top of page

NO TENGO NADA APARTE DE ALMA

Palanca.jpg

La frase es del escritor japonés Haruki Murakami. Tal vez me sentí así cuando tuve ante mis ojos los Picos de Europa hace un buen lote de años y las ganas de querer ascenderlos todos a la vez. En mi interior me acompañaban las páginas de un viejo libro de Pérez de Tudela cuyo enunciado “Montañismo para todos”, parecía otorgar el título que me permitía adentrarme en ellos sin ningún tipo de experiencia, pero con la ilusión y la soledad que llevé a mis primeras cumbres.

Ellas me mostraron su espectáculo y yo sucumbí a su espíritu y así sucedió exactamente en cada rincón de la naturaleza que tuve la oportunidad de acariciar por pequeño que fuese.

Los parajes más cercanos fueron mi escuela de pequeñas aventuras, los Picos ese salto al vértigo y los demás escenarios un pequeño paseo por algún que otro rincón del mundo donde la vida por momentos dependió de la suerte, debajo de un gran serac o con los pies encima de una cornisa que asomaba a lo insondable en la Cordillera de los Andes. Atrás quedó un viaje al hielo y al frío del Círculo Polar Ártico que nació de otro viaje al calor Caribeño de Cuba. Un relato sobre la ciudad de La Habana fue el premio literario que me permitió saltar al contraste de Helsinki en todos sus aspectos. Se puede pasar de sumergirte en el exótico Caribe de la mano de un costeño como Avilio para pescar langostas y ver, a través de tus gafas de buceo en un mar cálido y nítido, como un tiburón husmea unos metros por debajo de nuestras barrigas; a encontrarme al año siguiente con esquís por la tierra de Papá Nöel en la Laponia Finlandesa.

"Un relato sobre la ciudad de La Habana fue el premio

para saltar al contraste de Helsinki en todos sus aspectos"

 

Mi vida, en realidad, solo es intensa en muy contadas ocasiones. Hoy es tranquila, sentado a mi escritorio sobre una vieja mesa de una casa colonial que ya no existe y donde antes reposaba mi vieja olivetti con la que empecé a escribir pobres textos acuciado por la inquietud de contar y que hoy está guardada como pieza de museo. Esta mesa me concede el rincón y la pausa para descargar los sentimientos sobre el teclado de un ordenador.

 

Cualquier viaje se acompaña con la idea de aventura y éste fue uno más, pero quizá porque lo sentí anticipadamente como el último proyecto. Como en casi todos que participé en Picos, acompañaba a Andrés en su idea, pero eso no importaba mucho cuando uno solo piensa en la amistad de una cordada y la actividad en sí. El trayecto en coche es la misma rutina de siempre. Cargar los enseres de alpinistas a las seis de la mañana e ir devorando kilómetros con las líneas de la autovía del Cantábrico desfilando por la ventanillas. La parada en Villaviciosa a las diez con un café y un par de pinchos que reserven calorías pensando ene el esfuerzo que se nos viene encima. Otra vez el teleférico de Fuente Dé y otra vez una pesada mochila de veintiocho kilos a la espalda.

"Con una rápida escalada, desde su cima, el paisaje se engrandece no solo por su magnitud, sino por la osadía con la que el espectáculo se presenta ante la mirada"

 

El recorrido del teleférico es un baile sobre el abismo, un desafío a la ingeniería y a la seguridad. Solo pensar en el izado de los cables para su instalación me adentra en un montón de números y cálculos que escapan a mis conocimientos. El movimiento de la cabina suspendida en el aire acelera los temores de algunos pasajeros mientras a otros, aunque ya lo hayamos vivido en este mismo lugar, nos remite de nuevo al síndrome de Stendhal ante una escena de caliza vestida de blanco invernal. El mismo efecto que te paraliza desde la cumbre del Naranjo de Bulnes, de la Peña Santa o de la Torre de Santa María. Desde la cruz del Aneto en los Pirineos o el altivo Mont Blanc ejerciendo como techo de los Alpes. Cuando sales de la estación superior el sendero me lleva a un impacto emocional cuando tengo ante mi las Agujas de Ostaicoechea perfilándose como torres de catedral. Con una rápida escalada, desde su cima el paisaje se engrandece no solo por su magnitud, sino por la osadía con la que el ambiente se presenta ante la mirada.

 

Los veintiocho kilos de la mochila empujan hacia atrás mientras tu cerebro ordena el movimiento hacia adelante superando un desnivel desproporcionado para estas condiciones. La suerte de la huella sobre la nieve facilita el avance y el cielo despejado, con el sol radiante alimentando de vitamina D el ánimo, te impulsan a seguir pensando ya en el final de la actividad y la sonrisa por haberte llevado algo sin tan siquiera haberla empezado.

