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URRIELLU

Urriellu es ese lugar, esa montaña, que como tantos otros, me acerqué para admirarla y desear subirla sin haber escalado nunca. No soy nadie, pero con ella encontré una historia.

SITUACIÓN

GALERÍA DE FOTOS

VÍAS DE ESCALADA

LUAR 165 m; M.D.Sup; 6B/A1/ 5horas

FINISTERRAE 160 m.;M.D.;6b/a1/ 5 horas

Centenario

6b, a0, m.d.sup.  670 metros

Quijote

m.d.  390 metros

Factor humano

6c+, A2, m.d.  sup 720 metros

PEREGRINOS VOCACIONALES

A Fernando Calvo

Me resulta inevitable mirar hacia abajo y calcular la caída. Personalmente forma parte del juego de una gran pared. Disfruto del paisaje y también del abismo. Ese poderoso vacío tan apetecible muchas veces porque, en ese aire leve, a uno le dan ganas de saltar para encontrar más dosis de libertad. Estamos en la Cara Norte del Naranjo y empieza el mes de septiembre.

- Si caigo – pensaba – está primero la terraza de la vía Shulze y después la Pidal – Cainejo para abreviar el tiempo de impacto.

Pero desde mi posición la mirada se hunde más en los quinientos metros que separan el enorme y tétrico fondo de la Canal de la Celada que hacia esos dos balcones que sicológicamente parecen menguar la altura. Aun nos quedan unos trescientos metros hasta la salida al espolón de cumbre, de los cuales doscientos y pico siguen siendo muy verticales y duros.

 

Andrés estaba acalorado por el esfuerzo que llevaba realizando desde hacía tres horas y aun no había alcanzado la pequeña repisa que veíamos como lugar ideal para instalar la reunión. Yo, al contrario, estaba empezando a soportar pequeñas tiritonas de frío. Ya me había puesto el jersey de forro polar, un chaleco cortavientos y mi llamativo buff polar y si tuviese otra prenda más seguro que la hubiese vestido. Los dedos me dolían, más que del frío en sí, por la tensión de dar cuerda, recuperar y sujetar. La fisura era perfecta tal y como Andrés había estudiado en las fotografías. El martillo, las pocas veces que dejó de utilizarse, colgaba del arnés como una plomada de albañil, marcando perfectamente el extraplomo que estábamos escalando. La dificultad era mantenida, provocando que mi socio emitiese resoplidos de tenacidad o alivio causados por los sobresaltos propios de la situación. No es como dicen, un miedo controlado, es un miedo al que no haces caso y te centras en progresar asumiendo riesgos que al mismo tiempo de una manera incongruente disfrutas.

Habían pasado casi cuatro horas. No fueron en vano. Además de lo difícil del recorrido vertical, está no llevar material suficiente, lo que significó descender un par de veces los metros ganados y recuperar de esta forma clavos y empotradores que permitiesen continuar hasta que por fin escuchas la palabra.

- ¡Libre! – grita Andrés.Te preparas, te acicalas y miras al cielo rastreando una difícil línea que te toca subir. El trabajo del segundo de cuerda es limpiar un largo, desanclando de la grieta todos los utensilios que tu compañero ha utilizado y arrastrarlos contigo por el camino hacia la cumbre.

... "Continuaríamos hasta donde pudiésemos intentando ganarle a la pared unos cuarenta metros más"...

El extraplomo te empuja al vacío y en los primeros doce metros apuro la experiencia para progresar por la cuerda con un prusik y un shunt (un nudo y un aparato bloqueante). El resto es una escalada en artificial utilizando estribos de cinta y aparejos hasta que llegas a ese punto donde dos escaladores nos encontramos: “La reunión”.

- ¡Joder! ¿Estaba duro eh? - exclamé y pregunté. Tres horas y cincuenta minutos escalar treinta y cinco metros.

- Ya viste como es y más rápido solo irán los extraterrestres esos de escalada deportiva.

- Andrés, que ya lo sé, que lo nuestro es esto. Estribo, clavo y martillo. Seguimos siendo de antes y también de ahora. ¡Que más da! Venimos a abrir y a disfrutar la montaña ya lo sabes, no a pelearnos con niveles deportivos. Somos aperturistas. Exploradores.

- No, no, si eso ya lo sé y no me preocupa.

- Recuerdo, no sé que relato fue ni que montaña, en Alpes abriendo vía les llevó ocho horas un largo de veinticinco metros.

 

El día y el tiempo caía. Hicimos cuentas con el reloj. Continuaríamos hasta donde pudiésemos intentando ganarle a la pared unos cuarenta metros más. No había extraplomo con el que pelearse pero la gravedad es implacable. Cada sesenta o setenta centímetros los sonidos de martillear un hierro dulce resonaban como latidos en el pecho de los Picos de Europa. El Urriellu o Naranjo de Bulnes rezumaba aventura en sus cuatro caras. Esa mañana habían salido muchos a escalar y Bernabé Aguirre, el viejo compañero de Andrés celebraba en la cumbre su jubilación. Nos gritaron los del GREIM (Los Grupos de Rescate en Montaña de la Guardia Civil), a su regreso por el empinado sendero de la Celada, despidiéndose de nosotros con un intercambio de gritos desde abajo y desde arriba.

Nuestra sinfonía de martillazos terminaba con el tiempo justo para salir de la pared y rapelar cerca de doscientos metros hasta los inicios de la vía Cépeda, con el infortunio de una cuerda empotrada y tener que trepar fácilmente parte del penúltimo rapel para liberarla de su aprisionamiento.

 

La penumbra regaló la sorpresa de encuentros con viejas amistades para Andrés al pie de la montaña y lo mismo hizo conmigo en el calor y la luz del refugio.

La mañana siguiente despertó los sudores remontando senderos y trepadas fáciles hasta una cuerda fija que nos unía con el último anclaje colocado en la Cara Norte. Escalamos todo lo difícil que nos quedaba con tanto trabajo, miedos y pasión como el anterior. Caminamos por una arista rota por el tiempo que nos lleva a la cumbre.

Fernando Calvo, uno de los grandes guías que trabajan ahora en Picos de Europa, le dijo a unos clientes cuando bajaban por la Celada y nos vieron metidos de lleno en la pared vertical y pulida:

- Ahí está Villar abriendo una vía nueva.

- ¿Por qué lo sabes? - preguntaron ellos.

- Porque sólo unos peregrinos vocacionales le ven salida a esa chimenea.

 

Es una línea muy limpia y larga como las sesenta y dos horas que llevó recorrer ochocientos metros. Con momentos de frío y calor hasta alcanzar esa meta solitaria donde nadie te espera. Respirando la sensación plena de vivir y creer que uno sigue escapando a la muerte en la cima de una gran montaña, donde el cielo y un abrazo de amistad es el único premio, aplaudido por pensamientos tan silenciosos como la belleza que nos rodea.

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