SE FUE la araña de los Dolomitas. Se fue con el Cerro Torre cuya escalada le persiguió como una enorme lápida deportiva y un montón de juicios alpinos a los que se vio sometido.
Por todas las consecuencias que le trajo, Cesare Maestri en una entrevista concedida al Director de la revista especializada en montaña DESNIVEL, dio esta respuesta: "ojalá pudiese borrar el Cerro Torre de mi vida". La aguja patagónica que tanto le obsesionó y que más le llevó a la ruina emocional.
Compré su libro a principios del siglo XXI, el mismo que expongo como fotografía a esta entrada. Mi abuela María se moría en el hospital de Santiago. Ahí estaba yo, a su lado en los largos días previos a su último aliento. Acompañándola y de vez en cuando cayendo como un mensaje en las páginas de "Y SI LA VIDA CONTINÚA" para aliviar el trance. La lectura de su comienzo me sitúa no solo ante un escalador, sino ante una persona aventurera que me traslada esa mirada delicadamente romántica, íntima, sensible y triste.
"Esta mañana, saliendo de la ducha, me he mirado al espejo y he observado críticamente mis sesenta y cinco años camuflados en un cuerpo aún robusto que, si por un lado atestigua mi estructura atlética, por el otro deja entrever sin piedad cuál será la decadencia fisiológica del mismo.... los ojos endulzados por ese velo de tristeza que distingue la mirada de quien las ha pasado moradas..."
Para mi, con otros escaladores de su época o próximos a ella, como Rebuffat, Bonatti, Hergoz y algunos más que trasladaron sus gestas a la literatura que habita en mi biblioteca, encuentro a esa persona que se ataba la cuerda y soñaba con la cima, enfrentado a un abismo que disfruta como todo escalador, a unas manos que agarraban la roca con la única idea de progresar, con un estribo en sus pies sin pensar en el grado actual o, si, incluso un compresor; un compresor para dar energía a un taladro que perforó la roca lisa y el único empeño de salir hacia la cumbre siguiendo una línea artificial de buriles.
Demostrar por segunda vez ante las mil dudas que se habían planteado, que había sido pisada antes de ese descenso durante el cual murió su compañero de cordada y testigo Toni Egger. El Cerro Torre finaliza en un hongo de nieve que para Maestri no significaba nada. Para él solo era la piedra que se elevaba afilada, sin más condimento, sin los pies encima de esa bola de helado que corona la montaña y que obvió como punto final. Lo imagino harto de ella, oteándola desde su base con un "para mi con esto ya está". Y ahí la comunidad alpina mató sus escaladas y apuntilló su historia.
Me quedo en el recuerdo de la lectura de este libro por las circunstancias personales en que lo inicié, porque lo asocio inexorablemente a ese instante. En la única idea de un italiano atraído por una pared helada, golpeada por el viento austral, sencillamente difícil y que si al inicio la definí como su lápida deportiva en vida, ahora con su muerte, cuelga ella sobre él como un epitafio.
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