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Foto del escritorRubén Suárez Carballo

AVENTURA


¿Qué hemos hecho hasta ahora?

Realmente este debería de ser el titular, sin embargo el resumen de estos meses desde mi última publicación ha sido AVENTURA.


Aventura dentro de casa y más en casa que nunca porque no hemos podido salir. Este ha sido un año sin nieve para mi. Sin un "corredor", sin ninguna cumbre y unas montañas níveas bajo las botas y los crampones. Este año los piolets se oxidan en el trastero, colgados de un soporte; con una pereza estática impuesta por esta pandemia que nos cierra hasta en nuestros propios Concellos.


He recorrido Negreira y me he acercado hasta el Mirador de O Cotro para contemplar la ría y otear el océano. He visto el Olimpo de los dioses celtas a simple vista y lo he acercado con el objetivo de mi cámara.


De pronto llegó una pequeña libertad que nos arrancó fuera de esa frontera en la puerta del hogar. Viajar hasta los Concellos vecinos podía considerarse un viaje. No perdimos la oportunidad y nos fuimos a recorrer esos rincones que tanto juego nos dan. Hemos vuelto a escalar en la fabulosa piedra Serpal, en los acantilados de los Castros de Baroña. Hemos bebido de esos ríos que han creado un excepcional paraje en el Concello de Mazaricos, compartido en un suspiro con Outes y Negreira como vecinos.


El técnico barranco de Ribeiriños que se precipita en un vertical y alocado zigzagueo, el salto de agua de San Paio que siempre me transporta a la sabana venezolana de Canaima. A dejarnos llevar por los cursos de los cañones de Bao da Casa o Gosolfre, inmersos en ese escenario digno de protección. Y sí, después de veinte años, volví a pisar con mimo el Edén del barranco de Santa Leocadia, en el Rego de Nosiño, ahí donde la vida se colorea de más verde que en ningún otro sitio, donde el musgo tapiza la roca para convertirla en una joya de la naturaleza.


El atardecer cierra los días y abre el espectáculo de la luz sobre el Monte Pindo. La roca cobra una vida camaleónica, cambiando de tonalidad hasta que una poderosa luna irrumpió con su juego de sombras. Allí nos acercamos también, casi con sabor a expedición, a crestear por sus picos, a oler el aroma de la costa y soñar con las estrellas desde la cima de A Moa que la estupidez humana pinta con nombre y apellidos. Disfrutamos de un calor inusual, extraño y agradable. Descendimos hasta nuestro vivac flotando con el espectáculo que acabábamos de admirar para dormir bajo la vigilancia del Gigante de Campo Lourenzo, allí donde la cámara registra una imagen que se guarda para siempre. El amanecer nos puso la playa más larga de Galicia bajo un sol que apareció con una lentitud que pretendía escapar a su horario, calentando pausadamente el mundo en la primavera y acelerando los latidos de un corazón que se mueve con la emoción y las ganas de vivir y contar.

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