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LA CASA ATLÁNTICO

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Una imagen puede pasar inadvertida para la mayoría o atraparte como lo lleva haciendo conmigo ésta, pretendiendo con mayor o menor acierto, su transformarción en postal. Porque inmersa en un paisaje que la acompaña, evoca, inspira y extrae una sensación anestésica. Ver no es lo mismo que mirar y ante mis ojos desfiló las mismas veces que pasé delante de ella; fotografiándola con la imaginación, esculpiendo en el pensamiento las letras que podrían acompañarla.

 

Me detuve hace un mes a la misma hora de la mañana que lo hice hoy, para retratarla, intimando con una visión sobre la que surge un noviazgo de emociones y un desenlace repleto de adjetivos descalificativos cuando descubres que la tarjeta de memoria no está en su ranura, en la infidelidad metafórica de no guardar ese momento cuando el sol descarga la luz perfecta en las primeras horas de la mañana.

 

"Hoy el día amaneció como no suele hacerlo,

con la frescura atlántica que tímidamente competía con un calor caribeño que ni la noche hizo desaparecer".

 

Hoy el día amaneció como no suele hacerlo, con la frescura atlántica que tímidamente competía con un calor caribeño que ni la noche hizo desaparecer. Con una humedad pegajosa que aplasta y provoca que cada grado de temperatura se multiplique por dos. Conducía por una de las carreteras más bonitas y ensoñadoras que pueda disponer cercanas, recorriendo una escena que guarda el peligro onírico de sucumbir a la contemplación y crear un despiste fatídico.

Los rayos del sol se derramaban sobre la costa como hacen los tubos de pintura en la paleta de un pintor, convirtiendo los colores en una explosión de colorido, despertando una visión ajena a los acontecimientos de este año pero bañados en una realidad que nos metió en una fiesta distanciados de los amigos, sin la alegría de la música y del baile. Cada casa proyectaba una tonalidad, las rocas el brillo del oro y la vegetación un verde encendido y tan variable como el tiempo en Galicia. Conducía sintiendo el hedonismo de la soledad igual que lo sentí recorriendo la isla de Lanzarote, quizá porque el corazón viajaba paralelo a la percepción.

..."Hoy conducía sintiendo el hedonismo de la soledad"...

 

Galicia no es que sea terra meiga ni mágica, Galicia es un montón de leyendas, un montón de idiomas mezclados en uno mismo, una escalera por la que no sabes si subes o bajas porque sencillamente te encuentras hechizado en uno de sus rellanos del que no quieres irte nunca. Hoy llegué hasta esa casa que no es mía pero queriendo apropiarme de ella con esta historia. Seguimos al rebaño que peregrina por la moda de los bancos plantados ante el ocaso, al borde de acantilados, asomados desde miradores excepcionales que venden el mismo producto natural. “La Casa Atlántico” no tiene más que abrir la ventana, acodarse en ella y esperar a que el embobamiento suceda cada vez que la climatología lo tenga anotado en su agenda. Lo reconozco, es la envidia situada en la maravilla que genera tener la playa más larga de nuestra tierra bajo su mirada, a orillas de un océano, de las islas Lobeiras y del apéndice geográfico del fin de la tierra.

Si me dejo llevar por el delirio podría situarme en los acantilados de Irlanda o en la costa inglesa porque lo foráneo parece convertirte en viajero pero los viajes son donde uno desee sentirlos y vivirlos como tal. Llego con un coche que aparco justo antes de entrar en un pequeño pueblo que se llama Lira. Antes de abrir la puerta cojo la cámara y reviso que el carrete de fotos digital esté en su sitio porque dos veces el mismo error es la victoria de la estupidez. Las ideas nacen, se desarrollan y mueren en un ritual interiorizado. Apenas pasan coches y eso concede el momento de la calma. No soy fotógrafo, ni soy poeta, pero hoy era el día que deseaba intentarlo. Tener en el visor las rimas de una estampa y el mensaje de un poema. Desde el arcén visualicé lo que ya había visto en mi cabeza. Hasta el poste y el cableado que pretenden estropear el cuadro le conceden un detalle pintoresco. No se veía a nadie por fortuna y no sé si en el alma de la vivienda sus habitantes pululaban por ella, pero en la fantasía olía a café y al beso que desadormece.

..."El termómetro a las diez menos cuarto impactaba con veintiocho grados

y un aire que se abrazaba a ti como una manta"...

El termómetro a las diez menos cuarto impactaba con veintiocho grados y un aire que se abrazaba a ti como una manta. Todo era tan extraordinario que creí encontrarme ante un guión preparado. Y así fue como una y otra vez aprietas el botón, jugando con el modo manual de la cámara y diferentes perspectivas que después en la pantalla del ordenador permitan hacer la mejor elección. Revisé el trabajo hecho en bruto y no pude evitar una sonrisa, tal vez la misma que sale ahora mismo. Subí al coche y me fui en dirección al faro de Lariño, porque allí también había otro amanecer que me esperaba, con otra visión que enmudece.

La belleza siempre sobrecoge y paraliza y hay momentos que se vuelven eternos porque se retienen en la memoria. Hoy lo guardo como deseaba hacerlo, describiendo lo que he visto, al final de un verano que esta noche con la llegada de la lluvia y del frío morirá repentinamente.

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