PASEANDO POR FRESNIDIELLU
Dicen que Sotres es la aldea a más altitud de Asturias. Yo tenía ansiedad por volver a ver sus tejados desde un lugar un poco más alto: la Peña Fresnidiellu. Quería estar acompañado del alpinista que esta pared vio nacer y que se ha convertido en maestro de los que todavía, a pesar del tiempo, nos sentimos aprendices o Sanchos Panza cuando seguimos todos los caminos verticales que ha abierto en estas y otras montañas. Andrés Villar junto con su amigo ya fallecido, Iñaki Arregui, fueron pioneros – a los que después se sumaron y siguieron otros – en varias de sus sendas sobre estos abismos que alcanzan los trescientos metros.
En esa excepcional y placentera fachada de caliza, destaca en su extremo izquierdo un monolito que se yergue puntiagudo hacia el cielo. En septiembre de 1984, Andrés con su compañero del GREIM Higinio Giraldo, llevan en la cabeza la idea de ocupar su exigua cima con la apertura de la vía “Espolón Superkraquen”, pero se encontraron con una realidad tan inesperada como romántica.
Otro gallego y también montañero, Antonio Rapallo, en 1962 escalaba con su amigo y legendario guía de los Picos de Europa, Alfonso Martínez, el mismo de la tan recorrida “Directa de los Martínez” al Naranjo de Bulnes. Quería dedicarle la cumbre de una montaña a su mujer y eligió en su día ese mismo e inviolado pico. Escogieron una ruta normal que no transcurre por su parte más sensacional pero nunca exenta de expuesta escalada, teniendo en cuenta la época y el precario material que utilizaron. En la cumbre dejaron un largo palo que, como dijo Rapallo, fue un auténtico estorbo hasta enarbolar una camisa a modo de bandera atestiguando su hazaña. De aquel largo palo, Andrés e Higinio descubrieron un deteriorado y pequeño trozo de madera justo cuando abandonaban su cima dando al traste con su sueño de ser los primeros.
"En ella aparecen dos emotivas cartas que Andrés Villar y Antonio Rapallo se dedicaron recordando aquellos momentos"
En la primavera de 2001, otros dos compañeros del GREIM Salvi y Paco, abren paralelo a la vía de Andrés e Higinio, una nueva ruta que sigue una delgada línea que bautizan con el nombre de “Tecontang”. Una ruta que también abre las páginas de una pequeña guía que poco tiempo después publicarían estos dos compañeros de profesión y amigos. En ella aparecen dos emotivas cartas que Andrés Villar y Antonio Rapallo se dedicaron recordando aquellos momentos: Fresnidiello, 25 vías y una historia. Ambos se conocieron años más tarde en Noia en un encuentro entrañable y, como cuenta Andrés, seguramente Rapallo ya se haya muerto.
Adelino Pose fue mi último profesor de matemáticas y yo uno de sus peores alumnos. Las fórmulas matemáticas o físicas tienen su propia aventura, porque aventura es todo aquello que significa adentrarse en lo desconocido aun cuando todo está resuelto. Es como repetir una vía de escalada. Tienes los datos pero debes descubrirla por ti mismo y estar a la altura del problema planteado. Pero será innato que la actividad te cautive. Y las personas estamos repletas de pasiones variopintas.
La escalada actual se mueve en números y en disciplinas. Escalada clásica y alpina, escalada deportiva y la escalada de bloque.
Yo soy de alpina, al menos me siento así, sin escapar de esos números que definen la dificultad de cada ruta. Estos números se alejan de las enseñanzas de mi apreciado y sufrido profesor, sin embargo están presentes en su significado. Desde un grado III, que marca lo fácil, hasta los 8a+, 8b, 8c y 9a+ en los que vive la élite de lo vertical. A fin de cuentas, mi espíritu sigue el epígrafe de la guía de Fresnidiello: “El horizonte deportivo que nos impone una modernidad en ocasiones confusa, no nos permite experimentar el verdadero sentido de la escalada. Perdidos como andamos en un ambicioso mundo de números y letras, hemos pasado de locos aventureros a meros deportistas y un vistazo al pasado siempre ayuda a encontrarse con la montaña y con uno mismo”.
A veces, en la vida en general, deberíamos mirar hacia atrás y darnos cuenta de todo lo que tenemos y hemos conseguido para darle el valor merecido cuando, en muchos aspectos actuales, hemos perdido hasta la educación y respeto que tanto han profesado nuestros mayores.
Yo fuera de esos grados y bajo la admiración de quien se mueve en ellos, escudriño en mi interior o sencillamente paso por esos lugares donde el paisaje se ve diferente y, como he dicho vanidosamente en más de una ocasión, hace que me sienta parte de el. Quizá me sienta un poco identificado con uno de mis mitos. Gary Hemming es americano y un escalador de los años sesenta. Le llamaban el Beatnik de las nieves. Hay un libro biográfico escrito por la italiana Mirella Tenderini. Un periodista francés de montaña, Jeanmi Anselin, en su libro “Las paredes del destino”, lo definió como uno de los héroes de la película del gran Konchalewski.
