Una vez llegó un mando de la más alta graduación a supervisar esas maniobras que comenté anteriormente. Cada nivel jerárquico tenía su pabellón. El nuestro – la tropa – era el más bajo evidentemente y la comida imagino que tenía otro escalón aunque, todo hay que decirlo, comíamos de puta madre. Normalmente en nuestro bufé nadie se saltaba la línea de hormigas que se disponía a recoger el rancho, salvo dos capullos y alguno más como los citados. La única ocasión en la que vi a un todo un General fue en la fila de este comedor, vestido de campaña y con su bandeja en la mano, mezclado entre todo el regimiento, esperando su turno y dispuesto a comer lo mismo que los demás.

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