TODO AL NUEVE ROJO
Hay días en los que uno se levanta y arrastra de las sábanas una pizca de suerte o algo parecido porque, sin saberlo, aquella mañana nos metíamos realmente en una apuesta. Y salió bien. También tenía la fortuna y también es cierto, que para algunas cosas no se elige al primero que pasa.
Alex, además de dorneiro de Ribeira, es de esos tipos raros a los que uno puede confiar cualquier cosa, hasta la vida, y tan impetuoso que de la noche a la mañana es capaz de abandonar la seguridad de un trabajo y una profesión apasionante para cambiarla por un barco que navega por el océano Índico. Quizá compartamos el mismo espíritu aunque mares diferentes. Con una mañana veraniega que amenazaba llovizna, llenamos las mochilas con cuerdas, arneses y unos artilugios llamados spit – tacos perforantes que hacen su trabajo a base de martillazos – para reforzar unos puntos en la roca sobre la que un mes antes Jorge y yo – otro de los que embarqué en mis paseos verticales – habíamos instalado para vivir la experiencia de cargar a la espalda unas sillas de plástico y montar una peculiar terraza de verano con los pies colgados sobre el vacío.
Sí, en realidad era crear un poco de espectáculo a cambio de una imagen que publicitase este lugar como destino de aventura, a cambio de “sentir” y a cambio de nada. Quizá tenga algo de culpa el síndrome de Stendhal que despierta en algunos individuos la idea de darle vida a las alucinaciones que produce y dejarse llevar por la atracción del abismo cuando no te conformas con una visión tranquila y placentera desde sus miradores.
"Cruzamos el río a las diez de la mañana y nos metimos en la fantasía..."
Sobre el año 2001 vivimos una odisea en este espacio bastante similar a la que nos tocó ahora. En aquella ocasión fueron Andrés Villar y Pablo Fadeville quienes siguieron mis plegarias para descolgarnos por esta vertical. Lo hicimos casi desde el mismo inicio que la citada, pero siguiendo una diagonal completa hasta encontrarnos descendiendo justo al fondo, en frente a la cascada. Recuerdo que era el mes de diciembre, hacía frío y el agua la suponíamos en esa negrura, tan helada como pudiese estarlo en el ártico. Todo empezó bien hasta que instalando el último rápel mi burilador y yo, dada la dureza de la roca, no conseguíamos introducir más allá de la mitad de un casquillo de spit de M8 y la punta de un clavo plano sobre una fisura ciega. También tuvo esa actividad su dosis de suerte. Llevábamos con nosotros una barca hinchable cuyo cometido era recoger el material utilizado cuando nos viésemos ya en el agua, después de haber rapelado los ciento ochenta metros ganados hacia abajo. Como me tocó tirar de primero hacia abajo llegué a una repisa a un metro del agua y como sobre ella no cabíamos los tres me obligaron a zambullirme, hecho que significó abandonar el elemento líquido con la velocidad de un gato para subirme a la balsa y evitar un tiempo expuesto a una posible hipotermia mientras ellos recogían el material desde la zona seca. Esa circunstancia derivó en una afilada discusión que gané alejándome de ellos a remo de brazo y con todo el material encima mientras mis dos colegas se empleaban a fondo en la disciplina de natación.
"Estábamos en Ézaro,
donde miles de turistas se acercan a contemplar un paisaje inventado por el río Xallas..."
Que yo sepa además de nosotros, colgados en esa tapia, nadie ha disfrutado de unas vistas diferentes sobre este paraje. Estábamos en Ézaro, donde miles de turistas se acercan a contemplar un paisaje inventado por el río Xallas y los caprichos de la naturaleza que extendieron la magia modelando el Monte Pindo. Suena casi extraño y atávico decir que a principios del siglo XXI visitar la singular desembocadura no suponía meterse en aglomeraciones. No había colas ni esperas excesivas para ocupar la ubicación perfecta y alcanzar algo similar a la inmortalidad, la que se dejaban en los álbumes de papel a través de una fotografía cuyo mundo iniciaba la agonía de los carretes kodak o agfa para dar paso al tiempo digital.
Cruzamos el río a las diez de la mañana y nos metimos en la fantasía, donde las formas de las piedras inertes se confunde con figuras de trasnos y meigas, con monstruos de belleza y leyenda que en invierno parecen cobrar vida entre la niebla y con el sol mutan de un color grisáceo a un rojizo que atrapa. Subimos por sus lajas y nos colamos por sus pasadizos hasta ganar una altura de doscientos metros sobre el nivel del mar. A partir de ahí todo debía ser más fácil porque todo era hacia abajo y, como dice el refranero, en esa dirección todos los santos ayudan. No sé si ayudaron o nos pusieron a prueba, pero seguro que en nuestros pensamientos aparecieron cuando en el segundo rapel, el burilador se rompía instalando uno de los spit y sin posibilidad de regreso al punto de partida porque un liso y enorme bloque a modo de escalón, impedía la maniobra con la cuerda ya recogida para seguir caminando por el vértigo.
