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EL RETRATADOR DE CUSCO

En Cusco, a 3.400 m.s.n.m uno acaricia el cielo o toca los infiernos con el mal de altura. El soroche tiene una vacuna temporal con la comercialización de unos biberones de oxígeno que al instante llenan de vida el cerebro, aliviando la fatiga y el dolor de cabeza que impone la altitud. Hay recetas alternativas como la del alpinista bebiendo mucha agua y paracetamol o, mejor aún, buscar en el remedio casero de las hojas de coca la ayuda para la aclimatación.

..."Cuando el dios sol desaparece

surge el hechizo de esa noche que te envuelve en la ciudad vieja de piedra y madera"...

Para la vista de todos el Perú vive glorioso, plasmado con orgullo patrio sobre el lienzo que ofrece la ladera de uno de sus cerros. Cusco es vida pétrea, con muros que surgen como la inspiración a un tetris que recorre calles laberínticas con final en la Plaza de Armas, pero también es un inmenso mercado colorido, olfativo y tangible. Cuando el dios sol desaparece surge el hechizo de esa noche que te envuelve en la ciudad vieja de piedra y madera, iluminada de amarillo y acompañada de una banda sonora que sale de sus locales con grupos de rock en directo capaces de llevarte a tu lado más bohemio, sin desprenderte nunca del ambiente y la cultura andina. En el mes de junio, a comienzos del invierno sur, la ciudad es una eterna fiesta repleta de desfiles y bailes regionales.

La Plaza de Armas es su corazón palpitante, rodeada de soportales que invitan al paseo a la sombra o a ensimismarse de este escenario visto desde las galerías que ofrecen las cafeterías con arquitectura castellana y sabor a Pisco Sour.

En sus bancos, en la escalinata de su fuente o de la Catedral que siembra dudas con la iglesia de Santiago, encontré el sol y los turistas que llegaban de cualquier parte del mundo buscando la puerta que abre un lugar tan excepcional como Machu Picchu. Y ahí, entre el gentío y el sonido de los chorros de agua, también lo encontré a él.

"Le robé la foto y creí estarle robando al más necesitado".

Le robé la foto y creí estarle robando al más necesitado. Después de él creí sentirme el segundo hombre más triste de la tierra en el ombligo del mundo, porque Cusco es eso y yo apoyaba mi curiosidad en el vientre de la Pachamama.

Quizá era buena o mala persona, porque la condición de humilde no garantiza la forma de ser. Quizá no le faltase comida, quizá tuviese salud y tal vez conoció el amor pero en aquel momento sentí que le faltaba el alma.

Vestía de gris cuando lo imaginé ganándose los soles desde el blanco y negro hasta el color del siglo veintiuno. Su vida como fotógrafo de fortuna se instaló de plomizo en el instante que la facilidad para el consumo y la era digital invadió el planeta, intentando adaptarse a los tiempos con algo de modernidad colgando de su cuello y la premura por culminar su trabajo con un revelado a golpe de impresoras que rozaban ya lo obsoleto y manipuladas por unas señoras que, con la misma paciencia, esperaban la parte de sus honorarios.


"Lo siento, quisiera contar una historia alegre pero no puedo"...

En sus zapatos viajaba el polvo del camino, del suelo de la misma ciudad imperial que pasa de la piedra de los palacios y las casas con estilo colonial a un ladrillo que convive con el adobe y la construcción inacabada. Del suelo de terrazo al puro cemento, del aire viciado por el ininterrumpido ir y venir de los coches que parecen moverse en un excalestric de feria, a la tierra de los cerros que viaja en el aire y se instala en cada rincón. Sus pasos eran tan cortos y tan negros como el final de cada jornada, donde conseguir que alguien te contratase para hacer un retrato podía ser igual de difícil que despertarse cada mañana con la ilusión de esperar un buen día para el negocio.

Lo siento, quisiera contar una historia alegre pero no puedo. Porque debajo de su sombrero me pareció que se escondía la melancolía, la reliquia del carrete de veinticuatro fotos y la tez quemada por el mismo sol al que yo acudía buscando el calor después de largas jornadas en el frío de las montañas de Perú. Su mirada se perdía en el adoquinado y por momentos se elevaba buscando una mano que se levanta, un gesto o un sonido que de alguna manera rubrique ese pacto con el viejo retratador de Cusco. Mientras estuve allí, en ese centro neurálgico, no lo vi. Solo al viejo que deambulaba alrededor de la fuente, esperando que algún insensato turista viajase sin su cámara o sin su teléfono móvil que realiza fotos con suficientes megapíxeles de calidad y lo necesitase a él.

"Yo le robé una foto"...


Yo le robé una foto, lo hice con mi celular porque me permitía disimular el gesto, porque era demasiado descaro, demasiada ofensa hacerle eso a un hombre humilde que aún era capaz de buscarse la vida con la estampa. Y si de algo me arrepiento es haber sido otro turista más que pasó sin comprar su trabajo.

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