Había que volver a armarla. Aprovechamos el espectáculo de luz y sonido que proyectan lo fines de semana durante el verano para hacer un Xallas nocturno que nos sumergió con una excelente temperatura en el agua. Casi un caldo. Esta vez fue difícil todo, desde conseguir un número de gente adecuado y el problema de última hora de las bengalas, que de las cinco que Jesús pudo agenciarse, funcionaron solo tres.
Lo importante fue que disfrutamos igualmente como enanos en un barranco que pasó de ser un parque acuático a un barranco técnico, donde la diversión cayó fulminada por un volumen de agua que se comió lo mejor del río en la época estival. Es cierto que en esa zona nunca debió existir una presa justo encima del paraje más espectacular pero lo que también sabemos es que en verano el río, o los ríos, nunca recibieron ese nivel de agua que ahora se le da.
Está claro que la atracción al turismo es muchísimo mayor que la que pueda aportar el mundo del Descenso de Cañones, pero ojalá se pudiese instaurar al menos, algunas jornadas con los caudales que llevaba antes para rememorar lo que fue uno de los mejores y más divertidos barrancos, no solo de Galicia, si no de España.
Antes de las once ya estábamos en la cabecera de la cascada. Hicimos el barranco a la carrera, sin apenas disfrutar los pasos, más que por lo obligado. Queríamos coincidir con el espectáculo de luz y darle vida humana a un grandioso salto de agua. Hasta la línea de rapeles nos llegaban los gritos y silbidos de la gente. Nosotros disfrutamos de nuestra aventura y más que exhibirnos, lo que buscábamos era algo muy importante en las personas: Emocionar.
Y tal vez lo conseguimos. Y sobre todo mostrar los terrenos de aventura que nos rodean.