Y hacia abajo sí había cuatro reuniones más. Una reunión se le llama al punto donde los escaladores nos encontramos cada ciertos metros de cuerda, cuya distancia dependerá de las dificultades y relieves de la ruta. De las nuestras, dos eran naturales pero la intermedia, a unos setenta metros del suelo quedaba a la derecha después de aventurarse en una travesía que la primera vez había hecho con la pared relativamente seca, tirando de las rodilleras del traje de neopreno que ejercían cierto agarre sobre la roca. Pero hoy todo se aliaba con Murphy y la amenaza de llovizna se había convertido en real para ponerlo todo más difícil, sobre todo cuando sales sin más material que el justo porque creía que ese día no iba a ser necesario. Y sí, deseaba llevar algún juego de clavos en “V” y “knifeblade” para poder hacer la travesía desde una reunión cuyo mejor anclaje era un cordino rodeando, eso sí, un buen pico de roca tan colgado sobre el precipicio como lo estábamos nosotros, para seguir la línea de una fisura ciega horizontal que solo permite moverse con destreza mientras el juego mental hace otro tipo de trabajo.
"Esa era la única opción que encontraba. Descender hasta ella y jugársela desde allí"
Quedaba una alternativa antes de dar un aviso a que viniesen a sacarnos de ese lugar. Solo existía una apuesta porque sobre esa pared no había más posibilidad que ir hacia abajo, alejados del recorrido que te aparta de un río que se precipita desde ochenta metros hasta una enorme marmita para decorarla con olas enfurecidas. Abajo era la tempestad. Si caes en ella supone el encuentro con las ninfas porque las sirenas pertenecen a los océanos y a los marineros románticos y ahogados y nosotros, aunque enamorados de lo que hacíamos, no pasábamos de barranquistas atrevidos o inconscientes.
En la pared hay una laja adosada que termina como una punta de flecha. Esa era la única opción que encontraba. Descender hasta ella y jugársela desde allí. La conocía bien. La conocía de la primera vez cuando estábamos recuperando cuerda y el extremo se fue hasta ella quedando enganchada sin querer soltarse. Aquella mañana y con buen sol, no quedó otra que remontar la línea de nylon utilizando un bloqueador y pegar un corte para liberarla sabiendo que el regreso sería producto de la gravedad con un divertido péndulo. Newton y la física funcionan así. Ahora la película no era tan graciosa pero sí mucho más entretenida.
- Alex, esperas aquí asegurado – le dije. Voy a descender estos veinte metros, voy a cortar un trozo de la cuerda roja, hacerle un buen nudo de nueve y ver como trabaja sobre la lastra. Bajarás si yo te lo indico.
Así fue, con una cuerda por arriba no había mayor problema que empezar la maniobra cuando llegué al punto. Sonaba tan hueco y tan poco soldado a la pared que metía miedo, pero tal vez aguantase. Sobre el trozo de cuerda hice el nudo haciendo asomar el rabillo por la parte inferior de la lastra al que anudé un mosquetón y pasé la cuerda que nos llevaría casi hasta abajo.
- Alex, voy yo primero. Tú mantente anclado de la cuerda que traes de arriba por si falla este punto, al menos así me caigo yo solo y a ti ya te sacarán cuando consigas reclamar la atención de algún turista. Si funciona, ya sabes… te toca y desciende como una araña, despacito y sin moverte mucho.
No pudimos evitar las risas, no sé si eran esas carcajadas que el peligro genera como liberación del pánico o en realidad lo estábamos pasando bien. Cuando me solté del cordón umbilical para agarrarme a la suerte, el nudo cedió y resbaló por el interior de la grieta al tiempo que creí, tan rápido como estaba sucediendo todo, que la laja iba a romperse por la palanca que le generaba. Pero no, aguantó y tal y como le había indicado a Alex hice lo mismo, descender como una araña pero sin la livianeza del insecto. Recorrí unos treinta y cinco metros forzando la lastra y el nudo a trabajar en las peores condiciones, jugando con algunos relieves muy resbaladizos de la roca que me obligaron a verdaderos equilibrios para que la dirección natural de la cuerda no me llevase al peor lugar posible. Al final gané la marmita donde un arbusto, que no pasa por el tamaño de un bonsai, se ofrece como el último punto de anclaje. A Alex le quedaba seguir el mismo recorrido guiado por la cuerda hasta encontrarse conmigo. A partir de ahí solo nos quedaban quince metros hasta el final, anticipando el abrazo y la euforia que habíamos dejado allí mismo y conteniendo las lágrimas de alegría mientras nadábamos por un lugar maravilloso.
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DATOS TÉCNICOS:
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Las reuniones están con spit seguramente ya muy deteriorados
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La reunión del pico de roca y del arbusto son de cordino.
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2 cuerdas de 50 m y piensa en taladro y bolt si vuelves antes que nosotros.
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En proyecto reequipar la línea.