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UNA CLASE DE HISTORIA

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Hace un par de meses, sumergiéndome en las memorias materiales que uno puede guardar en una vieja caja, encontré un ajado dibujo a modo de viñeta. Tan pronto lo tuve entre mis manos percibí la idea de entrar en el Deloream del científico Doc y emulando a Michael J. Fox, acelerar al pasado de 1985 hasta aparecer en el viejo instituto de la rúa Castelao. 

La lámina está dibujada en una cartulina de tamaño A4. Aún recuerdo el momento cuando Santi me la regaló saliendo de clase y de vuelta a casa en la burbujeante adolescencia. Como no existe otra copia y seguro que ni el mismo se acordará de su existencia, tal vez se lleve una sorpresa. Santi Casabielle – el artista – había hecho un retrato de aquel momento académico en modo apocalíptico, dominado e influenciado por un maligno que aparece contemplativo y satisfecho ante su obra.

Su perspectiva aérea – en una época donde no existían drones que sobrevolasen por encima de nuestras cabezas – tal vez nació con la idea de la visión acodada de un vecino que desde la ventana de su edificio contemplaba absorto el devenir del curso. El boceto, testimonia un escenario donde una mano anónima modifica el cartel que anuncia el centro, para reescribirlo como una cárcel modelo donde las relaciones entre profesor y alumno pasan por un conflicto tan delicado como el asunto entre israelitas y palestinos. Por si eso fuese poco, el decorado se completa con un cementerio de los muertos por la causa.

 "...el momento histórico se sitúa cuando la estatua de Castelao

que da nombre a la calle – obra del fantástico escultor nicrariense Barbazán –,

llegó con cultura viril al pinar del parque de O Coto".

 

Para darle mayor vivencia, se le da voz a través de unos bocadillos – hablamos de viñetas tipo cómic – cuyos contenidos gráficos enseguida asociamos a unos docentes que dejaron actitudes y frases tan acuñadas que a día de hoy siguen insertadas en nuestro disco duro. Por la ilustración también desfila algún estudiante que por equis motivo quedó inmortalizado y, sin duda, el momento histórico se sitúa cuando la estatua de Castelao que da nombre a la calle – obra del fantástico escultor nicrariense Barbazán –, llegó con cultura viril al pinar del parque de O Coto.

En mis particulares rincones y reflexiones del recuerdo aparecen varias, pero hoy quiero resucitar la figura de un tutor que impartía la clase de geografía e historia en aquel tercero de BUP de la década de los ochenta. Se llamaba Antonio y por lo que he escuchado ahí sigue, formando almas. Mi sitio en clase era al fondo. Mirando desde la pizarra ocupaba el rincón izquierdo pegado a la ventana, con buena visión sobre el monte Bergando que, en invierno y con niebla, me hacía soñar con aventuras más que con el saber. Aquella mañana tocaba examen. Antonio se acercó hasta mi pupitre. Se paró en seco a mi lado para descubrir un folio en blanco y una mente en Babia.

- ¿No sabes nada? – preguntó.

- No – respondí sin mayor interés y desprecio al tema.

- ¿Nada de nada? – insistió.

- Bueno, sé sobre la guerra de Vietnam y las trampas que empleaba el Vietcong para ir jodiendo a los americanos, sus marines y su séptimo de caballería aerotransportada. Sé sobre los “ratas de túnel”, el valor que tenían y todo eso – contesté con bravata.

- Pues escribe – me dijo.

 

La verdad me dejó descolocado pero me dediqué a lo mío. Escribí dos folios por las dos caras, y yo no soy de letra grande.

Al día siguiente Antonio, mi profesor, después de entrar en clase y comprobando con una mirada que todos ocupábamos nuestro lugar, se paseó hasta el fondo del aula para volver a detenerse donde había dejado la batalla del día anterior. Me miró y esbozó una sonrisilla de victoria.

- Veo que lees mucho de Vietnam, estuvo interesante todo lo que has escrito – dijo.

Sobre mi mesa dejó un libro de los boinas verdes en el país de Ho Chi Min y un bolígrafo de camuflaje.

- Es para ti, para que sigas leyendo – me dijo.

"Caer en la nostalgia y revolver el pasado a través de los recuerdos

tiene dos riesgos si se va más allá de lo puramente emocional."

 

Caer en la nostalgia y revolver el pasado a través de los recuerdos, tiene dos riesgos si se va más allá de lo puramente emocional. Uno, ver el paso del tiempo y sentirse mayor; o dos, verse mayor y sentir que no se han vivido todas las experiencias que hubiésemos querido, lo cual, en determinadas circunstancias, puede llegar a ser muy frustrante. Conservo ambos regalos con mucho aprecio y la lección perdida que el tiempo de la adolescencia no se repite y solo se aprovecha una vez. Yo fui de los que la dejó pasar de largo académicamente y, a estas alturas de la vida, en lo personal, quizá ese es mi tercer riesgo asomándome a lo pretérito.

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