CAMINO A FISTERRA
Introducción
Salir al mundo caminando o en bicicleta, embriagarse de momentos y sentir que ninguno de ellos es perdido cuando el horizonte nos espera. Tal vez el Camino sea el refugio espiritual o la manera en que algunos se atrevan a meterse solitariamente o en compañía en una aventura señalizada. Puede que sea el escape a una situación personal o como mendigar de flecha en flecha con una mochila a la espalda.
Qué importa todo eso cuando el tiempo es para uno y se emplea en recorrer paisajes, hablar con desconocidos, pasar frío y calor, cruzar puentes antiguos, mojarse con la lluvia o refrescar los pies en ríos y regatos que llevan la misma dirección que tú, hacia un océano que subyuga el alma con su vastedad.
Salir de Santiago hasta el Finisterrae no tiene cronómetro, tiene imágenes que se quedan en la retina o pasan a través del objetivo de una cámara. La Catedral es el punto de llegada y el de partida en el instante que decides seguir la senda del sol. Ames es ese inmenso hall por el que te adentras hasta que Ponte Maceira te une con Negreira en un metafórico umbral que, tal y como he descrito en una ocasión, aparece como “la puerta al fin de la tierra” que se ratifica cuando pasas por debajo de los arcos del Pazo do Cotón y tienes esa sensación. A fin de cuentas, una frase puede vender escenarios. Por Mazaricos alcanzas el cielo y en Dumbría acaricias el vértigo del Monte Pindo y la Fervenza del Xallas. Desde la capilla de San Pedro Mártir huele a mar, a la ría de Cee y Corcubión que aparece a vista de pájaro hasta que un faro espera el espectáculo del ocaso para encenderse mientras la emoción de los peregrinos se adueña del silencio.
No podemos ser obtusos preocupándonos por las variantes del Camino al Ara Solis si las evidencias históricas existen. Hay que invitar a recorrerlas todas, a entender que las rutas pueden ser circulares si nos llevan por un lado y nos traen por otro. Muxía tiene su destino en toda esta vorágine de echarse a andar y, como dice la canción que acompaña al vídeo, volar, sentir que se para el tiempo, pintar el momento y las nubes ir persiguiendo.