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LA PARALELA DE BORGINE

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A veces, o muchas, hay que echarle un par de pelotas u ovarios para ver los telediarios. Sencillamente porque algunos días desaniman por completo. Sin pausas de esperanza. Al menos es lo que yo pienso. Aunque reconozco que no puedo vivir sin ellos – lo mismo que el periódico –, de vez en cuando necesito la terapia de apartarlos para creer que todo va guay del paraguay. Pues eso, que los aíslo en ocasiones. Lo mismo que, por ejemplo, las redes sociales, o personajes que habitan en ellas, en cuyo caso, por salud mental suelen pasar sin contemplaciones por un sine díe. De lo cual puede ser recíproco, por supuesto. Que para eso está el botón de “siguiendo” o “uff, hasta luego Lucas y que te aguante tu tía”. Y es que tiene que existir la misma facilidad para exponer cada cosa que hacemos en cada minuto como enviarla directamente a la papelera de reciclaje a quien no le interese nada del asunto. Es el trabajo que nos da ser tan curiosos y curiosas. O eso o es que nos aburrimos tanto que necesitamos ver cada media hora como discurre la vida de todo quisque. Así estamos, como para criticar el sálvame de luxe, el first dates o el gran hermano. Si es que somos iguales.

Volviendo al telediario, suelen pillarme comiendo – que supongo será lo normal – en casa, con ambiente familiar. Con unos padres que también son abuelos y llevan en sus arrugas la huella de una larga vida donde creyeron haberlo visto todo.

Así que voy a tirar de tópico cuando, a pesar de la experiencia los ves estremeciéndose o echándose las manos a la cabeza con muchas noticias que llegan a través de los informativos sobre los actos de la raza humana. Lo que más les preocupa, como seguro que a la inmensa mayoría de yayos, es como será el futuro que a sus nietos les tocará vivir viendo la sociedad del presente, al menos a una parte de ella que destaca como hijos de puta. Yo, sin conseguirlo mucho, intento explicarles que todo irá como siempre; que el mundo seguirá hacia adelante y que los buenos estarán por encima de los malos y de los ineptos maleducados o malhechores. O eso espero. Aunque en su incredulidad aportan frases tan inmutables como que eso no pasaba antes o que no se escuchaban tantas barbaridades como ahora. Seguro que no. Pero intento calmarlos argumentando que hoy nos llega toda la información porque, por fortuna, hay más medios y más vías de comunicación y que antes de que algo haya comenzado a suceder, ya se está sabiendo o retransmitiendo, aunque podamos recibirlo tan maquillado como le convenga a quien lo lanza al ciberespacio.

Quizá, los telediarios forman parte de esos instrumentos

que los progenitores utilizan sobre sus descendientes.

Quizá, los telediarios forman parte de esos instrumentos que los progenitores utilizan sobre sus descendientes. Son como una balanza de ejemplo donde se toma nota de lo correcto o inapropiado. Cuando nos llega alguien que destaca por bueno o inteligente, enseguida aparece la admiración y el modelo que deben seguir los herederos, los tuyos, los que continuarán llevando el apellido y que nadie quieres que manche. Y, en la antítesis, liberamos con exclamaciones alarmantes un “apártate satanás” cuando los capullos ocupan la imagen y los titulares.

 

 

El otro día, y de aquí vienen estas líneas, me tocó comer de bar porque sales a currar fuera. Me senté donde me dijo la camarera. Como estás solo escoges la silla que te orienta hacia la compañía de la tele, aunque la proximidad de una buena cristalera me permitía alternar la vista y los sentimientos sobre un fantástico paisaje verde. La familia en esta situación se cambia por unos cuantos currelos como tú donde algunos, como colegas, comparten mantel sobre mesa grande y otros, solitarios como yo, hacen lo mismo que mendalerenda. Poner la mirada en el plasma de la actualidad.

 

Como dice el refranero, los pájaros tirándose a las escopetas.

El problema es que el telediario de ese día se llevó el Óscar. No fue ni por la interpretación de sus presentadores ni a la mejor dirección. Fue por su guión. Lo habían escrito varios y varias imbéciles. Capullos con méritos suficientes que en media hora despacharon un desfile de esas historias que te acojonan, que te quitan la idea de asomarte al mundo y con los que, por desgracia, tenemos que compartir el mismo aire que respiramos. Pues ese día tocó, entre otras peores y cerrando la guinda, la moda del jaolgüin inclumpiendo las leyes y hacer que el mundo vaya al revés yendo directamente a por la policía. Como dice el refranero, los pájaros tirándose a las escopetas. Los impresentables que aparecen por el mundo del fútbol, que por regla general entienden de todo, y se la toman insultando sin contemplaciones a tres mujeres árbitros; los cincuenta grafiteros más radicales que, para chulearse, paran al asalto un metro en Madrid amenazando a su chófer que ante esas circunstancias – vaya tipo más sensible – se le da por tener una crisis de ansiedad.

 

Hubo un momento de la comida que las caras y comentarios entre dientes de algunos comensales, con funda de obrero incluida y mesa compartida como dije, soltaron la invitación visceral a que todos esos memos protagonistas cogiesen pico y pala y no sé qué de una piedra dura. O algo parecido.

 

A mí, la verdad, después de todo lo que vi me entró algo políticamente incorrecto, llegar a casa y revolver entre las películas clásicas de la videoteca. En realidad buscaba una en concreto, una del director Jhon Trent con Ernest Borgine y Michael J. Pollard entre otros. Borgine, que asume el papel como Adam Smith, pierde los papeles de hombre tranquilo con la visita de tres atracadores sin escrúpulos a su casa a los que va despachando a base de cañonazos con su paralela. Un instinto por el que no debemos dejarnos llevar, sin duda.

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