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  • Foto del escritorRubén Suárez Carballo

TIRO NAVARRO

Actualizado: 13 feb 2023


PICOS DE EUROPA

La montaña como evasión a la barbarie. Y como evasión de nuestra vida que una vez más descargamos en la aventura. Hemmingway decía que su psicoanalista es su máquina de escribir donde también descargaba con maestría sus experiencias. Nosotros nos sumamos a la cita pero con menos arte.

El mundo se volvió loco. La catástrofe de la guerra ya iniciada con la invasión de Ucrania por la Rusia de Putin, pone en jaque a la humanidad y a sus habitantes que son los que verdaderamente sufren la desgracia de imbéciles extraordinarios que de vez en cuando aparecen por la vida. Los inicios de la década de 2020 no pudieron ser mejores.


No sé si la vida sigue o hacemos que siga, sin mostrarnos ajenos a lo que está sucediendo. Picos de Europa nos esperaba otra vez, con una climatología que parecía mostrarse benévola con ciertos matices. Por el valle de Liébana, en Cantabria, las montañas aparecían desnudas de su blancura. Nada, solo unas motas en algunos puntos y toda la nieve concentrada a partir de los 1.800 metros.

Nos cambiamos en uno de los aparcamientos del teleférico de Fuente Dé. Las mochilas pesaban con la carga de tres días y una espalda que protestaba antes de que estuviesen pegadas a ella.


Desde la salida del teleférico en dirección a Cabaña Verónica, la pisada era buena, sin enterrarnos, con una costra de hielo que hacía cómodo el caminar. Volteamos para seguir la entrada a Peña Vieja y remontar la dura subida y unas condiciones que hicieron honor a la época invernal. Ventisca y frío. Un frío que entumecía y que para una vez que se prestaba a usar mis gafas apropiadas a ello, se me quedaron en una de las pausas.


Tengo claro que lo mío con el material y perderlo por donde pase tiene un nombre: un desastre, soy un auténtico desastre. No hay ocasión en la que no me deje algo en tributo a la madre tierra.

Llegamos al collado de Santa Ana aterecidos, soportando un viento que golpeaba, sabiendo que no era la mejor ubicación y la decisión de montar ahí la tienda a pesar de que los huecos de vivac estaban cubiertos por la nieve y sin posibilidad de abrigo. La opción era bajar hasta la profundidad del Jou en busca de su protección, pero persistió más la tenacidad de montar allí la lona que desandar toda esa empinada ladera.

Nos costó Dios y ayuda celestial ver como nuestro cobijo iba cogiendo forma, con las manos heladas, los dedos insensibles y las piedras que íbamos disponiendo para contrarrestar la ofensiva huracanada. Quizá no me crean pero toda una odisea. Tan pronto la tienda naranja tenía ya forma de habitáculo, metimos todo en su interior, nosotros con las botas puestas y una tiritona que tuvimos que combatir dándonos calor hasta que pudimos a duras penas ir retirando los sacos del fondo de la mochila y meternos dentro de ellos hasta que la temperatura corporal se fue recuperando. El viento soplaba con tal fuerza que en algún momento percibimos la posibilidad de salir volando con la lona que nos cubría, congelándonos en los -9º y la sensación térmica de -20º.


Pudimos hacer la cena, y degustarla entre el sabor de una sopa, una fabada, unas albóndigas y la verdadera sensación de aventura al sentir que uno lo está pasando mal. Andrés llevaba su botella para aliviar las necesidades menores sin tener que salir al exterior y yo cavé un hueco en una esquina de la entrada para hacer lo mismo en una posición arrodillada. El hielo se encargaba de contener la micción y que no se fuese por la base de la tienda.


Nos quedamos dormidos y yo lo hice en una tranquilidad absoluta, como si el temporal no fuese conmigo y me arrullase con una placentera canción de cuna. A las once de la noche todo remitió menos el frío. El amanecer descubrió un sol que iluminaba las montañas con una luz esplendorosa, magnificando esas agujas de roca que emergían de su vestidura blanca.

El desayuno en el interior siempre es un placer, con más de medio cuerpo metido en el saco y el sonido del infiernillo dispuesto a derretir nieve y transformarla en aroma a café.


Echamos a caminar cerca de las diez de la mañana hacia Tiro Navarro, buscando un corredor al que Andrés había echado el ojo hacía un tiempo. No iba a ser excesivamente largo pero suponíamos que era virginal y eso lo transformaba en el deseo de internarnos en un espacio nuevo. Cruzamos toda la ladera, asegurados en la técnica y la confianza de los crampones y los piolets hasta que nos pusimos a pie de vía. La actividad pintaba bien, con unos 55-70º hasta los resaltes que se ponían en los 85º. Un cordino, un par de friends y un parabolt de 8mm al final de una grieta que se estrechaba hasta el punto de poder empotrarte y sustentarte por la presión de tu cuerpo. Rapel y vuelta a la tienda con la decisión de bajarnos al ver como la niebla y las nubes volvían a dar señales de otro día y otra noche de perros.


Lo nuestro fue un abismo buscado, gélido y que se disfruta, pero hay abismos que hielan el alma cuando a la historia de la humanidad le toca ponerse en manos del fanatismo y la estupidez.






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