Volví otra vez a la Reina del Macizo del Cornión con otros dos amigos. Fue el pasado mes de julio, mientras en los valles las nubes y una temperatura suave eran las dueñas de la climatología para desesperación de los veraneantes de playa.
Serpenteamos la carretera del desfiladero de los Beyos, tan espectacular como siempre peligrosa, haciendo recuerdo de mis veranos por la zona, buscando rutas, escalando en la escuela de Sames; el primer contacto con el barranquismo en Vallegón y Viboli. La primera visión que tuve de la piramidal Pica Ten. La carretera de Caño es nostalgia y en estos dos últimos viajes he sentido que recuperaba aquellos años locos noventa, metidos de lleno en la aventura con un grupo que se hizo llamar "Bajo Cero".
La pista que sube a Soto de Sajambre es más estrecha pero no extraña para los que venimos de pueblos con similares trazados. Sin embargo, el aparcamiento se abre al turismo con amplitud y un calor que a las dos y media de la tarde aplastaba el alma, bajo un sol que brillaba sobre el cielo azul y una Peña Santa que silueteaba imponentemente al fondo.
Intentamos llevar el material más justo pero parece que nada es imprescindible y cada uno con sus cachivaches, su ropa, su comida y el agua va completando la mochila con lo que nos parece considerablemente necesario. La aproximación a Peña Santa es de las más largas de Picos. Ir ligeros se agradece en el camino pensando en cuanto queda por caminar y que a mi ya me había costado lo suyo por estas mismas fechas el año pasado.
Comimos y nos hidratamos antes de salir, callejeando por el pueblo y recorriendo la primera pista que se me hace eterna e intratable hasta que alcanzas la sombra del bosque de Vegabaño. Todo un paraíso verde autóctono y una frescura que recupera el resuello de los primeros y fatigosos pasos.
"Comimos y nos hidratamos antes de salir,
callejeando por el pueblo y
recorriendo la primera pista que se me hace eterna e intratable.."
En esta ocasión me siento muy bien, muy cómodo y veo lo mismo en Alex mientras apreciamos en la cara de Albano que el desnivel le está cobrando una buena penuria con el esfuerzo físico.
Salir del bosque nos metía en la dura Canal del Burro, intercambiando conversación con algún que otro solitario caminante de Picos hasta que por fin la cara sur de Peña Santa aparece ante nosotros y un sinfín de rutas que se dibujan invisibles en su descomunal pared.
Vegahuerta es la morada, el campamento para el descanso y el encuentro casual con los compañeros de trabajo de otro Parque de Bomberos y también con eminencias que dejaron un instante imborrable.
Fue más que un encuentro con el Notario de estas montañas, reconociéndonos sin habernos visto nunca.
Escala y camina hasta dejarte sin aliento este joven de 70 años. Una enciclopedia abierta que se llama Isidoro Rodríguez Cubillas.
- Yo sé con quién estoy hablando - me dijo.
- Más bien habría que decir que sé quién eres tú - le contesté. Yo solo soy el segundo de cuerda de Andrés Villar, que ya ha sido mucha suerte y un honor en estas montañas, el mismo que siento ahora al verte.
Al día siguiente nos metimos en la vía de la Sur Directa a las ocho y cuarto. Me sentí con plena confianza en la roca, sin duda porqué ya nos conocíamos, disfrutando de cada paso, de la experiencia que volvía a tener con ella, con esa luz del sol que se abría ante el paisaje e iluminaba todo el sentimiento alpino que me da esta mole de caliza.
Apenas fui metiendo algún friend que proteja de una caída, aupado por la ilusión, de reunión en reunión, esperando a los amigos que venían al otro lado de la cuerda, en la fragilidad del momento y en la fortaleza de la amistad.
Hicimos cumbre, esperando a la cordada de Isidoro. Comimos, bebimos lo poco que nos quedaba, charlamos, hicimos fotos y descendimos para despedirnos a los pies de los 2.596 metros que acabábamos de coronar. En la bajada, los neveros se convirtieron en insignificantes sensaciones por apagar una sed que nos mataba en una sequía acuciante, derritiendo en nuestras manos lo justo para mojar los labios hasta que el hilo de agua de la fuente del refugio desbordó en nuestras cantimploras.
Los nuevos amigos se iban y nosotros nos quedamos para pasar una noche más, con el atardecer como protagonista, con la luna como la mejor luz para la ocasión, acobijados en una tienda que se antojaba pequeña pero en la que tenía cabida las ganas de regresar.
En Cangas de Onís el cielo estaba gris pero la sidra y esos grandes amigos que guardo desde hace muchos tiempo traían el calor en los abrazos casi contenidos por la pandemia.
¿Para comer? Casa María, en Mestas de Con.
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