"Su brillo aparece como un espejismo y, a fin de cuentas,

no deja de serlo en cierto modo cuando uno sabe su historia..."

 

Ascendemos y hacemos pausas, para respirar y apaciguar el resuello, para admirar; porque el panorama solo se percibe cuando realmente uno se detiene ante el y sencillamente lo contempla. No había una excesiva prisa, íbamos con el tiempo suficiente para recrearnos, para comer alguna chocolatina que diese sabor al esfuerzo y beber y cada poco volver a beber y rellenar de nieve la cantimplora para que se fuese transformando de nuevo en agua.

 

Hacía años que no llegaba hasta la cúpula metálica de Cabaña Verónica y que desde 1961 sirve como refugio de montaña. Su brillo aparece como un espejismo y, a fin de cuentas, no deja de serlo en cierto modo cuando uno conoce su historia sabiendo que ese trozo de hierro pasó de navegar por los océanos como batería antiaérea del portaaviones estadounidense USS Palau, a formar parte de la montaña. La biografía de un habitáculo como éste no solo la escribe su peculiaridad sino quien le dio sentido a ella en este espacio. Aunque hay nuevos guardas, Mariano Sánchez fue el primero. Llegó joven y se fue joven aunque habita en sus alrededores y tal vez sin que uno se de cuenta su magia está en el frío que toca tu cara, o el calor que te abrasa para invitarte de alguna manera a entrar y sentarte un rato en su morada para que desde su interior, a través de un ventanuco, puedas contemplar el Pico Tesorero como el templo que lo acoge. Nosotros lo hicimos.

 

La pesada vida que porteamos volvió a la espalda. Caminamos durante una hora más con la banda sonora de los crampones clavándose en el hielo, asegurando la pisada hacia la Torre de la Palanca. Llegamos cansados con las ganas de desembarazarnos del pesado bulto y la pereza para construir un vivac donde pasar la noche. Aprovechamos una rimaya para cavar un agujero donde Villar puso más ímpetu que yo hasta que la dureza de la nieve le hizo desistir porque el avance hacia la comodidad era agotador. Decidió abandonar la idea de la madriguera y construirse para él algo más rápido y fácil, abierto al cielo aunque después lo cubriese con un plástico. Yo me quedé en el agujero, me costó amoldarme a la estancia pero acurrucado conseguí encender el infiernillo y preparar la cena y sobre todo dormir sin que la helada de la noche arriesgase mi temperatura de confort. Todo lo contrario a lo que le sucedió a Andrés.

"Nos metimos en la montaña por el primer largo de la ruta normal

para marcharnos, al menos, con la cima en el bolsillo."

 

Al día siguiente nos embarcamos en tierra firme por la norte de la Torre de la Palanca persiguiendo la aventurera idea de abrir un nuevo camino en esos trescientos metros de sabe Dios qué. Nos acercamos y la línea que queríamos seguir no existía como la habíamos deseado o más bien como la hubiésemos necesitado porque donde precisamos nieve y hielo, nos dimos de bruces con una difícil roca que ralentizaría infinitamente la progresión. Nos metimos en la montaña por el primer largo de la ruta normal para marcharnos, al menos, con la cima en el bolsillo. Fui delante, siguiendo a otra cordada que nos adelantaron buscando su escalada. En los últimos metros hacia la reunión, mis predecesores habían arruinado el terreno y la suerte de un cordino evitó una buena caída hasta el fondo de esos cráteres que en Asturias llaman “jous”. Al final, las malas condiciones de la nieve y el hielo en la montaña nos echó a todos fuera.

"Me fui maldiciéndome por el infortunio y

porque no iba a disponer de más oportunidades este invierno."

 

Hasta otra, dije cuando empecé a descolgarme de la reunión para hacer el rapel. Me fui maldiciéndome por el infortunio y porque no iba a disponer de más oportunidades este invierno. Físicamente me costó llegar de nuevo hasta la estación del teleférico y quizá lo hice creyendo que había sido un tiempo perdido y hasta doloroso. Sin embargo, sabemos que siempre te llevas algo de cada experiencia. Recordé el día anterior subiendo por la ladera que ahora acababa de descender, que en una de las pausas me desnudé ante las montañas, como hice en otras muchas ocasiones y  en los ambientes más variopintos. Cerré los ojos: “No tengo nada a parte de alma”.

bottom of page