RECUERDOS DEL NEVADO AZULCOCHA
Fragmento del texto TEJADOS DEL CUSCO.
Expedición “Misterio de Vilcabamba 2010”
A las seis de la mañana la luz del sol penetraba a través de la tela naranja de la tienda inundando de color el interior. Lejos de un aroma a mandarina o flores del campo, el olor, como de costumbre, era de pies y sudor. Pablo cogió la cámara de vídeo. La luz roja de grabación comenzó a parpadear y dirigió el objetivo hacia Jorge que despertaba a su lado.
-¡Que bien dormí! – exclamó el rubiales mientras estiraba los brazos, cogía el talkie y probaba fortuna con una sucesión de tres “holas” y la esperanza que el Dóctor nos escuchase desde el campamento de la expedición. No hubo respuesta. Pablo cambió el plano sobre Jorge para buscarnos a José Ramón y a mí.
-Aquí está la sección que durmió mal – dije con ironía y medio incorporado sobre el saco.
-Esto se empaña y no graba bien – indicó Pablo. Hay mucha condensación. Lo limpió con la tela del saco pero acabó desistiendo.
..."Salimos al exterior como zorros de una madriguera,
boquiabiertos por el espectáculo del paisaje en el que estábamos inmersos,
por el espléndido cielo azul y la agradable temperatura que envolvía el lugar..."
Salimos al exterior como zorros de una madriguera, boquiabiertos por el espectáculo del paisaje en el que estábamos inmersos, por el espléndido cielo azul y la agradable temperatura que envolvía el lugar. Ventilar se hacía imprescindible y no solo por la tienda, por todo en general. Por nosotros, por la ropa, por los sacos de dormir y en definitiva por todo lo que llevábamos encima y conseguía que nuestra vida de aventura gozase de alguna comodidad. Aunque lo amontonamos a la puerta de la tienda enseguida desperdigamos el material por la pedrera de la desembocadura del regato que habíamos descendido en mitad de la noche. Jorge se apartó unos metros en dirección hacia la misma laguna que nos vio salir hacia el Nevado Azulcocha tres días antes. Enseguida capté la imagen y fui corriendo a coger mi cámara de fotos porque la escena lo reflejaba todo. Era el despertar sosegado, la pausa con la que hacía sus necesidades menores y sin ninguna preocupación que lo molestase. Con su gorro de dibujos y colores caleidoscópicos en tonos verdes, rojos y ocres. Parecía sentirse zambullido en aquel lugar, absorto ante el horizonte y hasta solitario a pesar de nuestra compañía.
Organizamos un desayuno a base de lomo, atún y chocolate. Cuando terminamos José Ramón encendió el infiernillo al abrigo de unas piedras puestas en círculo y puso a calentar agua en un cazo para llenar las bolsas de agua que van en la mochila. Es una de las mejores maneras de mantener una hidratación constante sin necesidad de romper la marcha. Sin embargo, a mayores, siempre llevo conmigo mi botella de aluminio para albergar de igual manera el líquido y alcanzar así unos tres litros y medio ya depurados. Si me dejo llevar por el lado romántico, las bolsas de agua creo que nunca podrán sustituir ese momento en el que te detienes a beber un trago y contemplar cuanto te rodea. Es uno de esos gestos que me traslada al anacronismo del viejo explorador.
..."Se sentaron a observarnos, como organizábamos todo y acordamos que ellos llevarían
los piolets y crampones que colocaron en sus típicas mantas para anudarlas a sus espaldas"...
Mientras todos se encargaban de revisar y reorganizar sus cosas para hacer las mochilas, yo tomaba datos en mi diario acomodado en una piedra. El majestuoso paraje estimulaba las ganas de contar, de transmitir o de guardar los momentos a través del papel y el bolígrafo. Por el abra Puñacasa vimos aparecer a dos individuos que nos hacían señales. Bajaron por el largo sendero de la ladera y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban a nuestro lado. Eran Walter y Jesús, dos de nuestros arrieros enviados por el Dóctor que esperaban en el campamento principal. Venían para echarnos una mano con los porteos del material y aligerarnos a nosotros el camino. Se sentaron a observarnos, como organizábamos todo y acordamos que ellos llevarían los piolets y crampones que colocaron en sus típicas mantas para anudarlas a sus espaldas. Walter me dejó una imagen muy graciosa con la gorra que le habíamos regalado de Feiraco. ¡El nombre de nuestra cooperativa de leche aparecía otra vez en mitad de un lugar recóndito!
-El campamento del Dóctor está en el valle de Sacsarayoc – nos informaron.
-¿Cuánto tiempo os llevó llegar aquí Walter? – pregunté de una manera espontánea e instintiva. Su rapidez y fortaleza era incomparable a la nuestra pero me serviría para hacer cálculos de lo que nos llevaría a nosotros el camino de vuelta.
-Una hora y media no más Don Rubén – respondieron casi a la par y en una entonación muy baja y poco perceptible.
