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  • Foto del escritorRubén Suárez Carballo

KANALA


No puedo evitar pensar en Jack London y en su velero Snark. Me gustan las montañas, adoro sus cimas que te elevan por encima de sus paisajes para contemplarlos cerca del cielo pero con los pies en la tierra.

Podría decirse que cargar con una mochila de 27 kg, dispuesta de mucho material y comida para pasar cuatro días abriendo una vía de escalada, es una auténtica tortura. Abrir una ruta nueva en un mundo de roca es una experiencia gratificante, una disposición de sensaciones que se enfrentan a un camino vertical y peligroso, con el abismo entre las nubes y el suelo. Con tu cuerpo asomado constantemente al atrayente vacío.


Sin embargo, es en el agua donde percibo un proximidad extraordinaria con la exploración. Puede ser descendiendo un río de aguas blancas en un kayak, o en la placidez de aguas tranquilas, remando con calma y disfrutando relajadamente del entorno que lo acompaña.


Con todos estos ingredientes, hay una sensación mayor que me persigue desde siempre en la tierra adentro donde vivo. Navegar, cruzar océanos en un barco y si se puede, mejor en el arte de un velero. No es el caso ni fue la idea pero fue un contacto con un mundo que sentía alejado a mis posibilidades. Un amigo me ofreció formar parte de una tripulación, un grumete sin experiencia y sin más entendimiento sobre la vela que el deseo de vivirla.

Kanala es su nombre e Ignacio su armador. Cogimos los vientos de la ría de Noia-Muros, metidos en una competición, con la esbelta silueta de Monte Louro que abría paso al inmenso atlántico.



Solo pude saborear la idea de poner rumbo a América. Era un pensamiento que viví al lado de casa. Un pequeño viaje sobre las olas que despierta los sueños, te hace sentir pletórico de vitalidad y le sigue ganando tiempo a la muerte.


"Kanala" es el nombre de un pueblo Vasco y, en mi diccionario de experiencias, también significa aventura.






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