Hace unos días, me fui acompañando a unos amigos que su vida pasa sumergida por circunstancias profesionales.
Bueno, uno es buceador de los GEAS y los otros dos de SALVAMENTO MARÍTIMO.
Nos metimos en las aguas dulces y precipitadas de los barrancos de O Courel. Un lugar fantástico, autóctono y tremendamente cortado por tajos que dan pie a una serie de cañones muy espectaculares.
Nos llevamos en la mochila el Carballido Superior, el Carballido Medio y el rey vertical como es la increíble hendidura que da nombre al Rego do Val. Tenían muy poco caudal, lo que facilitó enormemente conocerlos sin mayores sobresaltos aunque eso no resta sus méritos, pero está claro que con agua hay que echarle un buen cálculo para decidir si se descienden o no.
Como Folgoso de Courel dejó ese ambiente poco acuático, a los tres días me metí con otro grupete en nuestra joya más cercana: Ribeiriños. Directamente estaba intratable, inundado, desbordado y fuera de si.
Pero la temeridad tiene esa pizca de locura que te lleva a ser imprudente y una cierta experiencia que ayuda a saber manejarla (porque salió bien...). Así que, sorteando algunos inconvenientes como árboles caídos por el fuerte temporal imposibilitando algunas cascadas, otras nos recibían con un mangazo que golpeaba el cuerpo con la misma fuerza que el martillo de Thor.
Pasos técnicos mezclados con esa dosis de aventura que requirió buscar alternativas a lo imposible y para final de fiesta un rebufo que solventamos a barrigazo limpio para que el primero de cuerda asegurase la zona y el resto del grupo no se llevase en el buche más agua del fondo de la que fuese capaz de beber.
En definitiva, una juerga arriesgada que acabó en sonrisa.
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