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PEDRO

- Hombre Pedro!! – contesté a su llamada por teléfono.

- Es más difícil hablar contigo que con el Presidente del Gobierno carallo – me dijo.

- Jajajaja – reí.

- No vamos a tener un momento para tomarnos algo y charlar un buen rato entre amigos?.

- Te parece bien mañana? – pregunté.

- Pues mañana. A mí ya sabes donde vas a encontrarme. Yo siempre estoy disponible a la hora que tu me digas – respondió.

Nos sentamos en la terraza de La Mezquita aquella sobremesa de primavera, como cualquier otra, como la última, como la de tantas veces. Eran las tres de la tarde y hacía calor.

 

- Hola Mary, ponme un descafeinado – pedí.

- Traeme otro albariño – dijo Pedro.

Pedro se sacó la gorra y pasó la mano por su pelo blanco.

- Por fin nos vemos – soltó.

- Calla ho! Que de verdad soy un liante. Creo tener todo el tiempo del mundo y siempre me comen las agujas del reloj y tenemos muchos temas que repasar – exclamé.

La aguja entró en el surco del vinilo. Change The World, amigo. De Eric Clapton. Cuántas veces hemos jugado a cambiar el mundo? Tu desde la izquierda y yo desde la derecha y los dos jugando a ambos lados aunque a veces a ti te hubiesen llamado la atención por acercarte tanto a estribor, eh pirata? Y nos reíamos a carcajada limpia y nos poníamos serios encontrando el equilibrio de ideas entre los mejores intercambios de vocabulario que pude descubrir hasta ahora. Me has hecho rico, lo sabes?

"La aguja entró en el surco del vinilo. Change The World, amigo. De Eric Clapton"...

Me pusiste a bailar a mí y a una generación dominando nuestros ritmos y estados de ánimo. El que a las tres de la mañana rompía con el rock-pop y saltabas con las lentas. Eras el del pañuelo rojo o la gorra en la cabeza. Eres Pedro el pincha.

 

Me contaste tu vida, en la barra de un bar. Me hablaste de tu pasado y no olvidaré aquel momento en que Pérez Reverte te dejó un mensaje. El Corsario, como lo llamabas, porque su Patente de Corso es auténtica, me contaste. Y fue ahí donde me descubriste tus derroteros profesionales que te llevaron por varias guerras como corresponsal para traer los cuentos de terror que dejan las balas; que llevaste los micros en varias emisoras y que en realidad eras profesor de matemáticas. He de reconocer que me costó creerte en algunas cosas pero llegó el día que recibí tu llamada diciendo que te ibas a Cariño, en Cedeira, a ocupar tu plaza después de una larga condena por haberle soltado una hostia a un inspector de educación.

Eres un cabronazo, que lo sepas. Porque me has dejado ahogándome en mis lágrimas. Pero te jodes y me sigues aguantando porque sé donde estás, te llevé hasta las puertas del cielo y con tres familiares y dos amigos más las cerramos. Y yo tuve el honor de darte la última palmadita.

Te fuiste con un par, porque siempre hablamos del valor cuando yo te decía que era el cobarde más grande del mundo.

- Mary ponme otro albariño que quiero levantar el ánimo – dijiste por última vez el otro día.

La última fue regresando de las fiestas de Logrosa. Te encontré en la terraza del viejo London. Eran las dos y media de la noche. No dejaste que me fuese sin el brindis final cuando por tu cuello asomaba un catéter como signo inequívoco de que esto se acababa y tú habías decidido irte con la mejor manera de firmar tu propia historia

Así que si me veis en La Mezquita con un vino blanco sabed que estoy recordando a un amigo que se bebió la vida y me enseñó muchas cosas.

No sabes cuanto te echo de menos.

 

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