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Foto del escritorRubén Suárez Carballo

ISLA DE MADEIRA

ISLA DE AVENTURA





Cuatro barrancos para tres días frenéticos.


DESTINO MADEIRA



Si. Nos fuimos, salimos, con media vacuna, con una pcr que costó más que un billete de avión. Con ganas de viajar, de salir, de ambiente de aeropuerto y sabor a expedición.


Cuando aterrizamos se nos atragantaron los adjetivos para describir la Isla de Madeira aunque, constantemente, siempre aparecen dos: vertical y exhuberante.


Es un desafío, un mundo que no sabes si nace de abajo hacia arriba o viene del cielo para enterrarse en el Atlántico.

Es un volcán que diseñó un paraíso, un Edén que literalmente causa un dolor de cuello porque te obliga a llevarlo a posturas inhumanas.

Mostramos fotos descendiendo cascadas interminables que juegan con los sentidos bailando en el abismo y no sabría con cual de ellas quedarme pero en cada espacio encontramos esa huella de la lava que con el agua esculpió gargantas que parecen tragarte a un mundo jurásico.


Hay escenarios que casi no caben en una fotografía y otros que directamente no caben, como los 111 metros de la cascada más grande del Cañón da Capulla.


Echamos la vista atrás como quien cree haber salido de una fantasía, de un laberinto de agua dulce que se precipita con una osadía directa en el Atlántico, sin un valle o una desembocadura que rebaje la adrenalina. Así, con la misma brusquedad con la que empieza, sin suavizar el paisaje porque así es todo en la Isla de Madeira.



Cada río parecía superar al otro, cada salto te asomaba a un vacío más grande, a un escenario de película donde el estruendo de sus cascadas ponía la banda sonora.

No hubo tiempo para visitar su famoso jardín botánico aunque quizá ya nos vimos metidos en el.



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