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POR UN PUÑADO DE EUROS

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Reconozco que para la escena que les voy a plantear el título no se corresponde, porque en realidad tendría que ser “El bueno, el feo y el malo” pero es que no me atrevo a repartir los adjetivos a los protagonistas de esta historia. Así que si los sitúo en una entidad bancaria comprenderán que “Por un puñado de euros” le va mejor. De todos modos centrémonos en el escenario y pongan en sus oídos la banda sonora del silbido.

..."De todos modos centrémonos en el escenario

y pongan en sus oídos la banda sonora del silbido"

El previo al duelo final pasa por lo que sucede con anterioridad en casa, iniciando el proceso para salir de ella dispuestos a enfrentarte con quien depositas la confianza de que guarden tu dinero y es que, por momentos, uno llega a plantearse si los bancos son el enemigo.

Te miras al espejo y ves que tus ojos observan detenidamente a un tipo que tiene medio siglo en sus espuelas, cabalgados en el oeste de España, aquí en la Galicia donde se pone el sol, coloreada de verde y sin atisbo de cruzar el largo desierto de Arizona. Si echas la vista atrás te lleva a los progenitores currando lo suyo para conseguir unos ahorros labrados en el esfuerzo de la vida, resguardados a caballo entre la viga y la caja fuerte. Coges el cinturón y lo vas pasando por los presillas del pantalón, llevándolo hasta el último ojal y ceñirlo con la hebilla. Compruebas que va en su sitio y entonces aparece ese momento crucial cuando desenfundas la cartilla de su protector plástico y revisas la última cantidad que aparece reflejada, como si contases las balas del tambor. Todo en orden. Vuelves a enfundarla, la introduces en el bolsillo de tu chaqueta y resuelves que únicamente sale cuando tú lo deseas, sin riesgo a perderse en el camino o que una cifra de las que hay impresas corra el riesgo de salir disparada.

..."Les salva tener un pistolero a sueldo, es decir, a un hijo o una hija que lleve los trámites"...

 

La cartilla no es tuya, pertenece a la cuenta de tus padres, o los de usted, que también son mayores y esto de las tarjetas de plástico y la era digital no va con ellos aunque el calendario los situó en un mundo tecnológico que, intentando comprenderlo, escapa a su entendimiento. Hace tiempo que dejaron de ir al banco porque les supone un tedio y un quebradero de cabeza. Les salva tener un pistolero a sueldo, es decir, a un hijo o una hija que lleve los trámites y se mueva por el mundo de internet. Antes era distinto, conocías al Director y a los empleados, no te vendían cuberterías ni te ofrecían créditos para que vivas por encima de tus posibilidades. Antes se llevaban los ahorros porque te daban algo por ellos y lo de aceptar sus préstamos iba más con empresarios que arriesgaban lo suyo o algún aventurado que los iba buscando. Pero bueno, los bancos son un negocio y no una casa de la caridad y eso debemos aceptarlo. Hasta un punto.

..."No hay barra ni barman pero como un tipo duro, o tipa, te tomas una de gel hidroalcohólico"...

 

Caminas con paso firme, mirando a uno y a otro lado y si cuando llegas te sitúas directamente ante el umbral, significa que has tenido suerte porque no hay clientes haciendo una larga y desesperante cola en la calle en etapa Covid. Abres la puerta, como si fuese la de un Saloon, pareciendo un forastero porque todos se giran poniendo sus ojos en ti a lo que respondes con los buenos días y una mirada que recorre los ciento ochenta grados para estudiar el percal, disputando ya la vez sabiendo que eres el último. A partir de ese instante empieza el verdadero juego, vaquero. No hay barra ni barman pero como un tipo duro, o tipa, te tomas una de gel hidroalcohólico a través de la piel de tus manos. Tu primer duelo es con una máquina nueva que expide el número con el que te van a atender. Aciertas a la tercera porque en tu interior te estás diciendo que lo tuyo no es la tecnología, que te las arreglabas mejor con el dispensador de tickets de papel que instalaron después de muchos años sin haberlo necesitado.

..."sientes la gota de sudor cayendo por tu espalda pero no es el miedo"...

Estás en el ruedo, sientes la gota de sudor cayendo por tu espalda y no es el miedo, es el calor desfasado que hay en el interior de la sucursal. La puerta se abre detrás de ti e instintivamente te das la vuelta igual que hicieron contigo. Es una anciana que le cuesta empujar la batiente y ante lo cual no dudas en ayudarla. De otras ocasiones sabe lo de recoger número pero ya no está aquel dispensador de color rojo que colgaba de la pared y se siente perdida. Se lo explicas lo mejor que puedes. Le ayudas a retirar su turno sin darle muchas vueltas a todas las opciones que te plantea la maquinita último modelo diseñada por un ingeniero joven y cibernético. Detrás de ti y de la anciana a la que acabas de ayudar llega un anciano que se ve en la misma incertidumbre que la mujer. Eres educado y le ayudas con la misma operación. Como el tema nunca acaba ahí llega otra persona que, aunque más joven, no deja de tener su edad y sus limitaciones para saber el “sencillo” funcionamiento de la pantalla táctil y de los datos que te solicita con un texto que tienes que ir leyendo.

..."La gota de sudor que te caía por la espalda ya cae también por la frente

y llega al pañuelo que rodea tu cuello"...

 

La gota de sudor que te caía por la espalda ya cae también por la frente hasta el pañuelo que rodea tu cuello. Tu mirada hace un barrido inquisitivo hacia los empleados del banco, como si fuesen ellos los culpables de toda la innovación por la que te hacen pasar. Los estás retando a un duelo, porque tu mano se va a la cartilla que tienes guardada en tu bolsillo, con todas las ganas de descerrajársela entre sus cejas repartiendo una página para cada uno cual bala se tratase porque nadie se levanta y a ti ya empieza a cansarte el rol de portero. Pero, una vez más, piensas que ellos no son los culpables.

..."Te mandan afuera, a la lluvia o al sol y sintiendo la vulnerabilidad de la calle"...

 

Mientras sucede todo esto más vale que no pierdas ojo a la pantallita que hay al fondo porque corres el riesgo de perder tu turno. Te toca. Te acercas a tu mostrador y dices que quieres ingresar una cantidad, un puñado de euros. Y con esto viene el desenlace cuando te sueltan que es mejor que tus padres se hagan una tarjeta de crédito, que se compren un teléfono e instalen una aplicación, que después de las once de la mañana estás fuera del nuevo horario y las nuevas condiciones; que no te queda otra que salir a la calle y realizar la operación a través del cajero automático. Sin aquella intimidad que los viejos bancos y los viejos empleados de banca te daban. Te mandan afuera, a la lluvia o al sol y sintiendo la vulnerabilidad de la calle. Entonces te giras para mirar a las personas mayores como a las que acabas de ayudar para sacar un simple ticket de turno, piensas en tus padres que asoman más allá de los ochenta tacos y sientes que se te está poniendo cara de Clint Eastowood – mi actor favorito – y que apartas el poncho para descubrir tu cintura.

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