Nos cansábamos solo con mirar el fuerte desnivel que imponía el “Abra Puñacasa” para iniciar otro largo paseo por los Andes. Desde su altitud regresamos con el recuerdo a julio de 2008 cuando participamos en nuestra primera expedición del proyecto “Misterio de Vilcabmaba” y el cometido de escalar el Nevado Choquezafra. Ahora lo teníamos a vista de pájaro con las lagunas que alimentan el río del mismo nombre. Este año teníamos pensado terminar la exploración que había quedado pendiente entre Choquezafra y la zona arqueológica y que ahora veíamos con impotencia desde la distancia. A unos diez kilómetros en línea recta nuestra idea inicial había sido truncada por las operaciones militares contra los narcorterroristas que se desarrollaban en ese paraje de extraordinaria belleza. Allí, en un lugar donde parece no existir una frontera entre lo inhóspito y lo explorado, comenzaba esa selva amazónica por la que tendríamos que haber pasado al encuentro de Hatum Vilcabamba.
"En realidad, ¿qué no hay aislado en todo este inmensa parte del mundo?"
También se hace instintivo volver la vista atrás y regresar a lo que ya constituía un recuerdo, buscando en el cuadro de la naturaleza el glaciar explorado y, debajo de un azul intenso, la laguna donde habíamos iniciado el ataque a la montaña. El Azulcocha quedaba a nuestra derecha, no pareciendo ya tan insignificante desde aquí, aunque manteniendo ese engañoso aspecto de larga pala de nieve y teniendo también una visión más amplia de toda la montaña y de la enorme huella del retroceso glaciar, absolutamente perceptible en todos los nevados.
Walter y Jesús caminaban sin detenerse en la observación del paisaje y su único interés era llegar al campamento para organizar la salida cuanto antes hasta Porcay. Nosotros, al contrario, liberábamos alguna que otra admiración hacia el lugar que estaba regado por las nieves de nuestra montaña y que para los pastores se traducía en buenos pastos para el ganado. De vez en cuando nos parábamos a realizar alguna fotografía o capturar una imagen de vídeo lo suficientemente interesante y que sin lugar a dudas guarda el mejor archivo de nuestro experiencia. Atravesamos un humedal enclavado en una zona angosta, lúgubre y que mi mente imaginó cargado de un misterio brujo durante la oscuridad de la noche. Las botas se enterraban en el lodo hasta que salimos siguiendo un arroyo naciente que caía en pequeñas cascadas hasta el valle principal. En la llanura y al otro lado de una larga pedrera que formaba el riachuelo, la cúpula plateada de la única tienda montada destacaba como algo espacial sobre un verde intenso. El colorido de la enorme cantidad de bultos apilados al lado de una ruinosa cabaña, las mulas y los caballos dispersados mientras pacían a su antojo con gente moviéndose por el campamento, daban vida en una ocasión más a un lugar completamente aislado. En realidad, ¿qué no hay aislado en todo este inmensa parte del mundo?
"Si el Jefe te tiene en consideración es excusado ofrecerle la mano
porque su primera muestra de afecto se concentra en un enorme abrazo"
El Dóctor Santiago Del Valle nos recibió con los brazos abiertos. Si el Jefe te tiene en consideración es excusado ofrecerle la mano porque su primera muestra de afecto se concentra en un enorme abrazo. Eva revelaba una estupenda cara de felicidad al vernos de nuevo. Me explicó que sin nuestra compañía se sentía más sola. Sin duda le pasaba factura su primera experiencia como aventurera y en gran medida el impacto psicológico que le estaba sometiendo su labor como médico en un lugar tan pobre y apartado.
Nos refrescamos en el riachuelo y descansamos durante un largo rato hasta que los arrieros empezaron a movilizarse en la organización de las cargas para salir hacia el valle de Totora. Desde el Azulcocha hasta el campamento había sido un paseo. Todavía nos quedaba una buena caminata, superando de nuevo importantes desniveles. Los arrieros explicaron al Dóctor que saldrían por el fondo del valle, buscando el camino más llano para las mulas y los caballos mientras que nosotros lo haríamos aventurándonos en el trazado de una ruta alternativa, aunque eso sí, más dura. Caminamos por una senda que se internaba en una zona con bastante vegetación, remontando una ladera que, como todas, nos proporcionaba una buena visión del valle. Para incordiar el momento aparecieron los insoportables mosquitos que nos obligaron a proteger la cara con la mosquitera, aunque el revoloteo de los insectos no duró más que el trayecto que atravesaba la espesura y desapareciendo con la altitud. Pedí al grupo que parase un momento para inmortalizarnos con una fotografía. El Dóctor también sacó su vieja cámara de vídeo. Pensé que querría grabar hacia el valle desde donde habíamos subido porque todos son magníficos o tal vez grabar nuestro disfraz con las mosquiteras pero solo enfocó una parte del camino que a mi parecer carecía de interés.
