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EL SOL DE MEDIODÍA

Me acompañaban mil demonios que campaban a sus anchas entre la ansiedad, la inquietud, mil proyectos y dos amigos y compañeros de trabajo. Esa clase de gente por los que uno puede decir que son de los que merecen la pena. Con ellos y otros tantos uno puede llevar hasta el mástil más alto la cita de Shackleton: Nunca la bandera arriada. Nunca la última empresa.
 

Dicen que Pino de Val se corta con la Serra de Outes. Hoy es Outes a secas pero mojada por una confluencia de ríos que se precipitan desde su vecino concello de Mazaricos. A veces creo que la naturaleza nace en lugares como este, que a partir de aquí esculpe los paisajes. Si me dejo llevar por mi lado creyente diría que fue Dios quien los creó y algunos pecadores disfrutamos de ellos paseando por sus precipicios. Santabaia es el barranco más largo de todos los que configuran esta vertiente de la Ría Muros - Noia. Algunos rapeles, a excepción de uno, se salvan con apetecibles y encajonados saltos. Cualquiera de los barrancos de esta zona significa introducirse en un paisaje primigenio, casi intacto, donde el verde está por encima del propio verde.
 

"El verde está por encima del propio verde".

 


Santabaia da mil vueltas en un paseo lento y extremadamente resbaladizo, tanto que Arturo nos dio un buen susto, esperando lo peor, cuando un mal apoyo lo llevó a caerse sin control alguno desde seis metros por una cascada en una zona caótica y muy estrecha. Después Alex que, jugando a abrazarse a una laja como la parte roma de un cuchillo, acabó entre unas piedras y el agua, sin más historia que el susto de verlo deslizarse hacia otro accidente. Santabaia serpentea creando un difícil recorrido que parece no terminar nunca. Hoy amaneció con un cielo plomizo que descargó tímidamente una inocente lluvia para no olvidarnos que por momentos la primavera puede ser una mera ilusión. Pero hoy, metidos en el río, el sol del mediodía iluminó lo oscuro, creando ese espectáculo de luces y sombras y todas las variables que una tonalidad puede albergar. Los saltos en la poza más alta y sombría sacó las risas y los gritos de evasión y liberación. El resto fue seguir el río y maravillarse de cada recodo, de cada piedra cubierta de musgo, de una vegetación exuberante, advirtiendo la presencia humana con los muros de los viejos, arquitectónicos y derruidos molinos que otrora, además de la molienda, escucharon leyendas, cuentos y cotilleos.
En días como este se disfruta cada instante porque el lugar invita a hacerlo, porque uno siente que está metido de lleno en el corazón de la vida.

 

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