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ALMA NICRARIENSE

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Desde los catorce, mis veranos siempre fueron una prolongación de los cursos del instituto, metido en una atmósfera de clases particulares que solo ayudaron a prolongar el desahucio académico y salvar algunos muebles. Hay canciones que suenan como bandas sonoras y evocan al pasado, trasladándote a aquellos años en los que creías que tu juventud era suficiente para comerte el mundo. En mi pandilla hubo unos cuantos adolescentes que aparcamos la idea de proyecto para apostar por la ruleta de la fortuna en el futuro y que, pasado el tiempo, la realidad nos estampó en una ilusión tan rota como recompuesta mezclando pegamento Imedio con Supergen.

Fuimos tan salvajes como los cocodrilos de las películas de Tarzán, apostados al sol en la hierba de una piscina de verano, esperando a que las guapas saltasen al agua para caer sobre ellas como reptiles hambrientos de piel humana femenina y, sin entender aún a día de hoy, que nadie se ahogase en tan indómitas circunstancias.

Aparecimos imberbes en mitad de los ochenta, a punto de saltar al ruedo mientras observábamos como la gasolina se le iba terminando a una pandilla setentera que entraba en sus derroteros, acelerando un Seat 1500 pintado con llamas de fuego, al más puro estilo Grease. Ley de vida.

..."Fuimos tan salvajes como los cocodrilos de las películas de Tarzán"...

Madrid fue la lanzadera para que a los pueblos pequeños nos llegasen los pentagramas que pusieron una buena nota a los tiempos dorados de la movida nicrariense. Si en la capital el Rock-Ola fue la catedral de las salas y Tocata la campana de los grupos en TVE, en Negreira el peregrinaje solía empezar en santuarios como la taberna de Chucho de Flora, el Bar Chispa, el Chapi o el Barbas, a golpe de tazas de vino a veinticinco pesetas. Si el hambre apretaba más que la sed de alcohol barato, los bocatas de la Parrilla La Unión se encargaban de aliviar los buches vacíos; atendiendo que a todo este aderezo del submundo hostelero, uno no debe olvidarse de mitos como el Porto o el Ríos que resistieron la desaparición a base de seguir siendo un sustento familiar y pasar por diferentes transformaciones.

..."Todos teníamos Raíces en algún tugurio"...

En un suspiro, la adaptación a una nueva época comenzaba en el Oriel, el Fontana, el escondido Bodegón, el pirata Barbarella, el vasco Oñate o el colorista con imitación americana del McBurguer. Fuese donde fuese, cada pandilla tenía Raíces en algún tugurio. La nuestra empezó en el Bar Larada sin obviar el posterior salto al Galia, con un ambiente cargado de humo equiparable a la niebla que dejábamos en el exterior durante los largos meses fríos. Raquel y Paco nos ofrecieron durante muchos sábados el primer brebaje, acomodándonos a los pobres presupuestos que el esfuerzo de nuestros padres nos concedían con aquellas famosas pagas del sábado, y que variaron desde la poesía azul de Rosalía de Castro hasta los versos de Juan Ramón Jiménez. La guinda tabernaria nocturna solo podía encontrarse en el aquelarre que las brujas pintadas en el techo de O Pallal ejercía sobre el grupo. Ni la pócima de Panoramix podría competir con la magia de aquel líquido. Con dos cuncas adquirías el poder para enfrentarte a todo y, si la valentía desbordaba – eso lo supo bien nuestro amigo Picholas – , no tenías más que bajarte los pantalones, revolver el contenido con el miembro viril y enviarlo al hígado. Lo malo llegaba después cuando te pasabas la noche escuchando que le picaba el falo.

..."Y cuando creías que el viaje se terminaba siempre hubo

un Seiscientos al que subirte para dar el último garbeo"...

Pisamos los ochenta como paganos, adorando a la diosa Tersipcore en un recinto cuya arquitectura te acercaba a la estrellas del firmamento, o recorriendo los surcos de un vinilo a golpe de garitos de pueblo con denominación inglesa y el alma latina de Richy Valens y su Bamba. Lo mismo alcanzabas lo Happy con la incontrolada ingesta de cerebritos mezclados con B52 que, cruzando la calle, te caías hecho un Estragos escaleras abajo, hasta que el ritmo de Javier Gurruchuga reanimaba tu corazón de neón. Tu joven vida podía pasar como un tebeo de Tintín, buscando la aventura de la noche y la posibilidad de terminar a Bicos apostado en la penumbra de un local con butacas biplaza dispuestas como un autobús; o un paseo tranquilo por la avenida del 34 con cine americano en televisión de color o la alternativa más pugilística  y hacerte "unos guantes" con otro Pancho en su ring del Calipso. Si lo tuyo era la exploración, la alternativa de lo exótico pasaba por Guayaquil o la experiencia en el río Yenissey hasta que otra vez los dioses griegos se hacían cargo de tu alma y te subían a los altares del Olimpus aunque en realidad bajases a los fondos reformados de una antigua Charada. Y cuando creías que el viaje se terminaba, siempre hubo un Seiscientos al que subirte para dar el último garbeo.

 

..."Los ochenta tuvieron esa faceta camaleónica"...


Los ochenta tuvieron esa faceta camaleónica, donde las noches fueron capaces de alterar las maneras. Así aparecía un “Is this love” de Whitesnake, que dulcificaba las melenas heavys y encorsetaba de sensibilidad el momento del ligue; como de pronto peinabas el flequillo porque “Sufre Mamón” triunfaba igual que el “San Francisco” en la bebida de las pijas.

Sin embargo, nuestro tálamo veraniego radicó en los viejos estudios de Radio Negreira y su buhardilla abierta al fresco de la noche, acostando todos los martes al personal con sonidos metálicos repartidos entre Michel y Toño para terminar acoplándome, al poco tiempo, como un pitido distorsionado. Decidimos que nuestra cabecera y título saliese de Barón Rojo y su “Cuerdas de acero”, mientras Mario pilotaba los mandos y la aguja sobre los discos de la emisora municipal.

Mario fue el guapo del grupo y su éxito en el ligoteo hubiese podido ser tan extenso como la cantidad de derrotas que los demás nos traíamos de vuelta para casa.

El cigarrillo, la verdad, le quedaba como a Mel Gibson en Lethal Weapon, una de nuestras pelis favoritas.

Un abrazo Mario, de parte de todos. 

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