"Dejamos la vegetación mientras una niebla, ya muy característica a una determinada hora, se adueñaba del paisaje".
Dejamos la vegetación mientras una niebla, ya muy característica a una determinada hora, se adueñaba del paisaje. Caminamos entre bloques de piedra y un terreno de puna, buscando los pasos entre los cerros sin un sendero visible y reflejando con la respiración el esfuerzo de la dura subida. La orientación de Pascuala, nuestra cocinera, nos daba la tranquilidad de seguir la dirección correcta. En el collado hicimos un descanso que agradecimos más que nadie los cuatro que ya traíamos la caminata desde la base de la montaña. Repusimos fuerzas con algo de comida y las posaderas en tierra para aliviar un poco el cansancio de las piernas. Siempre hay un minuto para bromear con Pascuala porque su risa cómplice alegra el momento. Aproveché para cargar una pipa que encendí cuando iniciamos un largo y pendiente descenso. Esta ruta alternativa pero más penosa por los fuertes desniveles que pasábamos, nos compensó con el hallazgo de unos cuantos ejemplares de Puya Raimondi. Al final del descenso un pequeño grupo de chozas dan señales de vida en Totora pero sin que aparentemente hubiese nadie en el lugar. Un joven campesino salió con cara de sorpresa y cierto recelo a nuestro paso. Con mirada que rozaba la desconfianza y la tranquilidad respondió con voz delgada a nuestra pregunta respecto al sitio que buscábamos. Nos indicó cual era el camino hacia el río y donde nos encontraríamos con los dos arrieros que traían las mulas y los caballos. Pascuala y Francisca, viendo que estábamos ya muy cerca del lugar donde íbamos a pasar la noche, fueron haciendo acopio de leña y transportándola en sus características mantas.
..."Empezábamos a preocuparnos por los arrieros que no daban señales de vida,
aunque éramos conscientes de su experiencia y que nos ganaban con creces en resistencia física y avance"....
Pascuala situó la hoguera de campamento al lado de unos muros cercanos al río. Nos sorprendió que todavía no hubiesen llegado los acemileros con las cargas. En su espera nos fuimos dedicando a reservar cada uno el mejor sitio para las tiendas y a buscar una piedra en la que sentarse cerca del fuego. Además del calor, el humo realiza una importante función como repelente de mosquitos. Antes de la cena recibimos la visita de un anciano que nos explicó que toda la gente del lugar estaba recogiendo papas en un terreno elevado y que nos habían visto descender por el cerro, confundiéndonos con miembros de Sendero Luminoso porque hacía muy poco tiempo habían recibido su visita. De ahí el temor del joven cuando salió de la casa a nuestro paso por la aldea. El viejo contó que los Senderistas llegaron esgrimiendo sus armas como lo hacían antes durante la época más dura pero que ahora se limitaron a aparecer y a divulgar su ideología en contra del imperialismo y que en sus objetivos no figuraba ir contra la población. Sin embargo, uno puede imaginarse la desconfianza con la que sus habitantes reciben a un grupo de extraños cerca del anochecer, en un lugar remoto y después de haber vivido tanta crueldad.
Para nuestra distracción, la curiosidad de un bocado nos trajo un perro hasta el campamento que supusimos pertenecería a alguna familia de la pequeña aldea y como el animal se dejaba querer, como si hubiese estado con nosotros desde siempre, le dedicamos nuestro tiempo y toda la atención. Por otro lado, empezábamos a preocuparnos por los arrieros que no daban señales de vida, aunque éramos conscientes de su experiencia y que nos ganaban con creces en resistencia física y avance, creímos en todo momento que ellos llegarían muchísimo antes pero no había sido así. Al haber elegido otra ruta más cómoda para la caballería, nuestra gran incertidumbre residía en no saber con suficiente rapidez si les había sucedido algo y, sobretodo, si estarían necesitando nuestra ayuda. Felizmente y para la tranquilidad del grupo, sus siluetas aparecieron en la lejanía al final de la tarde.
"La sombra envolvía el valle como una capa de misterio,
escondiendo la vida diurna y destapando los invisibles sonidos de la noche".
Cuando llegaron les hice una fotografía a Walter y a Iván que reclamaba un primer plano.
-D. Rubén, una fotografía más. Yo solo para darle a mi flaca.
-No hay buena luz Iván. No queda bien. Mañana te la hago - respondí.
La sombra envolvía el valle como una capa de misterio, escondiendo la vida diurna y destapando los invisibles sonidos de la noche. La luna nueva acuñaba una sonrisa en la fría negrura mientras, con timidez, la brújula de la Cruz del Sur comenzaba a dejarse ver. En un momento de silencio al calor de la hoguera, enfoqué mi cámara a las caras de los expedicionarios hasta que se escuchó un click y el flash iluminó el instante. En la pantalla, la fotografía revelaba miradas perdidas, miradas individuales; refugiadas en los retiros del pensamiento.