Runaway Train (Tren a ninguna parte) es un tren loco, aún menos que eso; una máquina negra, antediluviana, que más que seguir sus raíles los segrega. A bordo de ese tren, vidas de hombres, en su violencia y su ternura, se golpean como las ruedas de los carros. Hemming fue el tren y el piloto loco y vulnerable.
A veces me siento parte de ese tren y creer que puedo ser uno de sus vagones que la inercia de la velocidad dejada en el último viaje me permite deambular a mi ritmo por esas vías separadas. Cuando escalo soy lento como Gary Hemming. Tengo la enorme fortuna de formar parte de algunas historias que han escrito otros o algunas en las que he llevado la letra en solitario. Otras, en las aperturas de nuevas vías de escalada, me permito ir delante descubriendo el camino pero cuando el tema se complica demasiado ahí está él, un tipo como Andrés Villar que lo resuelve todo y yo detrás, aprendiendo continuamente.
"Los Picos de Europa se envolvían en una nube que quizá estuviese dejando como islas las cimas de las montañas más altas"
Llegamos a Fresnidiello con un parte meteorológico que pronosticaba buen tiempo para un fin de semana de agosto. La realidad conduciendo al mediodía, fue que los limpiaparabrisas del coche trabajaban de vez en cuando por la autopista a su paso por Ribadesella. Los Picos de Europa se envolvían en una nube que quizá estuviese dejando como islas las cimas de las montañas más altas.
En Sotres, desde la pista de Áliva, la pared se descubría limpia bajo un techo que abría claros propios de la entrada del buen tiempo aunque hacía frío. Comimos y subimos la senda durante media hora. Escalaríamos dos de sus aperturas y decidí empezar por la “Vía de los Capitanes”. Un homenaje a los pilotos del GREIM Pérez Navas – Hidalgo que dejaron su vida en la montaña que está justo enfrente durante un rescate en 1982. Cuando miras hacia arriba y ves ante ti un largo muro de 250 metros, trazas con la mirada esa línea imaginaria que te llevará por cada uno de sus pasos. Ya había escalado en Fresnidiello en el 2003 y la fortuna o casualidad de haber estado al otro lado del objetivo de Dario Rodríguez mientras nos fotografiaba desde una cuerda fija a Andrés y a mí para un reportaje de su revista Desnivel. Escalamos turnándonos cada largo de cuerda, disfrutando mucho, porque este vacío se disfruta. A veces con algún miedo y mil resoplidos y una enorme sonrisa cuando te ves a buen recaudo. Los canalizos son fisuras que discurren por largos tramos de la pared, fabricados por la erosión del agua sobre la roca caliza. Son los pasos tranquilos y fáciles pero verticales que te avisan que la fuerza de la gravedad siempre empuja hacia abajo si te caes. Y aquí las caídas pueden ser largas, muy largas si los sitios donde introduces un seguro queda ya muy por debajo de ti. Hace frío y en la última reunión decidimos no seguir los últimos metros hasta cumbre. Preferimos bajar ya. La secuencia de rápeles nos devuelven al seguro suelo. La senda, estaba vez de descenso, nos lleva hasta el coche.
"Digan que son de Negreira, muy cerca de Roxos y conocidos de Villar y de un tal Rubén que lo acompaña"
Subimos a la aldea de Sotres para visitar el bar La Gallega. Ana es quien lo regenta. Su madre, que tuve el privilegio de conocer, era de Roxos. De Roxos de Santiago de Compostela. Se casó por poderes muy joven y aquí tuvo su vida. En el pueblo más alto de Asturias dicen. Ya saben, si van por Sotres pasen por el Bar La Gallega. Allí estará Ana. Digan que son de Negreira, muy cerca de Roxos y conocidos de Villar y de un tal Rubén que lo acompaña. Ana tiene historias de montaña y montañeros que ni ustedes pueden imaginar.
Salimos de allí para cambiar los refrescos por una botella de sidra, queso y chorizos a la sidra en Casa Cipriano. Fue una buena merienda porque después aun vino la cena en la penumbra de la tarde en un campo muy bonito al pie de Fresnidiello. Andrés durmió al raso con un plástico apoyado sobre una piedra y los bastones. Yo en mi diminuta tienda de campaña que semeja más un nicho de cementerio pero deja la enorme sensación de bienestar. La noche oscurecía la pared de 300 metros que a la mañana siguiente volvería a recibirnos para escalar otra vía que Andrés abrió con Higinio en 1985. “Separación Real”, imitando la Separaty Reality de Yosemite, en los EE.UU.
Después de un buen desayuno remontamos el sendero hasta el pie de vía. La mañana dejaba un buen contraluz y la silueta oscura de un caminante que se perfilaba flacamente sobre una soleada pared. Hoy sí que era día de sol y moscas. Calor. Asfixiante a veces pero el calor que hoy necesitábamos y que apenas se ha visto este verano. El primer largo me toca. Igual que me tocó hacía once años. La mañana era fabulosa, hasta diría que rock and rollera pero poco a poco se fue tornando folclórica, con sonidos de gaitas que había escuchado durante la noche en mi cabeza y retumbaban en mi corazón, sabiendo que era infiel a mi cita con la Noite Folk de Negreira en la fabulosa área recreativa de Covas.
En lo más alto,donde la pared se inclina, me senté. Contemplé el mundo y bajé para volver a caminar por el suelo saboreando un escondido romanticismo.