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EL ÚLTIMO AMIGO

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“Brooks was here”. James Whitmore protagoniza una de las escenas más melancólicas de la película Cadena perpetua, en un ambiente de camaradería carcelaria cargada de romanticismo y un grupo de reclusos que semeja nunca debieron estar encerrados. Siendo una de mis películas favoritas, no sé porqué me da en la espina que la realidad de este mundo no se corresponde tanto a esta bonita historia escrita por Stephen King y adaptada para el celuloide por Frank Darabont. Brooks es un hombre mayor, un hombre viejo que deja atrás la biblioteca de la prisión con sus rejas y se agarra al miedo en la barra del asiento delantero de un bus al inicio de la década de los sesenta. Sale a la vida, a una libertad que lo suelta en un futuro que le atemoriza porque no lo ha ido acompañando sino que se encuentra con el de golpe. Con un mundo que viaja a un ritmo alocado, con demasiada prisa y al que de ninguna manera se siente adaptado cuando su realidad pasa porque ya está institucionalizado tal y como describe Morgan Freeman en su papel de “Red”.

Brooks abre su navaja y perfila sobre la madera de una viga toda su existencia cuando decide “marcharse” porque desencaja en esa nueva sociedad que empieza a coger velocidad hacia lo que somos hoy en día. Brooks estuvo aquí.

Me cuesta aguantar las lágrimas con esta escena, lo reconozco.

..."Brooks es un hombre mayor, un hombre viejo que deja atrás la biblioteca de la prisión

con sus rejas y se agarra al miedo en la barra del asiento delantero de un bus al inicio de la década de los sesenta"...

Quizá, porque identifico la misma cara y la misma edad del recluso más viejo que abandona Shawshank con la de un hombre cercano que se llama Guillermo, con sus arrugas; dibujando una timidez entrañable y un pelo blanco que acentúa la vejez y porque también abre su navaja a las puertas de los ochenta y seis años para seguir con su mayor afición podando árboles y hacer injertos. La diferencia es que él vivió una vida en el exterior aunque pasase muchas horas encerrado en su coche, supongo que con muchos sueños e ilusiones acompañados de otras tantas frustraciones y, sobretodo, sencilla. Sé de primera mano que a veces le resultó difícil salir adelante y que, como la de Brooks, en diferentes circunstancias, su vida al final no le habrá importado a nadie. De una de sus navajas tengo un recuerdo que no se me olvida jamás. Alguna vez solía llevarme de paseo hasta la orilla del río. Aquella tarde fuimos hasta la unión de los ríos Alvariña con Barcala, donde está la casa de la americana – las casas en los pueblos tienen motes – y cortó una rama de “ameneiro” para hacerme un silbato artesano que sonaba como hecho de fábrica. Era como si cantase un pájaro en aquel escenario.

..."Sé de primera mano que a veces le resultó difícil salir adelante

y que, como la de Brooks, en diferentes circunstancias, su vida al final no le habrá importado a nadie"...

 

Guillermo nació en 1933. Apenas acababa de empezar y ya se encontró con una guerra demoledora y un tiempo posterior muy difícil. Fue labrador prácticamente desde que se tuvo en pie y muy pocas veces alumno de la escuela, ayudante de zapatero con quince años; ayudante de albañil teniendo que caminar una hora para hacer su larga jornada y volver a pie otra vez y tres pesetas en el bolsillo para el fin de semana. Se fue a Ferrol a trabajar un año de lechero y sacar el carné de conducir. Compró un Seat 600 y ahí empezó su vida de chófer, sin apenas automóviles por aquellos caminos que llamaban carreteras. Igual que Brooks, le parece que el mundo va demasiado de prisa aunque haya hecho el mismo recorrido que los años. Aún así dice que hay demasiados coches moviéndose por unas autovías y unas ciudades por las que hace tiempo ya no puede ni sabría conducir. Le cuesta entender la tecnología y le parece increíble hasta la emoción cuando tiene contacto visual con su nieta a través de una video llamada de uasap, preguntando si la imagen que está viendo es instantánea y como es posible verse así de fácil.

..."Igual que Brooks, le parece que el mundo va demasiado de prisa

aunque haya hecho el mismo recorrido que los años"...

 

No sé cuantos amigos habrá cosechado a lo largo de su vida. Sinceramente, nunca supe ni le oí hablar en ninguna ocasión sobre alguien en especial. Un nombre propio que se repita, o aquellos que calificamos como la mejor amistad sabiendo que nunca exceden de los dedos que hay en una mano. Le escuché nombrar a buenos clientes que a su vez para él fueron grandes personas por los actos que habían hecho y muy pocas veces le advertí que hablase mal de alguien, al menos delante de mí. Ahora, a estas alturas de la vida, cuenta alguna anécdota que seguro en su día le marcaron injusticias o abusos y ante las cuales quien sabe si pudo desahogarse de ellas con alguien.

 

Sé quien es su último amigo. Sé con quien compartió los últimos paseos, sus últimas partidas de cartas porque a día de hoy ya no salen a jugar al tapete de la cafetería. Guillermo, si algo se trajo de su abuelo que ejerció también como padre, fue su pasión por la baraja. Tal vez guarde en la genética una pizca de la medalla oral de ser nieto de Víctor el Terrible, el mejor jugador de tute. Su último amigo le lleva dos años de experiencia y se llama Roberto. Los une algo en común además de ser vecinos y estar en los extremos de una calle compartiendo cruces diferentes. Roberto trabajó en el aserradero de Portanxil durante veintiocho años hasta que las llamas se la llevaron por delante y Guillermo ejerció como pinche reforzando la chimenea pequeña de ladrillo reflectario de la misma.

..."Su último amigo le lleva dos años de experiencia y se llama Roberto". 

 

Roberto pasó las suyas y seguro que el ultramarinos que su hija sigue abriendo cada día resistiendo lo imposible, les ayudó a superar alguna mala racha aunque nunca el peor momento por los que puede pasar un padre cuando pierde a un hijo. Y, disponiendo de su permiso, hoy prefiero no contarlo y quedármelo para mi memoria y su recuerdo. Solo diré que en abril se cumplirán cuarenta años de un momento que marcó el día en un lugar pequeño y, sin imaginar su vacío, la vida siguió su curso. Hoy a Roberto le cuesta caminar unos metros cuando Guillermo y él hicieron migas hace tiempo, compartiendo como adolescentes viejos y maduros los paseos en las excursiones del Inserso. A partir de ahí casi fueron inseparables. Era raro el día que no se viesen o no se llamasen o mandasen recado si no sabían el uno del otro. A veces me encontraba con Roberto cuando subía con su perro Coco – que siempre tenía un ladrido para mí – desde la Carrera de San Mauro hasta el cruce de Vilachán.

 

- ¿Donde está o muchacho? – preguntaba como si yo fuese el adulto entre ellos y con la misma energía que un Bengamin Button creciendo al revés.

- Telo na horta enredando – contestaba.

- Vou a sacalo da casa para xogar a partida.

 

Y allá los veía después, de vuelta con una sonrisa, haciendo el recorrido a la inversa por la calle principal de Negreira.

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