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UNA VENTANA DE NAVIDAD

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El pueblo era pequeño y la calle tan estrecha que apenas podía pasar un coche aunque eso no suponía un problema porque era algo casi inusual en 1970. Era más fácil ver un carro tirado por bueyes y a Ricardo guiándolos. Ahora es una avenida. Cuando se construyó hizo honra a su calificación porque parecía tremendamente amplia. En 2019 sigue manteniendo la misma dimensión pero con un nuevo maquillaje que le perfiló aceras más anchas, más peatonales, dicen que más humanas pero donde los mismos seres aparcan los vehículos hasta su límite, volviéndola igual de estrecha que hace cuarenta y nueve años.

Al fondo siempre existió una aldea cuyo destino era verse comida por un núcleo urbano que crecía aunque quizá – y siempre quise verlo así – fuese capaz de mantener su esencia.

Ahí nació mi padre en 1933, en el frío de un invierno de febrero, sin progenitor reconocido y una madre – mi abuela – que se llamaba María. No había mula pero sí alguna vaca y en vez de pastores los que presenciaron tal acontecimiento fue el resto de una familia humilde y numerosa. Demasiados para una casa pequeña donde aquel bebé cuando creció compartió cama con tres primos hasta el día de la independencia.

..."Ahí nació mi padre en 1933, en el frío de un invierno de febrero,

sin progenitor reconocido y una madre – mi abuela – que se llamaba María".

 

La infancia pasó por un día de escuela y veinte de trabajo, por los cortes de pelo que le hacían en casa siguiendo un estilo grunch que aún no estaba inventado pero que servían a los demás, quizá con el mismo espejo, para soltar la risa y la burla que deja la niñez. Por una escritura aprendida con mucho tiempo de trabajo al sol y a la lluvia y tierra de por medio entre letra y letra pero que a la puerta de los ochenta y siete tacos de calendario intenta plasmar de forma pausada y con la mejor caligrafía en su firma. Porque su rúbrica – como era antes – vale la palabra y el honor de una persona.

 

En la adolescencia ese joven hijo de soltera – mi padre – , ahorró la suficiente cantidad de dinero con el sudor de sus primeros trabajos remunerados, para poder pagar a un sastre que le confeccionase un traje. Era el deseo de un golpe de elegancia dentro de la humildad, un toque de respeto y seguro que el sueño de comerse el mundo. Mi abuela, sabiendo de esos ahorros y pensando en la familia más que en su propio hijo y el esfuerzo de su trabajo, decidió invertirlos en un nuevo catre más amplio para esos tres jóvenes que desde hacía años compartían los ronquidos de la noche.

"Cuando podía, por Navidad acostumbraba a traer aquellos turrones más gruesos que un ladrillo"... 

 

A ocho kilómetros y en 1945 en la aldea de Broño, nacía una niña que tan pronto supo hablar entonó pasodobles y otros ritmos allí por donde pasaba su voz melodiosa y alegre. Niñas que sin tiempo a aprender a jugar tenían el aliento y la madurez de mujeres adultas. Siempre me dijeron que era muy guapa y que cantaba muy bien. Su padre – mi abuelo – solía trabajar fuera, allí donde una obra garantizase una parte del sustento familiar. Cuando podía, por Navidad acostumbraba a traer turrones más gruesos que un ladrillo y que estaban a buen recaudo como un tesoro, como el mejor regalo que no siempre llegaba. En una ocasión su hermana Lourdes descubrió el dulce botín, proponiendo agenciarse con uno además de un mazo y un enorme cuchillo para partirlo de forma equitativa entre las dos. Lo malo es que en manos infantiles, el acero afilado pasaba a dimensiones de machete y el resultado de un buen corte en seis dedos de mi tía tan pronto la maza cayó sobre su canto con toda la fuerza que el brazo de mi madre pudo ejercer.

 

..."y allí se quedó a cierta distancia e inmovil ante el animal como una caperucita"...

Mi madre con nueve años, salió una mañana muy temprano a la panadería de Chis en San Vicente de Aro para buscar una cesta de pan. En su regreso, siguiendo la senda del bosque y un escenario de niebla, se encontró con lo que parecía un lobo que dormitaba. La parálisis se adueñó de su cuerpo y allí se quedó a cierta distancia e inmóvil ante el animal como una caperucita, sin preguntas sobre sus orejas grandes o sus enormes ojos o unos colmillos desgarradores; con miedo al cuento que nunca había leído, con miedo a la realidad que tan dentro se le quedó. Sigilosa, dejó unas rebanadas en el suelo, volviendo sobre sus pasos en la bruma, huyendo de un colorín colorado. En la actualidad le pides a cualquiera de tus hijos que bajen la basura y ten montan un cirio porque eso no lo recoge su convenio.

 

..."Quizá porque la Navidad es eso, es nostalgia, recordando la niñez y el olor a verde, a resina"...

La vida tomó destino y decidió que ellos fuesen mis padres. Y contrariando al humor de Gila que cuando él nació su madre no estaba en casa, puedo decir que la mía si, en la misma que sigue en pie, haciendo esquina en ese mismo cruce que vuelve a ser igual de estrecho que hace cuarenta y nueve años. Recuerdo algunas tardes con sus manos llevándome por las orillas del río Barcala o mi padre deteniendo su coche en el puente de Barbazán para que viese la cascada del Corzán; los contados inviernos que la nieve pintó de blanco el pueblo o el ritual del mes de diciembre saliendo al monte con mi madre a cortar un pino, el más bonito, el más redondo, el mejor donde pudiesen lucir unos adornos que lo engalanaban y que todavía sobreviven como la misma estrella que pervive en el paso del tiempo y que continúa rematando la copa de uno sintético. Quizá porque la Navidad es eso, es nostalgia, recordando la niñez y el olor a verde, a resina que traía un árbol al que le habíamos robado la vida sin que nadie pueda entenderlo ahora, sin comprender que antes la propia naturaleza lo sustituía por muchos otros. Mi primer triciclo, mi primera bici con ruedines o los primeros juguetes mientras la edad sirvió a la inocencia no llegaron por la chimenea, lo hicieron por la puerta del balcón de esa casa, de la mano de Papá Nöel o de los Reyes Magos o de vete tú a saber.

 

..."Así que este es el Portal de Belén que hoy pinto desde esa ventana"...

 

Así que este es el Portal de Belén que hoy pinto desde esa ventana, el que hoy describo porque sigo creyendo que la Navidad existe tanto como los malvados que brindan con ella entre lo inhumano y el egoísmo. Hoy me quedo con la magia, entre lo amable, lo melancólico, la esperanza, la solidaridad, la alegría y una pizca de ilusión que anime a seguir viajando de vez en cuando; en definitiva a seguir acercándome a ese cristal para observar desde la frase que escribió Giacomo Leopardi que “Anche da una finestra piccola si può vedere il mondo”. Y el pasado, y el presente y tal vez el futuro.

 

Feliz Navidad.

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